Pascua militar

Aquel 6 de enero de 1782, Menorca se despertó con el estampido de los cañones que, con mortífera precisión, descargaban su furia, desde tierra y desde el mar, sobre el castillo de San Felipe, donde la guarnición inglesa, tras el desembarco español, había corrido a refugiarse. Aquellos british no eran turistas ni jubilados, sino «casacas rojas» bien armados, y mandaban en la isla desde que la tomaron a sangre y fuego en 1708, durante la guerra de Sucesión española. Pero el nuevo año no empezaba bien para la Unión Jack. En América, sus trece colonias les habían vencido en Yorktown, y España, tras la valiente campaña del gran Bernardo de Gálvez, volvía a ondear su pabellón en el Misisipi y La Florida. Y ahora, a este lado del charco, tocaba recuperar Menorca. Carlos III, aquél buen Rey ilustrado, sabiendo la dificultad que entrañaba –y entraña– toda operación anfibia, se la encargó a lo mejor de su Ejército y su armada. Tras los muros de San Felipe los ingleses se defendían bien, como solían, pero sin la Royal Navy su suerte estaba echada. A las 06:30 horas de aquel Día de Reyes el estruendo artillero señaló el inicio de la fase final del asedio, y días más tarde, entre el humo y la metralla, izaron una sábana blanca, pronto remplazada por el aspa de Borgoña. Luego llegó la hora de honrar a los vencidos –eran otros tiempos–, y de recordar a los españoles caídos en la reconquista de Menorca. El Rey ordenó hacerlo cada seis de enero, instaurando así la Pascua Militar. Hoy, don Felipe mantiene viva la tradición al incorporar a nuestra Princesa de Asturias a este acto de reconocimiento de la Corona hacia quienes le han jurado lealtad en la defensa de España y que, llegado el caso, sabrán cumplir el juramento.