Cartas al director
Todos somos hijos
A pesar de que se nos olvide con demasiada frecuencia. Y ser hijo conlleva ciertas obligaciones morales no escritas e ignoradas. ¿Ofrecemos una vida digna a nuestros mayores cuando más nos necesitan? Pregunta incómoda, sin duda.
Hacemos lo que podemos: la batalla diaria es complicada per se, sobre todo si has formado tu propia familia. El trabajo te agota y las escasas horas de ocio que quedan… ¿De dónde sacar tiempo, ojalá, para atender a los que antes te atendieron a ti y bregaron con empeño para que «fueras más grande que ellos»? Aguarda, no es lo mismo ser hijo que ser padre, tú eliges dicha responsabilidad y debes llevar de la mano a tu hijo a lo largo de la vida. Por otro lado, los padres ya han disfrutado lo suyo. Todo cierto y tan cierto.
No es mi intención echar sal, pero reconocerás que la sociedad no les corresponde. Ven conmigo, acompáñame y mírate sin nostalgia en el espejo, encontrarás a alguien que dista mucho de aquel niño que quizás no reconocerías si no fuese por la mirada. La fuerza de la mirada, qué curioso, no te abandona nunca y te acompaña hasta el final del viaje. Acéptalo, de lo perdido solo hallarás leves huellas: vestigios de aquella piel tersa y blanca como nácar, de aquel rostro fino y bien delineado, de aquellos labios frescos y todavía inocentes. Asumes con sufrida resignación que has andado una parte del camino, que la meta se ve allá a lo lejos y que te gustaría cruzarla en las mejores condiciones físicas y mentales. ¿Y si precisas cuidados? ¿De tu familia o de tus hijos? Prefiero no pensarlo, no querría molestar a mis hijos, concluyes amargo… ¿Molestar? Sabes o intuyes que tus días, cuando se hagan largos, se apagarán en alguna institución al cuidado de personas desconocidas. Esta sociedad depredadora del primer mundo, insensible y olvidadiza, no se ocupa como debe de sus ancianos, más bien los va arrinconando a la espera del desenlace. Respuesta también incómoda y tristemente real.
Aquí dejo mi reflexión. Solo si cuidamos a los mayores con respeto y afecto, como se merecen, podremos mirarnos en el espejo sin remordimientos y dormiremos tranquilos.