Sánchez, el sonatillo incansable
Desde su mal fario, Sánchez se ha propuesto dejar tras de sí una España desesperada, desguarnecida y mediocre a la que no conozca ni la madre que la parió
En mi juventud más joven, o sea en la prehistoria, había un par de compañeros de tronío considerados gafes. Se contaban tremendos ejemplos de su gafancia y, como débil defensa, los motoristas de sus periódicos procuraban escaquearse a la hora de recoger a domicilio sus colaboraciones; quedaba tiempo para el fax y el e-mail ni se soñaba. Cuando llegaban los mensajeros ante las puertas de los ilustres se decía que apretaban un trozo de madera en la mano izquierda (era fama que servía un lápiz) mientras recogían el sobre del artículo con la mano derecha. Tocar madera se consideraba el mejor antídoto contra el mal fario y si al tiempo se susurraba «lagarto, lagarto», mejor. El estigma de la gafancia recayó incluso en un miembro de la RAE al que, para no nombrarlo, llamaban ZZ por la insistencia de esa letra en su apellido. En las reuniones académicas los inmortales procuraban no despegar la mano de la mesa o de la pata del sillón. Los gafes haberlos hailos como las meigas en Galicia. Siendo escéptico en la materia, la verdad es que no dejaba de tomar ciertas precauciones, por si acaso.
Un experto en gafes es mi admirado Alfonso Ussía. Gracias a él sé que hay cuatro tipos de cenizos: gafe, supergafe, sonatillo y manzanoide. Los dos últimos son más peligrosos pero la diferencia entre ellos no es pequeña. El sonatillo da mala suerte, pero él queda libre del mal, mientras el manzanoide comparte las calamidades que provoca. Hace tiempo que estoy convencido de que Sánchez, nuestro impar presidente, es un sonatillo tipo, un sonatillo de muy buena calidad.
Nunca se produjeron en España más tragedias, desgracias y calamidades continuadas que desde que Sánchez llegó a la Moncloa echando a Rajoy con un pacto impresentable que, por la manipulación de una sentencia que le proporcionó un juez sumiso, se convirtió en un golpe parlamentario de libro. La pandemia la padeció y la padece el mundo, pero España cuenta el mayor número de muertos per cápita, y recibió el virus sin materiales suficientes ni adecuados. Sánchez se inventó un «Aló presidente» para entrar en nuestras casas desde todas las teles, un castigo más en nuestro aislamiento, pero cargó la responsabilidad de la respuesta en las autonomías. No visitó hospitales, ni residencias de ancianos ni a familias que habían perdido seres queridos en soledad. Él a la propaganda que es lo suyo. Sánchez decidió estados de alarma considerados inconstitucionales por la Justicia. ¿Se puede recibir un varapalo mayor? Ni pío.
Luego llegaron las riadas masivas alternadas con la pertinaz sequía, y nos atacó fuerte la borrasca Filomena. Vistas panorámicas desde el Super Puma y ya está. Más tarde se enfureció el volcán de La Palma, tranquilo desde hacía medio siglo. Y, después, la generalizada invasión de la calima que, como síntoma de gafancia, adelantaba la decisión de Sánchez sobre el Sáhara. Padecemos los peores datos económicos de Europa, la recuperación más lenta, la inflación disparada (ya meses antes de la guerra de Ucrania), la deuda más abultada… Las dotes de Sánchez como gafe son meritorias. Cada vez que visitaba La Palma para prometer lo que no ha cumplido se agotaban las astillas y los lápices. Hay que hablar con los palmeros.
En las relaciones internacionales Sánchez ha demostrado también la eficacia de su gafancia. Hizo el paseíllo con Biden, que resultó ridículo, y se inició la caída en popularidad del ilustre anciano que no ha detenido ni la guerra en Ucrania, que, por cierto, con un Putin que se cree el zar de todas las Rusias y la tragedia humana como fondo, es una sucesión de fake news en la que nadie dice la verdad. Como a Sánchez le gusta el Falcon visitó a varios colegas europeos (ellos utilizan videoconferencias) para proponer un plan que luego la UE no aprobó. Recibió en España al jefe del Polisario y cabreó a Marruecos, rectificó –contando sólo con su mismidad– la política sobre el Sáhara y agravió a Argelia, y ello no le sirve para que en Washington le tomen en serio; siguen sin invitarle a las reuniones fetén porque ni el Departamento de Estado ni la CIA se fían de un Gobierno con comunistas. Se postró ante el Rey de Marruecos para formalizar su canguelo y consintió que la bandera de España apareciese con el escudo nacional boca abajo que, como saben los vexilólogos, significa rendición. ¿Hizo algo para evitarlo? No, él al cuscús.
Otras noticias sobre la eficacia de Sánchez como sonatillo. Presentó un plan en la UE, junto a su colega portugués, buscando una resolución urgente para contener el precio energético y aún esperamos. Costa se preguntará cómo se le ocurrió tal compañía; alguien le habrá informado ya de la gafancia. Apostó activamente por Anne Hidalgo en las elecciones francesas y no llegó al dos por ciento de los votos. En su día mostró su apoyo a Hillary Clinton y pasó lo que pasó. Los supercenizos no se resisten a ayudar a candidatos en elecciones foráneas. Zapatero que, se dijo en su día, también pertenece a la gafancia, aunque le catalogo como manzanoide, es responsable del fin de la reconciliación lograda en la Transición. Respaldó en su día a John Kerry y a Ségolene Royal y sufrieron graves reveses electorales.
Sánchez atesora una gafancia incansable. Además es un mentiroso pertinaz. Miente incluso cuando está convencido de que dice la verdad. Él y su otro yo. Engañó a su electorado y engaña a los españoles, incluso a sus socios y a su Gobierno. Desde su mal fario se ha propuesto dejar tras de sí una España desesperada, desguarnecida y mediocre a la que no conozca ni la madre que la parió. Con ello amenazó Alfonso Guerra en 1982 cuando el PSOE ganó ampliamente las elecciones. Pero Guerra no era gafe. La soberbia de Sánchez, su mediocridad y su gafancia son un cóctel letal. Pero a él no le afecta y vive feliz de haberse conocido.
- Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando