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Cartas al director

Rey, pero también persona

Es poco probable que Su Majestad el Rey Don Felipe VI haga la siguiente declaración, pero quizá sería bueno que la hiciese:

«Españoles, con motivo de la reciente visita de Don Juan Carlos, me dirijo a vosotros como Rey de España, pero también lo hago sencillamente como persona.

Hasta asumir la Jefatura del Estado, tuve el honor de ser Príncipe de Asturias y, desde esa privilegiada responsabilidad, pude percibir directamente la entrega y el sacrificio con los que Don Juan Carlos desempeñó admirablemente su enorme labor. No es necesario enumerar los ejemplos de su excepcional servicio a España.

En mi condición de persona, también he sido hijo de Rey, que es igualmente una persona.

Creo que tengo muchos más elementos de juicio que nadie para juzgar a esa persona, que otros juzgan con menos motivos. Un hijo sufre y se alegra del comportamiento de sus progenitores, y lo hace con fundamento. A un hijo le duelen los errores de su padre mucho más que al resto de las personas, que juzgan cualquier actuación.

Mi augusto padre, como Rey, merece todo mi reconocimiento, admiración y respeto. No puedo entender por qué algunos españoles cuestionan la labor de alguien que, entre otros muchos méritos, ha propiciado que disfrutemos de una democracia plena.

Sin embargo, el comportamiento de Don Juan Carlos, como persona, ha provocado que yo, como Rey, haya tomado las oportunas decisiones, por muy dolorosas que pudieran resultar.

Como hijo, sin merma del natural cariño, también he sido implacable a la hora de adoptar las medidas que he considerado necesarias.

La Monarquía, frente a otras formas de Gobierno, tiene la ventaja de no depender de unas elecciones, ni tampoco la Corona debe atender intereses partidistas, porque el Rey no tiene que agradar o responder ante quienes le han elegido. Un Rey lo es para todos y de todos».

Si Felipe VI, que es Rey, pero que también es una gran persona, declarase lo anterior no faltarían quienes le criticasen, pero lo que no podrían es acusarle de faltar a la verdad.

Santiago Lago Bornstein

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