Cartas al director
De las líneas rojas a la alfombra roja
Al margen de su identificación con determinadas ideologías y quizás por su conexión simbólica con la sangre, el color rojo suele utilizarse como señal de alarma y peligro. Como sucede con la expresión «líneas rojas», que con motivo de las alianzas que se perpetran tras las últimas elecciones se aplica respecto a los asuntos que marcarían los límites no negociables. Este es el caso del PNV, y prácticamente de todos los partidos, cuando excluyen cualquier relación con Vox, el partido de Ortega Lara. En otro sentido, aunque también por una razón sanguínea, los galardones del Ejército y los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado adquieren su máxima categoría con el distintivo rojo cuando premian a quienes han padecido sufrimientos y vertido su sangre por una noble causa. Y en otros ámbitos, como en el pretencioso mundillo del espectáculo, nos encontramos con que se denomina alfombra roja a la que se extiende a los pies de los faranduleros en sus pomposos actos de recíprocos reconocimientos y autobombo, donde tanto les gusta retratarse. Unos actos donde nos podemos encontrar con que se agasaja y cumplimenta también por la sangre vertida y por los sufrimientos padecidos, pero por la sangre y padecimientos ajenos. Como ocurre este año en el Festival de Cine de san Sebastián, con Jordi Évole y su documental sobre el sanguinario etarra Josu Ternera. Alfombra roja con distintivo rojo para el blanqueamiento y normalización de un jefe de asesinos en un Festival que tampoco sorprende, porque nunca se ha caracterizado por su atención y acogimiento a las víctimas del terrorismo etarra.