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Cartas al director

'Progresistos'

Ni camarados ni progresistos los recoge la RAE entre sus acepciones. Sí, en cambio, registra el de progresista y camarada, nombres comunes neutros que, en el pasado uno –camaradas– y en la actualidad el otro —progresistas— aterciopelaron y colman, respectivamente, hasta el aburrimiento las florituras del lenguaje político socialista: al primero, acaso por el trasfondo sovietizante, se le dio pasaporte y al segundo, sin casi otro al que recurrir, abotarga hasta la extenuación ciertas majaderías oratorias del personal afín.

No se olvidan tampoco del «compañeras y compañeros» y (compañeros y compañeras, que también), saludo iniciático y coletilla de arranque de frase en el doctrinario de la formación del PSOE. Y aunque superfluo, antiestético y dilapidador de tiempos frente a lo conciso (¿para qué emplear dos si con uno es suficiente?), acaso sea un fácil resuello de inclusividades, de lo políticamente correcto y, por supuesto, de lo ordinal, porque en los parámetros de exuberancias feministas actuales todo se mide y se remide, y eso aun contando con el decimonónico deje que arrastra la coletilla de marras, más propia del último cuarto del XIX y principios del XX, que de las fechas presentes.

El lenguaje, tan preciso si bien usado, lleva al paroxismo cuando algunos floripondios intersocialistas salen a la palestra, desdeñando la brevedad y redundando en lo obvio. Porque, si en lugar de las coletillas habituales de 'compañeros y compañeras' —entre ellos—, y de 'progresistas' —para todos—, utilizasen el de compadres y el de camaradas ¡cuánto más se ganaría!… Claro que en este terreno, el de los dineros públicos, el vocabulario se retuerce un poco y lo deja todo en manos de los progresistos.

Jesús Arroyo Amor

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