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En Primera LíneaJavier Junceda

Orden «poscoronial»

La cultura de la cancelación impone también aquí ese silencio de camposanto, desdeñando cualquier referencia a lo espiritual

Actualizada 01:30

Markus Gabriel, pensador europeo del momento, apuesta por un nuevo orden mundial tras el coronavirus. Sostiene que las sociedades «poscoroniales» tendrían que orientarse más hacia la sostenibilidad, la justicia distributiva y la solidaridad, entre otros valores que mejoren las condiciones sociales en cualquier nación. Si hemos sido capaces de contener la pandemia y de hacerlo reforzando los lazos colectivos, dice, es posible fundar con esos mimbres una nueva globalización que responda a principios éticos irrenunciables y sirva para conjurar males mucho peores, como el cambio climático o la pobreza extrema.

Esa moderna normatividad universal bajo la cual debiera la humanidad de cobijarse, pasa por robustecer la cooperación internacional, por un futuro «mercado del bien» o capitalismo llamémosle decente, y por una «moral progresista» que corrija los déficits que han ido aflorando con las sucesivas crisis, superándolos mediante una reflexión ética y filosófica. La libertad o la democracia, sin embargo, no parecen exportables para él a todos los rincones de la tierra, no vaya a ser que provoquen rechazo en aquellos lugares donde no haya tradición a la hora de respetarlos, por tratarse de algo genuinamente occidental.

En las conferencias que este autor impartió sobre su peculiar orden «poscoronial» en el Tecnológico de Monterrey, luego editadas, no dedica ni un mísero párrafo a la moral cristiana, ni aun al hecho religioso en general, pese al poderoso influjo que tienen en infinidad de criterios que nutren ese rutilante modelo al que cree que el mundo debe encaminarse. Como es habitual entre no pocos intelectuales contemporáneos, la cultura de la cancelación impone también aquí ese silencio de camposanto, desdeñando cualquier referencia a lo espiritual. En su caso no es ninguna sorpresa, porque ya nos había informado en otra obra anterior que la moralidad se justifica por sí misma, sin necesidad de apelar a Dios, a la evolución o a la razón humana.

Javier Junceda

Lu Tolstova

Ninguna de las nociones que incluye Gabriel en su anhelado mañana cuenta con raíces desvinculadas de ese decisivo factor inmaterial que omite. Como escribe Rafael Domingo Oslé en su monumental libro Derecho y Trascedencia, el bien común, la dignidad, la solidaridad, la responsabilidad, el respeto a la naturaleza o los derechos civiles y sociales han sido logros identificados desde siempre con el ideario católico. Detrás de ellos están desde la integración europea tras la última Guerra Mundial hasta la caída del comunismo después de la Guerra Fría, sin citar los innumerables movimientos en favor de grupos desfavorecidos o iniciativas dirigidas a generar un planeta más participativo, cohesionado y habitable.

Se olvida el célebre docente alemán que situar en el centro a la persona, como se deduce de su quimérico planteamiento «poscoronial», ha sido, es y será un objetivo primordial del catolicismo. Desconocer o no estar familiarizado con cuestiones tan elementales como esta es como ignorar en el caso de un arquitecto la clase de suelo sobre el que pretende construir una estructura, parafraseando al profesor Domingo.

Estas corrientes materialistas del pensamiento suelen hacer de la verdad científica la única religión posible. Incluso Gabriel lo censura, aunque luego lo incumpla paradójicamente a la hora de no revelar el origen espiritual de muchos de sus postulados. Esa suprarracionalidad de la que habla Domingo Oslé no existe para quienes confían que todo sea explicable a partir de la técnica o de unas humanidades liberadas de cualquier contaminación religiosa.

Abordando los milagros de Fátima en un inolvidable debate en La Clave, Gonzalo Fernández de la Mora respondió con serenidad y elegancia a las acometidas de un ilustre filósofo que insistía en su completa ausencia de justificación física, replicando que «sabemos tan poco de casi todo, mi querido amigo…». Algo así procedería contestar hoy a esa colección de soberbios que consideran que el hombre es Dios y son incapaces de reconocer con modestia y humildad las profundas insuficiencias del conocimiento humano, que sigue sin explicar incalculables enigmas que continúan sin descifrarse pese a los extraordinarios avances que hemos experimentado en los últimos años.

Desconozco el porvenir que nos espera en la época «poscoronial» o si discurrirá por los derroteros que patrocina Markus Gabriel. Lo que está claro es que no dejan de constituir aspiraciones cristianas de toda la vida, pese a que se oculten.

  • Javier Junceda es jurista y escritor
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