Cartas al director
Madrid era una fiesta
La noche del 23-J, con casi el total de votos escrutados, Madrid era –o al menos parecía– una fiesta: de manera paulatina, en las sedes de los candidatos a la presidencia del gobierno se había ido animando el ambiente hasta llegar a una situación de victoria en el que todos parecían haber ganado cuando la realidad de los faldones que rotulaban la televisión era bien distinta, con un empate casi técnico entre los bloques de izquierda y derecha que, no solo parecía conducirnos a la ingobernabilidad de España, sino que convertía en amo de llaves de nuestro país a un prófugo de la justicia cuyas intenciones ya las ha manifestado claramente y que no son otras que desafiar y retar a Sánchez hasta tumbar las estructuras constitucionales del Estado a cambio de revalidar el cargo. No había ganado nadie: había perdido España.
Han pasado casi sesenta años desde que Gil de Biedma publicara, en 1966, su poemario «Moralidades», guarida de unos versos que hoy siguen siendo un fiel reflejo de nuestro país pues, al preguntarnos «qué decir de nuestra madre España», aflora esa idea de que «de todas las historias de la Historia, sin duda la más triste es la de España, porque termina mal. Como si el hombre, harto ya de luchar con sus demonios, decidiese encargarles el gobierno y la administración de su pobreza»; ante tal paisaje, solo queda quizá, como el poeta catalán, pedir «que España expulse a estos demonios. Que sea el hombre el dueño de su historia.»