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19 de septiembre de 2024

Cartas al director

Gobierno onírico

Nadie desea la desaparición de la socialdemocracia en España. Más bien al revés, se espera con impaciencia su rescate y su redención para restaurar una convivencia sana, libre de los monstruos despabilados por la vigilia de la sinrazón en la que hoy se refocila el PSOE. Su patente debilidad moral es aprovechada por ventajistas y granujas que lo azuzan hacia el precipicio sin remordimientos ni reparos. Para ERC, Junts, PNV, Bildu, Sumar y BNG es ya una inversión amortizada, un desecho político que ni estiman ni respetan. Embrujado, el Gobierno aspira a zanjar con una solución concluyente el problema de España. Se empeña en figurarse «fachoesferas» en la población siendo ésta simplemente diversa. Fantasea sonámbulo sobre «conflictos de convivencia» insolubles entre comunidades autónomas que viven en paz. Concibe como remedio «muros» para ostracizar a aquella parte de la ciudadanía meramente discrepante con su ensoñación. Para ello truecan mentir por «cambiar de opinión» dado que la realidad les contradice a cada paso que dan. Embelesados, creen que basta con soñar romántica y redentora su ideología desnaturalizada para que se transforme por ensalmo en una acción que impondrá su utopía revisionista. No se percatan de cómo su fantasía percute y daña la realidad material, múltiple y pacífica, de España. De ahí el desvarío al darse de bruces una y otra vez con una existencia que no se corresponde con su alucinación vital. De ahí el delirio por amoldar la realidad a su quimera troceando la soberanía, distorsionando la ley, reescribiendo la historia y depravando las instituciones. Tienen que hacer encajar su embrujo en una realidad rebelde y someter –guste o no guste– una ciudadanía libre y feliz a su convicción preferente. Estamos en manos de un Gobierno onírico. Pero en política los problemas no suelen encontrar solución definitiva más que al alto precio de la pesadilla del totalitarismo. Hay que romper el hechizo ya votando sin ira por recuperar nuestro libre albedrío.

José Eguiagaray

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