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Los bonsáis de Pedro Sánchez

Debajo de los adoquines no estaba la playa, como se dijo entonces, sino la ideología de género, la minusvaloración del derecho a la vida y de la dignidad del ser humano, el pensamiento líquido de la posmodernidad y el relativismo

Actualizada 12:39

Seis Ministerios bonsái forman parte del Gobierno de Pedro Sánchez. ¿Qué es un Ministerio bonsái? Un organismo innecesario que –gestionando competencias que en otros momentos pertenecieron a Ministerios más importantes y de más solera– nace para dar una cartera que satisfaga compromisos políticos externos (con Unidas Podemos) o internos (con las organizaciones territoriales del PSOE). Poco importa el incremento del gasto público que todo Ministerio bonsái lleva consigo ineludiblemente.

Sin detenernos en el conocido ejemplo de Consumo (un juguete de Ministerio, con 57 millones de presupuesto, para contentar a Izquierda Unida con lo que fue en tiempos una Dirección General), nada refleja mejor la proliferación de bonsáis como lo ocurrido en el ámbito de Educación, Universidades, Ciencia, Cultura y Deporte, competencias que estuvieron agrupadas en un único Ministerio en el Gobierno de José María Aznar, con Esperanza Aguirre de titular.

A pesar de que esas competencias, en su día agrupadas, están en gran medida transferidas a las Comunidades Autónomas (que, por ejemplo, en Educación gestionan el 88 % del gasto público total), Pedro Sánchez no parece poder gobernar sin un Ministerio de Educación y Formación Profesional, otro de Universidades, otro más de Ciencia e Innovación y finalmente otro de Cultura y Deporte. Cuatro donde hubo uno en el periodo 1996-1999.

Los titulares de esos bonsáis están sin duda encantados con las prerrogativas y honores del cargo, que son los mismos que los de Ministerios con más tradición, presupuesto y relevancia política. Lo comprendo, salvo en el caso de Manuel Castells, ministro bonsái de Universidades, cuya reconocida trayectoria académica internacional se compadece mal de su gestión al frente de dicho Ministerio. Meses y meses de actividad ignota; y eso en un Gobierno que vive de titulares y ocurrencias, permanentemente renovados para tapar en lo posible una gestión muy deficiente y sectaria de los asuntos públicos.

Los bonsáis de Pedro Sánchez 24-10-21

Lu Tolstova

El Ministerio no da mucho de sí. Su presupuesto es de 543 millones de euros (incluyendo 308 millones para investigación), un 45 por ciento menor que el presupuesto para universidades de la Comunidad de Madrid (988 millones de euros). Sólo dependen directamente de ese Ministerio dos universidades, la UNED y la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, de Santander. Son las comunidades autónomas las que financian el 75 por ciento, aproximadamente, del coste de las universidades públicas ubicadas en sus territorios.

Y cuando, saliendo de su letargo, Castells se decide a gobernar, presenta unas iniciativas legislativas discutibles. La Ley de Convivencia Universitaria tiene aspectos positivos como las medidas rigurosas contra las novatadas, el acoso sexual y el plagio (no retroactivas, como toda norma sancionadora, por suerte en el caso del plagio para el presidente-doctor), pero cede al populismo al no quitar la beca a quien cometa fraude académico copiando. La Ley Orgánica del Sistema Universitario ha suscitado la crítica de una parte importante de la comunidad universitaria, desde los rectores hasta las asociaciones de estudiantes. No parece muy razonable que se pueda llegar a rector de una universidad sin ser catedrático.

El Ministerio de Igualdad que creó Zapatero renace como bonsái, cual ave fénix, en el Gobierno de Sánchez, con un presupuesto de 472 millones de euros. Entregado al sector podemita del Ejecutivo y dirigido por Irene Montero, ha sido una fuente incesante de ocurrencias y de excentricidades, al amparo de la ideología de género, la nueva bandera de la izquierda occidental cuando plegó las que representaban sus reivindicaciones históricas, y muy respetables, en defensa de los más desfavorecidos de la sociedad.

Tras Mayo del 68 se volvió más fácil para algunos ser de izquierdas, ir de «progre» y disfrutar de la vida sin remordimientos de conciencia. Hasta entonces una persona que se considerase de izquierdas debía, en alguna medida –aunque siempre hubo notorias excepciones–, predicar con el ejemplo en su solidaridad con los más desfavorecidos y denunciar las injusticias de la economía capitalista, lo que no siempre era agradable y podía ocasionar perjuicios en las relaciones sociales. Mayo del 68 les liberó de todos estos problemas, tan antipáticos para una persona progresista con posibles. Debajo de los adoquines no estaba la playa, como se dijo entonces, sino la ideología de género, la minusvaloración del derecho a la vida y de la dignidad del ser humano, el pensamiento líquido de la posmodernidad y el relativismo.

Luis Peral Guerra fue consejero de Educación de la Comunidad de Madrid

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