Podemos no puede seguir en el Gobierno ni representar a España
Sánchez ha dado reiteradas pruebas de su disposición a soportar las mayores humillaciones y a asumir las peores concesiones con tal de mantenerse en la Moncloa, pero España no se las puede permitir
Un partido antisistema como Podemos nunca debió entrar en el Gobierno de España, caso único en toda Europa; pero no puede continuar ni un minuto más tras enfrentarse al PSOE a cuento de su tardío pero plausible respaldo al envío de armamento a Ucrania, en la línea de todos los países europeos a excepción de Hungría e Irlanda.
Si el daño reputacional que tiene para España ante el mundo la presencia del chavismo en un Gobierno occidental ya era inmenso, su equidistancia entre Rusia y Ucrania y su inadmisible ataque a la OTAN y por tanto a la Unión Europea, hace inviable su continuidad en el Consejo de Ministros.
Sánchez ha dado reiteradas pruebas de su disposición a soportar las mayores humillaciones y a asumir las peores concesiones con tal de mantenerse en la Moncloa, pero España no se las puede permitir: perjudica a sus intereses, daña a su imagen y coloca al país en un limbo diplomático de consecuencias desastrosas.
El sistema democrático, al menos el español, permite la existencia de partidos que desafían sus propios pilares, como aquí hacen el separatismo y el populismo por distintas razones pero con idéntico objetivo: demoler el edificio constitucional, en unos casos para implantar una suerte de república bolivariana; en otros para romper las costuras territoriales del país y su identidad histórica.
Haber naturalizado esos abusos, por necesidades aritméticas, perseguirá de por vida a Sánchez, que no ha dudado en blanquear las peores ideas con tal de acceder y mantener un poder que entre sus responsabilidades tiene, de manera innegociable, la de contribuir a frenarlas.
Que el contrasentido de incluir en la gobernación de España a sus principales enemigos traspase ya fronteras y lo haga en una crisis tan terrible como la provocada por Rusia, obliga a Sánchez a dejar de mirar para otro lado y a ejercer sus atribuciones constitucionales para expulsar del Consejo de Ministros a todos los dirigentes políticos que desdibujan la posición española. Sin excusas. Y sin dilación.
El recurso a distinguir entre dos supuestas almas del Gobierno no solo es artero, también es inaceptable para las instituciones internacionales: si Sánchez cree de verdad que Garzón, Belarra, Montero, Subirats y la propia Yolanda Díaz no representan a España realmente, debe proceder en consecuencia para que tampoco lo hagan formalmente.
El respaldo de toda la oposición en la crisis bélica, que desembocará en otra económica aún peor que la ya vigente, demuestra además que el PSOE tiene alternativas para firmar pactos de Estado que solo su sectarismo ha evitado hasta ahora.
El presidente, y con él su partido, han sido promotores del acceso al poder de partidos contrarios a la propia idea de España. Y es cómplice de todas sus tropelías, abundantes en todos los ámbitos que conforman un espacio público respirable.
Solo le queda romper, pues, o quedar definitivamente retratado como culpable en primera persona de las consecuencias perniciosas que comportan semejantes compañías: si alguien necesita un «cordón sanitario», con la democracia por bandera, son Podemos, ERC y Bildu.