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En primera líneaJuan Van-Halen

Y Sánchez lo volvió a hacer

Votar a Sánchez es votar a ciegas. Otra vez las trampas, las trapacerías, las mentiras. Sánchez es así. Y lo volvió a hacer

Actualizada 01:30

Gozamos una democracia plena, de libertad de expresión, y periodistas a quienes admiro, de ideas y planteamientos ideológicos distintos, a veces se atrincheran tras la anécdota, el juego de palabras o la gracieta para no entrar al toro de la preocupante situación que vivimos. No es la línea general, por fortuna gozamos de muchas jugosas opiniones. El periodismo es un termómetro social. Y me pregunto a qué se debe la desconexión entre la temperatura social y la contada.

No ha vivido España, al menos en mi ya larga trayectoria, una coyuntura nacional de tanto riesgo como la actual en la que se unen una economía cojitranca, una cesta de la compra inasumible, un gasto público desmesurado, un paro inocultable con patrañas, una deuda que llegará a nuestros nietos y unas expectativas políticas marcadas por minorías que no asumen la Constitución ni el sistema. Tememos a dónde se nos lleva. Conducen a los ciudadanos, ya sin disimulo, hacia el desastre sin más responsabilidad que la nuestra. Y en una Monarquía el primer ciudadano es el Rey.

Hace tiempo que Sánchez no puede salir a la calle sin recibir abucheos. Llegaron unas elecciones debidas a su interés personal para que, tras la derrota del 28-M, no se le desmandase su partido, y consiguió muchos millones de votos. ¿Por una masiva movilización de la izquierda y un retraimiento de la derecha? Nadie lo previó. El deseo de que Sánchez dejase la Moncloa era aparentemente mayoritario. En su día titulé un artículo «Busco una explicación». Sigo buscándola. No existe precedente de que las empresas demoscópicas más prestigiosas se equivoquen al unísono. Soy de los tozudos que miran con desconfianza el voto por correo. En todo caso ya es agua pasada. No quiero que se me tilde de conspiranoico. Pero, como las meigas gallegas, «haberlas haylas».

Ilustracion: corderos, psoe

Paula Andrade

El 23-J hubo partidos que cumplieron lo que se esperaba de ellos y otros no. En la izquierda ya sabemos que el PSOE se quedó muy corto y más menguado resultó Sumar respecto a Podemos. Sumar fue un invento de Sánchez para pagar no se sabe qué servicios a Yoli, la chulísima, una mixtura de exageradas efusiones afectivas y pasarela de modelos. Ha acudido a su audiencia con Puigdemont en Waterloo, sede de la fantasmagórica «república catalana», una vergüenza para un Gobierno que fuese decente. Pero no es el caso. Mientras, su negativa a hablar con Feijóo evidencia su pequeñez; es una meritoria que se cree diva, alzada por Iglesias al que traicionó. Acaso esa traición y su comportamiento con Irene Montero y Echenique sean los servicios que le pagó Sánchez. En Cataluña ERC perdió muchos escaños, Junts bajó y CUP desapareció. Rufián se aferró al Congreso tras ser derrotado el 28-M en su intento de ser alcalde de Santa Coloma de Gramanet. Le mola Madrid, sobre todo los restaurantes de postín que pagamos todos.

En el espacio de la derecha el PP ganó 48 escaños, su mayor subida en muchos años, y Vox perdió 19 en una legislatura. Si Vox hubiese mantenido sus escaños o perdido menos, la derecha, con sus dos cabezas, gobernaría sin problemas. Abascal debió callarse aquello de que tras las elecciones impondría en Cataluña un artículo 155 permanente o casi. El terremoto que produjo esa amenaza basculó el voto catalanista hacia el PSOE que consiguió 19 imprevisibles escaños, decisivos para las cuentas de Sánchez. En campaña los partidos no sólo deben dirigirse a sus votantes sino al conjunto social. Es lo que hizo Feijóo y Vox se lo afeó. Tras errores innegables como la falsa playa y, sobre todo, su confianza en las encuestas, el PP no llegó al resultado deseado pero sumó muchos escaños. Y ganó, por más que en la España de Sánchez el que pierde proclama gozosamente su victoria.

Ahora no se recuerda que Sánchez lo volvió a hacer. Es pertinaz en lo suyo. Un resistente sin escrúpulos. Ante las elecciones de 2019 prometió que no pactaría con Podemos ni con Bildu –«si quiere se lo repito diez veces» insistió a un periodista– y remachó que no podría dormir si lo hiciera. En las elecciones del 23-J, aclarado que su socio sería Sumar, ocultó a los electores que a cambio de conservar su colchón de Moncloa estaba dispuesto a vender la unidad nacional y la Constitución si le pedían decisiones inconstitucionales como la amnistía y el referéndum, y si viniese al caso vendería el sistema acordado por los españoles. Votar a Sánchez es votar a ciegas. Otra vez las trampas, las trapacerías, las mentiras. Sánchez es así. Y lo volvió a hacer.

Me pasan un video en el que un periodista –ni del periódico, ni de la cadena radiofónica, ni de las televisiones caseras– pregunta a los asistentes a una manifestación socialista por una realidad conocida como es la ley del 'sólo sí es sí', y los preguntados, cada vez más inquietos, incluso amenazadores, le contestan: «Eso es mentira», «no hay ni un violador en la calle», «eso es cosa de fascistas», «no hablamos con fascistas», y todo así. Este país tiene mal arreglo. O no lo tiene. La sociedad calla, los sindicatos comprados no se movilizan contra la subida de precios, el paro, el cierre de empresas... Me recuerda a la película El silencio de los corderos. No por la trama sino por su título. El momento, que es para gritar, encuentra a la sociedad española convertida en un gran rebaño de corderos silenciosos.

  • Juan Van-Halen es escritor. Académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando
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