De corrupciones, robos y perdones
Marisu exige que se le pida perdón a Magdalena Álvarez, que supo de las desviaciones de fondos desde su cargo en la Junta de Andalucía, pero la vicepresidenta no recuerda que el PSOE no ha pedido perdón nunca
Cada vez que aparece Marisu Montero a abroncarnos en las televisiones casi me acoxono. ¡Qué pegada! Quedamos como tontos menos ella que nos señala el camino correcto. Y con esa imponente voz de trueno cantarín, no precisamente agradable. A la vicepresidenta le ha llegado el arte de la mentira –tiene un buen maestro– y nos quiere engañar. Que Marisu sea vicepresidenta primera del Gobierno es una anomalía y que con su experiencia de gestora sanitaria en hospitales pasase de Salud a Hacienda en Andalucía y luego a llevar las cuentas del Estado parece escasa garantía de acierto. Léanse las experiencias de sus antecesores de unos u otros colores.
Recientemente la vicepresidenta exigió en las teles a la derecha que pidiera perdón por haber inventado la corrupción en los ERE de Andalucía, y ello porque el Tribunal Constitucional, convertido impropiamente en instancia de casación superior porque así le salió de la toga a don Cándido, anuló una de las condenas de Magdalena Álvarez. ¿Y los demás? ¿También se anulará la pena del que tenía bajo la cama tanto dinero «como para asar una vaca»? ¿Y quedará como un querubín el que, entre otras actividades, compraba la droga o contrataba las putas? ¿Y quienes se jubilaban en una empresa, primados por la Junta de doña Marisu, sin haberla pisado? Resulta que para Marisu y su tropa no existió la mayor corrupción en Europa por cantidad afectada, por perjuicios, y pérdidas de los trabajadores con dinero de todos.
Marisu exige que se le pida perdón a Magdalena Álvarez, que supo de las desviaciones de fondos desde su cargo en la Junta de Andalucía, pero la vicepresidenta no recuerda que el PSOE no ha pedido perdón nunca. Ni a Francisco Camps ni a Sonia Castedo, por poner dos ejemplos entre tantos. Castedo era alcaldesa de Alicante, fue acusada de cohecho y tráfico de influencias. Luchó durante quince años y al final fue declarada inocente. Camps sufrió una persecución incansable durante dieciséis años. «El País» dedicó a su caso 169 portadas. Sus diez causas acabaron en el reconocimiento de su inocencia. ¿Y ahora qué? ¿«El País» hará un número especial retractándose? ¿El PSOE pedirá perdón? Claro que no. Camps, Castedo y tantos más sufrieron condenas mediáticas y partidistas y muchos años después recibieron la declaración de inocencia de una Justicia lenta que parece que nunca ha de rendir cuentas del sufrimiento ajeno.
Para la lógica de Marisu, su jefe y su partido, los suyos son los buenos y el resto son los malos, incluso con un muro levantado entre los suyos y los demás. Los buenos son Griñán, Chaves y los socialistas enjuiciados y condenados por corrupción en cualquiera de sus formas, desde Josep María Sala condenado en el «caso Filesa» por financiación delictiva del PSOE, que tras la cárcel volvió a la Ejecutiva del PSC como secretario de Formación, menuda burla, hasta la incógnita de cómo acabarán los casos últimos de Koldo, Tito Berni o Ábalos, cada vez más contra las cuerdas, y la desembocadura de las investigaciones sobre Begoña Gómez y David Azagra, mujer y hermano de Sánchez.
La misma todopoderosa vicepresidente primera Marisu Montero declaró en RNE –todo sigue quedando en casa– que su principal tarea es la condonación de la deuda de la Generalidad de Cataluña por valor de 15.000 millones de euros. La deuda se condona, pero hay que pagarla. La cuestión es quién la paga. Será asumida por el Gobierno, y esos 15.000 millones los paguemos usted, lector de cualquier parte de España, su vecino, mi vecino, y yo. Señaló Marisu que así cumplían el pacto firmado con ERC y con el conjunto del independentismo catalán. Objetivo: que Sánchez continuase en Moncloa. Se cargan la solidaridad interterritorial. Una vergüenza que en un país de ciudadanos libres e iguales supondría la toma de las calles. Ocurrió por mucho menos ya en la Francia de Macron. Pero España cada vez es más un paisaje en el que pace un rebaño dócil, desorientado, en donde parece existir un déficit de neuronas.
¿Dónde quedó aquella memez insultante del «Espanya ens roba»? ¿Quién roba a quién? Los españoles de las demás regiones se sentirán asaltados, como por los bandoleros de Sierra Morena de antaño, al tener que pagar la irresponsabilidad y la falta de rigor en las cuentas de los dirigentes de la Generalidad de Cataluña. Yo me siento robado y asqueado, tratado como un tontolaba, porque mientras los dirigentes independentistas abren embajadas para colocar a sus amigos y hacer propaganda contra España, aquí en Madrid, el lugar en el que vivo, los políticos no desperdician un euro, construyen la empresa común, que es un futuro mejor para todos, y no ahondan las diferencias sino que reafirman lo que une. Y contribuyen decisivamente a la solidaridad interterritorial.
La derecha tiene de una vez que dejar de hacer el panoli. Esa nueva afrenta al conjunto de los españoles que supone la condonación de la deuda catalana, de 15.000 millones de euros nada menos, para que la paguemos todos, debería movilizar una respuesta contundente y eficaz. La derecha parece dormida mientras la amenazan, le toman el pelo, y en definitiva la dividen y la hunden. Los líderes no lo son porque se lo llamen los demás o ellos se lo crean. Los líderes lo son por algo acaso misterioso, íntimo y firme que es saber ejercer el liderazgo. Si se llega tarde a eso se ha perdido la partida y, en el caso concreto de España, el futuro.
Frente a los traidores, a los falsarios y a los pícaros hay un momento en que no sirven las buenas maneras. Cómo estará el patio que me intranquilizan los reiterados sobeteos de Yolanda Díaz al rostro de Borja Sémper con esa mirada cercana y caníbal a lo Lauren Bacall. Pero menos.
Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando