Cartas al director
¿A qué huele la primavera?
Ya ha llegado la primavera oliendo a rosas y claveles en Madrid. Y en la Carrera de San Jerónimo han puesto una clase de cerrojo policial que ni a Franco se lo ponían. Esperan a Pedro I, el mentiroso. Para cambiarse de nombre por uno más taurino: el Niño del Cerrojo. Ya que vive en otra galaxia y ni torea ni gobierna, solo engaña, para resistir en el chiquero monclovita con su armamento de mentiras. Y aislarse de los problemas de los españoles como un falso lidiador de otro planeta.
Ha sorprendido el mentiroso a su cuadrilla que no salen de su asombro, ya es capaz de mentir simultáneamente en sentidos opuestos con decisiones y propuestas vacías, quiere poner un muro portátil que lo proteja de los fascistas de izquierdas que a su juicio inundan los agujeros monclovitas que no le dejan rearmarse
En la sala noble del Palacio de los Leones, donde reside la Soberanía Nacional del pueblo, el Niño del Cerrojo cuando está entrenado, despliega su mapa de mentiras, con el rostro de piedra y la conciencia vacía. Insiste todavía en vestir traje, pero no de luces, solo los oscuros de los sastres caribeños, que le trae en las maletas el nefasto Zapatero.
Pedro I, acciona su triunfalismo de efecto minguero, que deja a sus nóminas sin cambios de chaqueta. Los discursos de un mentiroso no huelen a nada. Pero la peste de Pedro con su rostro se dispara…