Con Sánchez ha llegado el racionamiento a España
Las limitaciones en el uso de la luz no solo son caprichosas e ineficaces, también simbolizan la miseria y el caciquismo que caracterizan al presidente del Gobierno
El racionamiento de la iluminación, impuesta por Sánchez con el enésimo decreto de la legislatura, se ha convertido en una metáfora perfecta para resumir todos los males inducidos, ignorados, ampliados o consentidos por un Gobierno que solo es capaz de superarse en el error.
Apenas medio mes después de que el propio presidente se vanagloriara de las reservas gasísticas de España y su nefasta ministra de Transición Ecológica desafiara a Bruselas y anunciara solemne que en España no habría limitaciones, Sánchez ha impulsado el mayor apagón de toda Europa, falseando además las instrucciones del reglamento 2022/1369 que el Consejo aprobó el pasado 5 de agosto, relativo en exclusiva a sugerencias que Moncloa ha convertido en imposiciones bajo amenaza de multa en caso de incumplimiento.
Las formas caprichosas de Sánchez no son nuevas y sus excesos legales han tenido sonadas réplicas en el Tribunal Constitucional, la Audiencia Nacional o el Consejo de Transparencia; lo que, lejos de llevarle a la rectificación, le anima a proseguir en ese cesarismo estéril, como si en cada envite quisiera dar una demostración de poder y no de sentido común.
Con el buen ejemplo de la Administración Pública, empezando por el suyo propio en el uso abusivo del Falcon o el despliegue obsceno de Ministerios y asesores; y un razonable catálogo de propuestas para concienciar en el ahorro, hubiese sido suficiente: el insoportable precio de la luz ya ha regulado el consumo desde hace meses, sin necesidad de órdenes caciquiles sin ningún sentido.
Porque a la cuestión estética, con ese unilateralismo que caracteriza a Sánchez pese a la disposición habitual al acuerdo de la oposición en los grandes asuntos, se le añade el resultado práctico: un caos institucional innecesario, un enfrentamiento político estéril, un dudoso ahorro energético y una inevitable indignación social.
Un Gobierno serio no cambiaría de discurso en quince días, y tampoco convertiría al ciudadano ni al empresario en rehén de sus decisiones ni en culpable de las razones para aprobarlas.
Trabajaría en un rediseño de la política energética global, con la vía nuclear necesariamente sobre la mesa; buscaría proveedores alternativos en lugar de enfrentarse a ellos como en el caso de Argelia; trabaría pactos de Estado con su principal contendiente y evitaría incrementar las cargas sobre una ciudadanía agotada de que, a los problemas derivados de la crisis, la guerra o la pandemia, se le añadan los estropicios añadidos por el Gobierno.
Con media España arrasada por el fuego y toda ella sumida en un frenético apagón, que Sánchez se permita además irse de veraneo a un palacio en Canarias a bordo de costosos y contaminantes medios de transporte aéreo públicos; le añade a la ineptitud unas dosis de desprecio y arrogancia simplemente inaceptables. Las propias de un presidente oscuro que ya ha impuesto las cartillas de racionamiento, aunque sean para encender la luz.