El beso que no se dio
Simonetta murió con apenas 23 años, a causa de la tuberculosis. Botticelli nunca pudo darle un beso, pero el protegido de los Médicis no renunció a tomarla como modelo
Este 13 de abril, como en los últimos años, se celebra el Día Internacional del Beso. El origen, algo mamarracho, no viene al caso. Su trasfondo cultural, sin embargo, resulta fascinante. El nacimiento del gesto en Occidente quizá se remonte al siglo IV a.C. Fue en aquel momento cuando lo importaron los soldados de Alejandro Magno desde la India, la última frontera del mundo. Ningún otro ejército ha rentabilizado tanto sus conquistas. De trinchera o de tálamo.
El beso responde así a una expresión de la cultura, si bien siempre queda abierta una nefasta posibilidad: que tras el desmentido de cualquier merluzo universitario, Nature desvele un gesto natural en los primates al que el ser humano apenas le habría añadido literatura.
La idealización en Platón del beso, que confunde a los amantes en la verdad divina, convive con la ambivalencia judeo-cristiana. El Cantar de los cantares diferencia entre un contacto profano y otro divino. Judas entrega al Maestro con un beso (Mateo 26:49). Hasta el Renacimiento ambas tradiciones, pagana y cristiana, no confluyeron definitivamente. Marsilio Ficino (1433-1499), a quien Cosme de Médicis cedió una villa en Careggi para fundar una nueva Academia, sublimó el concepto de beso como intercambio de espíritus o corazones. También desarrolló la idea del mors osculi o el beso de la muerte que simboliza el desvalimiento por el amor no correspondido. En primera persona lo ilustró otro Médici, Giuliano, perdidamente enamorado de Simonetta Vespucci, una mujer casada a la que no podía entregarse. Giuliano se consagró a un amor imposible, de cuyas virtudes daría cuenta después El Cortesano de Castiglione, en el transcurso de unas justas. En este torneo el pintor Sandro Botticelli diseñó su estandarte. El mismo artista también lo retrataría con expresión melancólica y en la significativa compañía de una tórtola. Desde la antigüedad se tenía al ave como símbolo de la fidelidad amorosa. Se decía que estas palomas no volvían a aparearse tras la muerte de su pareja. Su definitivo luto lo sellaban no volviéndose a posar sino sobre ramas secas.
Al igual que Giuliano, Botticelli cometería dos errores, que diría el tío Clint (Eastwood, por supuesto). En primer lugar, incumpliría el deber sagrado de todo paisajista, que debe abstenerse de formar parte del paisaje. En otras palabras: se enamoró de la aludida mujer casada, a la que convirtió en protagonista de la mayor parte de sus cuadros. La segunda equivocación pasó por serle fiel a este amor el resto de su vida. Simonetta murió con apenas 23 años, a causa de la tuberculosis. Nunca pudo darle un beso, pero el protegido de los Médicis no renunció a tomarla como modelo. Siguió pintando Vírgenes que asemejaban Venus pudorosamente vestidas. Continuó inmortalizando diosas paganas con la inocencia de Eva antes de probar la fruta prohibida. Sandro murió un cuarto de siglo después y está enterrado en la iglesia florentina de Ognissanti. A los pies del sepulcro de la muchacha más bella de su época. Se puede discutir la conveniencia del amor platónico, pero la última voluntad de un cristiano siempre se respeta.
Hay un hermoso poema de Amalia Bautista. Culmina con palabras de piedra: «Al cabo, son poquísimas las cosas/ que de verdad importan en la vida:/ poder querer a alguien, que nos quieran/ y no morir después que nuestros hijos». Las dos primeras incluyen los besos que llevamos en el alma. Los cantó Chavela Vargas en La Llorona y nunca se apartarán de nosotros. Son el último que a algunos aún nos tiene que dar nuestra madre y el primero que sí le dimos a nuestra Simonetta. Feliz Día del Beso.
- Álvaro de Diego es director del Departamento de Periodismo y Narrativas Digitales de la Universidad CEU San Pablo