Cartas al director
De Vargas Llosa. Palmeras en la nieve
Otorga el diccionario a prócer el significado de persona de alta calidad o dignidad. Se supone que quien crea y modela artísticamente con una evidente altísima calidad, llevará asociada vida y valores en consonancia. Una muy alta dignidad de prócer. Sin embargo, yo no creo que eso tenga que ser necesariamente así. Uno de los quehaceres «artísticos» más evidentes son algunos de nuestros excepcionales futbolistas, en quienes talento deportivo y vida asociada son dispares como las palmeras en la nieve. Yo creo, tal vez equivocado, que nuestros próceres literarios, por poner el caso, son seres convencionales, dotados eso sí de una intuición y creatividad, de unas dotes narrativas excepcionales.
Cabría suponerles una admirable notoriedad humana, la cual justifique su excelencia creadora. Pero esto no es necesariamente así, y que nos topemos con un tipo más bien bronco, desarraigado, ataviado de algunos excesos o inadaptado a la familia en la que está inscrito. Es por eso por lo que me llama la atención en estos días el panegírico humano y político que se le atribuye al admirable escritor que fue Vargas Llosa, por cuyo deceso me sumo a su exaltación literaria. Orillo, no obstante, cualquier enaltecimiento político asociado, de quien poseo otro concepto distinto al laude que vengo escuchando. Se me antoja que es humano su bamboleo ideológico de un extremo al otro, pero no desde luego elogiable. Sus apoyos de antaño y recientes a concepciones latinoamericanas orilladas y opuestas, me parecen humanamente erráticos, si bien en absoluto desdicen la fuerza e intuición de quien ha sido un eminente creador.