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en primera líneaJuan José Gutiérrez Alonso

Arribistas, burgueses, farsantes y cortesanos

Basta echar un vistazo alrededor para comprobar que no hay una sola idea nueva en circulación, nada que justifique un optimismo ciego mientras no pocas incertezas que rápidamente se tornan en amenazas abundan por doquier

Actualizada 08:48

Tenía pensado titular Contra toda esperanza, pero al final decidí una alternativa que si acaso transmite mejor lo que pretendo compartir.

Se puede discutir, pero muchos estarán de acuerdo con que algo anda muy escacharrado en Occidente, o lo que queda de él. Nos encontramos en plena transición hacia nuevos escenarios que van fraguándose progresivamente desde hace un tiempo mediante un cambio cultural que a muchos nos hará añorar un mundo pasado.

Arribistas


Lu Tolstova

Ignoro si llegaremos a las sensaciones que experimentaron ilustres como Joseph Roth con la caída austrohungárica, las de Augusto De Angelis con la llegada del fascismo en Italia, las de Ricarda Huch o Zweig con la irrupción del nacionalsocialismo en Alemania o las del propio Osip Mandel'štam con la llegada del comunismo en Rusia. Sin olvidar a Milovan Djilas ante el destrozo de su Yugoslavia o los millones de venezolanos que han perdido su país en un visto y no visto gracias al socialismo del siglo XXI.

Nos creemos especiales y no lo somos. Por eso estos procesos que buscan cambiar una sociedad de arriba abajo sin pedir permiso a los destinatarios, entre exorcismos y acusaciones de todo tipo frente a quienes advierten de sus peligros, avanzan sin que nadie ni nada pueda impedirlo.

Basta echar un vistazo alrededor para comprobar que no hay una sola idea nueva en circulación, nada que justifique un optimismo ciego mientras no pocas incertezas que rápidamente se tornan en amenazas abundan por doquier. Eso sí, cuando aparece una reflexión o denuncia en una determinada dirección es rápidamente arrollada. El discrepante y disidente convertido en extremista incluso en los diarios oficiales, y ya mismo en sentencia. Seguramente esto era lo que buscaban los progresistas cuando empezaron a teorizar sobre la necesidad de superar la neutralidad del Estado para convertirlo, esencialmente, en fuente de moralidad.

La confusión es tal, que en prensa y televisiones todos juegan, como advertía el sabio o corrosivo Balzac, a ese entretenimiento que consiste en coger las palabras y las ideas como pelotas para lanzárselas unos a otros como con raquetas mientras pasa el tiempo y se hace caja por prestar servicios y mantener las obediencias, sin aclarar nada y desconfiando del niño que avisa que el emperador anda desnudo.

No parece haber grandes esperanzas para el medio o largo plazo. Somos ya numerosos los que empezamos a tomar conciencia de que en las próximas décadas se nos va a arrebatar nuestro mundo. Los responsables creo que son quienes frecuentan y dominan nuestro espacio público, gentes que serían capaces de arruinar huérfanos o justificar los peores crímenes o abusos por mantener una posición, y decirnos sin embargo que lo demanda el bien común, el interés general y la importancia de las instituciones.

Ante esto, sinceramente, poco o nada se puede hacer. Entre arribistas, burgueses, farsantes y cortesanos, la sociedad ha sido atrapada. El margen para un viraje es mínimo, casi insignificante. Por eso cada cual debería empezar a pensar en su futuro y el de sus seres queridos como mejor considere oportuno. La factura puede ser muy elevada en caso de no hacerlo y quedar a expensas de la acción de no se sabe quién.

Como muestra de todo esto, nótese que estas últimas semanas han proliferado consignas tipo «la sociedad debe ser activa…», «la sociedad debe pensar más» o «la sociedad debe comprometerse…». Estas proclamas no significan nada, son el más absoluto vacío. Podría hacerse un esfuerzo de concreción, pero entenderíamos que no se comprende bien si quienes las enuncian pretenden una llamada a una implicación comedida, para que no cambie nada, o a una especie de revolución ma non troppo, para que tampoco suceda gran cosa.

No hay modo de hablar claro, pero entre tanto lenguaje críptico se desvela una realidad subyacente. Se duda ya del juguete de la democracia, se avisa incluso que la democracia puede matar la democracia. Tal vez se ignora que está difunta y sepulta, que es la auténtica verdad incómoda, la del botín, el estatus, la posición, la intriga y las influencias como armas de nuestro tiempo.

  • Juan José Gutiérrez Alonso es profesor de Derecho Administrativo de la Universidad de Granada
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