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Cartas al director

Y en el mundo, la paz

«Cristo en todas las almas y en el mundo, la paz». Llevamos setenta años entonando este popular cántico en los actos Eucarísticos con aparente inutilidad en lo referente a esas dos peticiones. Tal vez sea porque no hay un especial empeño ni en lo uno ni en lo otro; o tal vez porque sobreponemos más lo segundo sobre lo primero sin darnos cuenta de que la verdadera Paz de Cristo en cada uno de nosotros es imprescindible para prevenir y adquirir la auténtica Paz y no las falsas paces de las que el mundo habla. Las palabras de este Himno Eucarístico invitan a una reflexión: se está perdiendo la Paz de Cristo en las almas y, como consecuencia, se está también perdiendo la paz en la convivencia fraterna y humana entre las naciones con guerras mendaces y tercas.

En estos setenta años la religiosidad ha sido replegada de un nivel generalizado a un nivel casi personal, e incluso ha desaparecido de la vida de muchas personas para ir llenándose de egoísmos, rencores, indolencias… y esto naturalmente se advierte en la vida social con tanta irascibilidad, enconos, odios, represalias, etc. Y es que nos hemos alejado tanto de la Eucaristía, del Cristo de la Paz, que un vivir rebosante de individualismos nos aturde incluso a nosotros mismos, llamados como somos, de forma natural, a la sociabilidad. Pongamos, pues, todo nuestro empeño primeramente en lograr a través del Misterio Escondido, de la Realidad Eucarística, esa genuina y particular paz interior para con ello transformarnos, de manera eficaz, en sembradores de Paz entre las gentes y así alcanzar el más encomiable grado de convivencia y santidad.

Juan Antonio Narváez Sánchez

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