¿Le gusta a Sánchez la Semana Santa?
Que nos quiera felicitar o no el ocupante de la silla de la Moncloa es harina de otro costal. También él tiene derecho a creer en lo que quiera y desee, siempre que al resto nos respete. Allá él si prefiere quedarse en el Ramadán e ignorar la Semana Santa
Que Sánchez y sus ministros feliciten el Ramadán a los musulmanes y no hagan lo mismo con los católicos en Navidad o Semana Santa a mí personalmente me importa poco. Allá ellos. Los católicos representamos el setenta por ciento de los pobladores de este país. El anticlericalismo y el odio al catolicismo es algo antiguo, casposo y sobre todo es una muestra de falta de tolerancia y poca civilización. En definitiva, que Sánchez mantenga esa contumaz actitud no deja de ser la mejor demostración de que es un hombre que no vale para ocupar el puesto en el que ahora mismo se encuentra. Entró por la puerta de atrás y sigue sentado en esa silla con una dudosa legitimidad. Son los problemas que en ocasiones arrastran las democracias, esas grietas por las que dejan colarse a quienes quieren acabar con ella.
Sánchez y los suyos, después de acabar con el PSOE, que ya nada tiene que ver con lo que fue unos años atrás, ahora se empeñan en terminar con la convivencia entre los españoles. La razón verdadera de semejante suicidio la desconocemos. Lo que sí hemos podido comprobar es que mantienen una mala relación con la realidad. Ven cosas que la mayoría no vemos e ignoran evidencias que a todos se nos presentan de enorme dimensión. Es aquello de ver la paja en el ojo ajeno e ignorar la viga en el propio.
Dentro de esa mala relación con la realidad se encuentra ignorar la religiosidad popular de la mayoría de España. Un fervor popular que se manifiesta estos días en decenas y decenas de ciudades, pueblos, plazas y calles. En ese sentido, conviene recordar que, aunque la Constitución española reconoce que España es un Estado aconfesional, no así lo tienen que ser los ciudadanos, a quienes ese Estado debe garantizarles la libertad de culto. Los ciudadanos podemos tener, y de hecho tenemos, nuestras creencias religiosas. Que nos quiera felicitar o no el ocupante de la silla de la Moncloa es harina de otro costal. También él tiene derecho a creer en lo que quiera y desee, siempre que al resto nos respete. Allá él si prefiere quedarse en el Ramadán e ignorar la Semana Santa.
En ocasiones se confunde a Jesús con los curas o sus jerarquías. Por eso el anticlericalismo se ceba en las manifestaciones que estos días muestran el alma cultural y religiosa de nuestra nación. Jesús es mucho más que la manifestación de una cofradía recorriendo el asfalto de los mapas urbanos. Jesús es un personaje de la historia. Es Dios que se hizo hombre para redimir a la humanidad de sus pecados. Es, por tanto, algo que trasciende a un momento concreto de la historia. Y más allá de la Semana Santa, Jesús está con nosotros en la intimidad y en la soledad. Él nos habló de un Dios bueno que quiere a los humildes, al prójimo, a las mujeres, a los niños, a los pobres, a los desamparados… Por eso creemos en Él.
Otros prefieren su fanatismo, otra pasión destructora. Incluso hay quienes han decidido abrazar el nacionalismo como nueva religión, lo que solo ha traído a lo largo de los siglos guerras, sangre, muerte y destrucción. Una reflexión para seguir avanzado en el Día del Amor Fraterno, tan necesario en la política actual.