A la defensiva
El presidente del Gobierno está pagando el precio de su osadía. Se buscó unos socios imposibles para permanecer en el poder y se ha convertido en su marioneta
Son muchos los que elogian una supuesta habilidad y fortaleza de Pedro Sánchez para mantenerse en el poder y controlar los más altos órganos del Estado. Pero la realidad es bien distinta; estamos ante una estrategia defensiva basada en comprar su supervivencia política pagando el precio que le exijan sus socios separatistas y de extrema izquierda. Es la estrategia de la debilidad, que recuerda a los reyes de taifas que pagaban ‘parias’ a sus enemigos cristianos para comprar su continuidad en el poder.
En las democracias occidentales —y en la española desde 1977 hasta la llegada de Pedro Sánchez a la Moncloa— hay usos y prácticas no escritas que son clave para el mantenimiento de la estabilidad del orden constitucional. Una de ellas es no gobernar con los partidos que están abiertamente contra ese orden. Pero en su estrategia defensiva, Pedro Sánchez no ha dudado en hacerlo siempre que los ha necesitado y ha pagado el precio —las ‘parias’— que le han exigido con tal de asegurar su permanencia en el poder. Es la ruptura de un compromiso no escrito que durante 40 años ha cumplido el Partido Socialista.
Hay muchos ejemplos de esa estrategia defensiva, pero hay dos muy recientes que la simbolizan con claridad. Para amarrar el apoyo de los herederos de ETA a su gobierno, Pedro Sánchez pactó con ellos en diciembre una moción de censura para sacar de la alcaldía de Pamplona a la popular Cristina Ibarrola y sustituirla por el candidato de EH Bildu, Joseba Asiron. Es un cambio radical porque en cuarenta años nunca el PSOE hizo tal cosa; pero ahora sus dirigentes y militantes acatan la decisión del presidente con mansedumbre lanar.
Hay un segundo hecho que trasmite con claridad la imagen de la táctica defensiva y de cesión de Pedro Sánchez. A finales de julio se anunció un pacto entre el PSOE y ERC por el que el gobierno cedería a Cataluña la recaudación y gestión de todos los impuestos. La mayor prueba de hasta qué punto es impresentable el contenido de ese acuerdo con los separatistas es que, transcurridos casi dos meses desde que se anunció, no se ha hecho público y permanece oculto. Solo se han filtrado algunas generalidades y datos imprecisos. Es lógico deducir que una cesión inconfesable se esconde tras el eufemismo de la «financiación singular».
En su estrategia defensiva, el presidente del Gobierno evita el Congreso de los Diputados por temor a ser derrotado y para no tener que dar explicaciones. El ejemplo más cercano y escandaloso lo vimos el 27 de agosto cuando el ministro de la Presidencia presentó como un triunfo democrático que la Mesa del Congreso rechazara la comparecencia del presidente para informar a la Cámara sobre la entrada ilegal de Puigdemont en España, la avalancha de inmigrantes y las elecciones en Venezuela. Huir del Congreso forma parte de su estrategia defensiva.
Desprecia los usos y prácticas no escritas de las viejas democracias, como es rendir cuentas ante el Parlamento; unas normas sagradas, incluso en los momentos más graves de la historia. En noviembre de 1940, cuando los alemanes descargaban sobre Londres toneladas de bombas todos los días, Winston Churchill comparecía cada semana ante la Cámara de los Comunes para dar cuenta de la marcha de la guerra, que en ese tiempo era una cascada de derrotas para los ejércitos ingleses. Y lo hacía en Church House, lugar supuestamente más seguro que la sede del Parlamento en Westminster, pero con las cristaleras rotas por los efectos de las bombas y los diputados ateridos de frío y enfundados en abrigos y bufandas.
Churchill comparecía invariablemente cada siete días, y sus predecesores y sucesores lo han hecho durante siglos, no porque estuvieran presionados por una votación mayoritaria de los diputados, sino por la convicción de que en una democracia parlamentaria hay que dar cuenta a los representantes de los ciudadanos, pase lo que pase. Eso sí, fue un triunfo de la democracia; la votación del 27 de agosto fue una derrota.
Pero hay más. Pedro Sánchez lleva siete meses sin comparecer en el Senado porque en esa cámara el PP tiene mayoría, y huye de la crítica.
Algunos presentan el control que Pedro Sánchez ha conseguido de casi todas las instituciones como la prueba más evidente de su habilidad y su poder. Pero es todo lo contrario; es la mayor prueba de debilidad porque ese control lo ha conseguido gracias al apoyo de sus socios separatistas y radicales, que luego le fuerzan a utilizarlo en su beneficio para arrancarle todas las concesiones que le exijan, desde la amnistía al privilegio fiscal. Lo manejan como maese Pedro manejaba los hilos de las marionetas de su guiñol.
Quien no ha podido aprobar los Presupuestos de este año, es poco probable que consiga aprobar los de 2025. Ya tiene más de 40 textos legales atascados en el Congreso y en lo que va de legislatura solo ha conseguido aprobar siete. Pedro Sánchez da una falsa imagen de empuje y fortaleza política, pero la suya es una estrategia defensiva y de debilidad, propia de quien está dispuesto a entregar a quienes le apoyan lo que le pidan y más aún.
La debilidad de Pedro Sánchez, y no su fortaleza, acabará corroyendo la estabilidad del orden constitucional y nos podría llevar a lo peor de nuestro pasado.
- Emilio Contreras es periodista