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En primera líneaRicardo Martínez Isidoro

Veinte años después, Irak

La fuerza española, no solo la Brigada asignada a la División Multinacional (Cuartel General en Babilonia), poseía unas reglas de enfrentamiento (ROE) muy estrictas, que se cumplieron con exactitud, incluso cuando la base española en Nayaf fue duramente atacada

Actualizada 01:30

No se trata de continuar la historia relatada, como en la célebre novela de Alejandro Dumas, sino de establecer los verdaderos parámetros de aquella, una vez más, en este aniversario significativo, distorsionado y utilizado, de nuevo, en la eterna y despiadada lucha política en España.

Esta perspectiva es la de un oficial general que tenía, por otorgación, la responsabilidad de representar al Jefe de Estado Mayor de la Defensa en todo el Teatro de Operaciones de la Operación Iraki Freedom, iniciada con la invasión de Irak por Estados Unidos y Gran Bretaña en la primavera de 2003, antecedente de la necesaria Operación de Estabilización que siguió a la operación bélica, y en la que era el segundo jefe de la División Multinacional Centro Sur, con Mando y Tropas, polacas, ucranianas y españolas, además de apoyos de varios países (cerca de la cuarentena).

Foto de las Azores

Lu Tolstova

La operación anglosajona inicial tuvo el impulso político de España, por decisión de su gobierno, legal y legítimo de entonces, como lo era el del presidente portugués Durao Barroso, que también figuraba en la «foto de las Azores», presidente del Partido Socialdemócrata y más tarde, de la Comisión Europea.

Las políticas de Defensa y de Exteriores son de Estado, y lo son, al menos, porque precisan del apoyo del conjunto del mismo, de sus políticos, de sus ciudadanos, especialmente, y del conjunto de la nación; los miembros de las Fuerzas Armadas que participan en las operaciones militares, consecuencias a menudo de aquellas, precisan sentirse prolongación del Estado, y no de una mera manipulación política, como fue el caso hace 20 años.

Los que participábamos en la operación de estabilización en Irak en los años 2003/4 lamentábamos la situación de enfrentamiento político que se vivía en España, con una extrema izquierda e izquierda desencadenadas contra la participación española en la operación de estabilización, una vez decidida por el gobierno y recomendada en tres ocasiones por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, una previa a la citada participación española y otras dos antes de su repliegue ordenado por el entonces presidente Rodríguez Zapatero.

La sensación en la coalición, en la que participábamos junto a 40 países de todos los continentes, fue de cierta desolación militar ante el abandono de una tarea de responsabilidad como era la de restablecer las posibilidades de reiniciar en Irak una nueva senda de vida, después de las desafortunadas medidas tomadas por el embajador Paul Bremer, impuesto por EE.UU. como máximo responsable del Irak post Sadam Husein.

La fuerza española, no solo la Brigada asignada a la División Multinacional (Cuartel General en Babilonia), poseía unas reglas de enfrentamiento (ROE) muy estrictas, que se cumplieron con exactitud, incluso cuando la base española en Nayaf fue duramente atacada, acción que se repelió haciendo uso de la legítima defensa; en ningún caso el dispositivo español disponía de armas ofensivas, como artillería y carros de combate, siendo el calibre máximo presente de 30 milímetros.

No fue una misión de paz de carácter humanitario, sino de estabilización, después de un conflicto; los partidos políticos de izquierda y de extrema izquierda, utilizaron la ocasión para desencadenar su batalla política contra el gobierno, movilizando la calle hasta límites intolerables, ignorando la fase de las operaciones en que se encontraba la Fuerza, en absoluto de guerra, como se proclamaba, y desinformando sobre las autorizaciones de las Naciones Unidas, con sus repetidas llamadas a la comunidad internacional para la reconstrucción de Irak.

El efecto sobre la moral de las tropas pudo ser nefasto, si no hubiera existido el convencimiento en ellas de la legitimidad y conveniencia de la participación española, corroborado por el contacto de aquellas con la situación de los iraquíes, verdaderamente terminal en todos los aspectos sociales, judiciales y políticos.

Otra gran pérdida provocada por el repliegue español, en otro orden de cosas, fue el abandono de los cuatro batallones hispanoamericanos que encuadraba la brigada, el de la República Dominicana, Salvador, Nicaragua y Honduras, magníficos soldados, una vez lograda la necesaria cohesión y dotación por los Estados Unidos de su armamento, transmisiones y vehículos, después de un arduo litigio con los Marines, a los que se relevó en agosto de 2003; se perdió también una magnífica oportunidad para encuadrar, en otras operaciones, a estos países hermanos.

Sin duda que la fina observación central de los terroristas de obediencia islámica, en contacto con los que operaban en Irak, «Al Qaeda del País de los Dos Ríos», merced a la globalización de su lucha y a los medios para conducirla, no perderían la ocasión para interpretar que un gran atentado en España, en una campaña electoral montada sobre la participación española en Irak, haría fracasar la opción del gobierno, aunque esto no es más que una hipótesis, plausible en cualquier caso.

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