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Editorial

El boicot de Podemos y de Sánchez a la imagen de España

Los estragos internos de la sumisión de Sánchez a sus socios son aparatosos; pero también los efectos internacionales de esa entrega a los enemigos de Occidente

Actualizada 07:54

Que Podemos intente boicotear la Cumbre de la OTAN en Madrid es previsible en un partido inspirado y alineado con las peores ideologías de la historia y los regímenes más nefandos del presente. Pero que esa actitud antisistema se proyecte desde dentro del Gobierno, con la aquiescencia de Pedro Sánchez, es inadmisible.

La doble desdicha que supone para España soportar a la vez a independentistas y populistas sería menos relevante de no contar, en ambos casos, con el trampolín que les presta el PSOE y transforma a dos corrientes minoritarias y poco representativas en elemento decisivo de la acción exterior e interior del Gobierno.

Y quien sufre las consecuencias es España, cuya imagen y credibilidad quedan maltrechas por la cadena de agresiones impulsadas por un partido de Gobierno que trabaja sistemáticamente contra los intereses nacionales, sirviéndose de unos recursos y una posición institucional que no se merece.

El ataque al CNI, la inquina hacia la OTAN, el posicionamiento directo con el Frente Polisario e indirecto con Rusia o el alineamiento con el «eje bolivariano» que se extiende como una lacra por toda Latinoamérica, con Colombia como nueva víctima potencial; conforman la agenda de Podemos, legitimada por un presidente sumiso que intenta disimularlo con golpes de efecto efímeros.

Porque no se puede ser anfitrión de la OTAN y mantener en el Ejecutivo a quien pide su desaparición; exige dedicar el presupuesto a organizar un encuentro entre Putin y Zelenski; se niega a mejorar la ayuda a Ucrania, votando en contra tanto en el Congreso cuanto en Bruselas; y tilda de belicista a una organización clave en la defensa de los valores y libertades de Occidente.

Que Podemos quiera atacar esos principios evidencia sus raíces ideológicas, ancladas al otro lado del Telón de Acero, y le sitúa más cerca de Caracas, Moscú, Pekín o Teherán que de Washington, Berlín, París o lo que Madrid representaba hasta la llegada de este negligente Gobierno.

Pero que esos delirios ideológicos, en un momento clave de reconfiguración del orden mundial, se proyecten desde el Gobierno, se convierte en un problema de Estado de primera magnitud: nadie se va a fiar de España, por mucha cumbre y mucha imagen de cordialidad que Sánchez busque con ahínco, si la diplomacia, la inteligencia y la acción exterior del país está mediatizada por enemigos declarados de la geoestrategia atlántica.

Si las consecuencias nacionales de la sumisión de Sánchez a Podemos, Bildu o ERC son aparatosas; los efectos internacionales no le van a la zaga. Y ambas, juntas, explican el deterioro de un país desdibujado por un presidente incapaz de entender que los objetivos nacionales son mucho más relevantes que su burda supervivencia en el cargo.

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