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En primera líneaCarlos de Urquijo

¿Independencia para qué?

En definitiva, piden la independencia de boquilla porque saben que es un pésimo negocio, pero mientras la reclaman sacan partido del victimismo porque siempre encuentran un tonto al que camelar

Actualizada 09:40

Muchos medios de comunicación, salvo obviamente los nacionalistas, han saludado con alborozo los datos del último «sociómetro vasco», realizado el pasado mes de noviembre, en relación con el sentimiento independentista. Solo el 19% de los entrevistados se manifiesta partidario de la independencia, el porcentaje más bajo desde el año 2014 en el que se situó en su punto álgido con un 30%. No es para echar las campanas al vuelo, pero sin duda es un buen dato para los que rechazamos esa opción.

Independencia

Lu Tolstova

Conocida la información, conviene pararse a reflexionar sobre las razones de la disminución del independentismo. Normalmente un determinado pueblo aspira a la independencia cuando se siente sojuzgado por el Estado al que pertenece, Estado que, además de serle ajeno, pone en riesgo su identidad y supervivencia. Se da la paradoja de que actualmente en el caso vasco, aunque interesadamente no haya sido objeto de estudio sociológico alguno, los sojuzgados por el separatismo somos aquellos que, siendo vascos, no renegamos de nuestra condición de españoles.

Los partidarios de la independencia del País Vasco, con la excepción de un Ejército y un poder judicial propio, disponen de todo el aparato administrativo de un Estado-Nación: Parlamento, Gobierno, lengua propia, sistema educativo, policía, representación exterior, fiscalidad independiente y decenas de competencias más. De facto gozan de una independencia que desaparecería si abandonaran formalmente España y en consecuencia las ventajas de pertenecer a la Unión Europea y a su moneda única. En definitiva, piden la independencia de boquilla porque saben que es un pésimo negocio, pero mientras la reclaman sacan partido del victimismo porque siempre encuentran un tonto al que camelar.

Creo que es así como hay que entender la disminución del deseo independentista. Reclamación hasta tal punto cuestionada que el portavoz de EH-Bildu en el Parlamento Vasco, Pello Otxandiano, ha manifestado sorprendentemente el pasado uno de diciembre en una entrevista al principal medio escrito del País Vasco, lo siguiente: «Es el momento de avanzar hacia un Estado confederal dentro de la Constitución».

Salvando las distancias, les ocurre a los separatistas vascos algo similar a lo sucedido en la entrevista que Fernando de los Ríos mantuvo con Lenin en Moscú en octubre de 1920. De los Ríos había sido comisionado por el PSOE para conocer cómo estaba Rusia tras la revolución y comprobar si convenía o no que el partido se adhiriera a la tercera internacional o internacional comunista. Al manifestarle nuestro compatriota al dictador ruso que, a pesar de los logros que le manifestaba, encontraba la situación con un excesivo control del Estado y una total ausencia de libertades, Lenin le contestó que la libertad no era prioritaria en el contexto revolucionario, terminando con su lapidaria ¿Libertad para qué?.

Pues eso, si con la autonomía exprimida hasta su última gota se han alcanzado unas cotas de autogobierno que la independencia total pondría en cuestión, los separatistas se preguntan con razón ¿Independencia para qué?. Así pues, ni es anormal el descenso de la aspiración independentista ni tampoco motivo para felicitarnos. En el mundo global de hoy existen modos y maneras de ser más o menos independiente y los separatistas vascos han elegido la más cómoda. A los vascos que nos sentimos orgullosos de ser españoles me temo que, con perdón, solo nos queda jorobarnos pues cada vez queda menos rastro de España en el País Vasco.

  • Carlos de Urquijo fue delegado del Gobierno en el País Vasco
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