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Editorial

El penúltimo servicio a España del Rey Juan Carlos

El Rey de la Transición, acosado en vano durante años, asume otro sacrificio al optar por venir a España de visita y mantener su residencia en Abu Dabi. Quizá eso cambie cuando el pueblo español le muestre el afecto y el agradecimiento que le tiene

Actualizada 09:30

Con una carta repleta de emoción, elegancia, humanidad y sentido institucional, el Rey Juan Carlos I ha despejado su futuro inmediato: volverá a España cuando estime oportuno, y lo hará en unas condiciones de discreción y humildad premeditadamente elegidas para evitarle todo efecto negativo a su hijo, Felipe VI, y a la institución. Que es tanto como decir a la propia España.

El Rey Juan Carlos seguirá viviendo formalmente en Abu Dabi; no se instalará al menos de momento en la Zarzuela, que sigue siendo su casa; y no tendrá una agenda pública que pueda ser utilizada por sus adversarios para dañar a la Corona y a quien la encarna ahora con grandeza y dignidad.

Ninguno de los sacrificios que enumera Su Majestad son, en realidad, necesarios. Y mucho menos exigibles por nadie. Su expediente judicial ha quedado inmaculado, y sin acusación formal alguna, tras cuatro años de diligencias con evidente mala fe política; impulsadas más con el deseo de intentar demostrar una acusación previa que de documentar una sospecha razonable de delito.

Y si a ello se le añade su inmensa trayectoria y los sacrificios que asumió para proteger a la Corona, con una abdicación modélica para frenar al ya incipiente populismo que hoy gobierna; lo razonable sería que al martirio del exilio forzado le siguiera ahora la reparación pública, institucional y social.

Que Don Juan Carlos posponga todo ello y se limite a mantener su aportación a la estabilidad de la institución, le honra, y demuestra una vez más la altura de sus principios y de sus valores.

Lejos de llevarse ahora por sentimientos de revancha, entiende que lo mejor para ayudar al proyecto de España que siempre defendió es no convertirse en un elemento de agitación para los enemigos de la Constitución: han desaparecido las excusas para perseguir al Rey; pero no las ganas de acosar al proyecto que encabezó.

Por todo ello hay que agradecerle su actitud, no sin advertir de la injusticia que prolonga, en este caso asumida voluntariamente, ni sin dejar abierta la puerta a cualquier cambio que pueda decidir en el futuro inmediato.

Porque el lugar de un Rey es su país. Y el de un gran Rey, además, en contacto con su pueblo, que no ha dejado de reconocer y valorar sus servicios desde 1978 y probablemente quiera demostrárselo en cuanto las circunstancias lo permitan.

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