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Cartas al director

In memoriam. Miguel Peralta Utrera

En estos días, como cada primavera desde aquella fatídica fecha, los recuerdos traen dolor a la familia y los amigos de Miguel Peralta Utrera, asesinado por el terrorismo nacionalista vasco el 23 de mayo de 1994. Miguel era teniente del Ejército, y esa fue razón suficiente para que la mafia etarra decidiera matarlo. Aquella mañana Miguel salió de casa como cada día, junto a su hija de quince años, a la que llevaría en coche hasta el instituto antes de dirigirse a su destino en el mando de transmisiones, en Prado del Rey (Madrid). Hicieron juntos ese primer trayecto, sin sospechar que con ellos viajaba la muerte que un sicario de ETA se había encargado de alojar bajo el asiento del conductor mientras la familia dormía en su vivienda.

Pero antes, estuvieron vigilando a su víctima durante días, así que sabían muy bien que en el coche irían el padre y la hija. Sólo el azar y algún fallo en el mecanismo evitó que la bomba explosionara en el momento de arrancar, de manera que el artefacto funcionó tras recorrer varios kilómetros, cuando la niña ya estaba en clase. Aquel día, su mujer y sus cuatro hijos perdieron para siempre a Miguel, un hombre bueno. Al día siguiente, los Otegui de entonces celebraron 'la hazaña', mientras un miserable Arzallus contaba las nueces. Hoy, tres décadas después, un presidente cínico y sin escrúpulos mantiene a los que celebraron aquel crimen –y tantos otros– como socios preferentes del Gobierno de España –«mayoría de progreso» se dicen–, y certifica su vileza pactando en la sombra su permanencia en el poder con los que homenajean al asesino que colocó la bomba. En estos días, como cada primavera, la familia y los amigos de Miguel sólo hallarán consuelo en su memoria.

Manuel Sierra

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