Un pacto populista y pendiente del separatismo
PSOE y Sumar ya conforman una alianza radical y casi antisistema, que empeorará aún más si queda intervenida por el separatismo
Resultaría casi cómica, de no ser por sus consecuencias, la rimbombancia que el PSOE y Sumar le han querido poner a un acuerdo de Gobierno que, simplemente, renueva la alianza que ya tenía en la pasada legislatura y nunca estuvo en peligro en la ya iniciada, aunque no lo parezca por la inaceptable parálisis del Congreso impuesta por Pedro Sánchez y ejecutada por Francina Armengol.
Tanto Sánchez como Díaz acabarán con sus carreras, muy probablemente, de no mantenerse en el poder, ajusticiados por sus propios compañeros de viaje, bien en el PSOE, bien en la anárquica coalición que conforma Sumar, con Podemos al frente de las conspiraciones contra su teórica jefa de filas.
No tenían otra opción que entenderse, pues, como método de presión al resto de socios potenciales necesarios para hacer viable su continuidad al frente del Ejecutivo, algo poco deseable por el precio a pagar para lograrlo.
Las propias cláusulas del acuerdo entre dos formaciones ya ubicadas en la izquierda radical, en el caso del PSOE, y en la antisistema, en el de Podemos, son un disparate que solo puede agravarse cuando incorporen a su hoja de ruta las exigencias de sus aliados, más propias de una extorsión que del saludable consenso.
Porque atacar a la autonomía empresarial, con un catálogo de despropósitos populistas sobre la fiscalidad o la duración de la jornada laboral; renegar el transporte aéreo en cualquier circunstancia y lanzar la idea de que el Estado puede encargarse del futuro de todo el mundo no solo constituye una monumental falacia, sino que además avanza en una deriva populista indigna de una democracia occidental y más propia de regímenes caribeños y latinos.
La realidad económica española no se resume en los datos falsos que el Gobierno difunde desde instituciones sometidas a sus necesidades, sino en aquellas ya tan escasas que mantienen su autonomía, bien por la dignidad de sus responsables, bien por su condición internacional.
Y todas ellas dibujan un escenario terrible de deuda, déficit, inflación, paro y contracción que limitan la capacidad de prosperar de España y hacen inviable la propuesta intervencionista y clientelar que desgraciadamente encarna ya la izquierda española.
Si todo ello es ya desasosegante, que solo sea el previsible comienzo de una pinza entre el populismo y el separatismo dispara las alarmas. Porque a la planificación intervencionista ya expuesta sin pudor alguno se le añadirá, si prospera el contubernio, la debilitación extrema de las costuras constitucionales y la apertura, por la puerta de atrás, de un nuevo periodo constituyente, impuesto a la fuerza por quienes, simplemente, creen que la destrucción de España es la única manera de ver nacer sus repúblicas sectarias.
El desafío a la sociedad que representa esta agrupación de desleales tiene pocos precedentes y, si culmina, puede darse por hecho que vendrán tiempos duros de dificultades económicas, políticas e institucionales, sustentados en el frentismo, la crispación, la búsqueda de enemigos imaginarios y el blanqueamiento de las peores concesiones y sus graves consecuencias.