Metan a sus hijos en la cama y no molesten
A veces, muchas, ese asunto suele coincidir con la política y otras, como es el caso, con cosas que me suceden en mi vida cotidiana. Entiendo que escribir en un medio requiere un cierto apego a la actualidad, pero yo me pregunto, ¿es que lo que me pasa a mí no es actual?
Hay personas que de vez en cuando me preguntan de dónde saco las ideas para escribir mis artículos. Yo, tratando de decepcionarlos lo máximo posible, siempre respondo lo mismo: «muy sencillo: repaso mentalmente los temas que más me han cabreado y simplemente escribo sobre ellos».
A veces, muchas, ese asunto suele coincidir con la política y otras, como es el caso, con cosas que me suceden en mi vida cotidiana. Entiendo que escribir en un medio requiere un cierto apego a la actualidad, pero yo me pregunto, ¿es que lo que me pasa a mí no es actual?
Verán, resulta que soy de esas personas a las que le gusta el circo. Supongo que mi payaso interior de vez en cuando tiene que ganar la batalla y compartir un par de horas con los suyos. La cuestión es que todos los años, o por lo menos aquellos en los que me lo puedo permitir después de doscientas cenas de Navidad, me gusta ir al Circo del Sol. Es una experiencia brutal que siempre me deja un sabor agridulce. Como cuando ves un documental sobre Alaska y a los cinco minutos te preguntas qué haces metido en cuatro paredes absurdas pudiendo estar dando saltos juntos a esos osos grizzly tan simpáticos.
Este año el espectáculo es «Alegría». Fui el martes pasado y de verdad les digo que merece mucho la pena. Si tienen la oportunidad de ir, vayan. Encontrarán lo que siempre se encuentra en el circo, pero mucho mejor.
Pero en esta perra vida siempre hay algo o alguien dispuesto a fastidiarte los mejores momentos. En este caso, la culpable de mi dolor fue la madre de una criaturilla que no debía de tener más de seis meses. Cuando vi aparecer a la señora de lejos con el niño en brazos me sucedió como cuando ves a una madre con su bebé aparecer por el pasillo del avión y rezas a los dioses porque no se siente cerca de ti y al final, como me sucedió en el circo, no es que se siente cerca, es que se sienta al lado.
Cuando madre e hijo se aposentaron, mi mujer, profunda conocedora de mis filias y fobias, inmediatamente me dijo al oído que no me preocupase, que seguro que el bebé se dormiría y que con la música ni nos enteraríamos…
¡Dios santo, querido lector! No solo me enteré, sino que por poco tengo que sacarme yo el pecho para calmar la ira de semejante bestezuela. La madre, todo hay que decirlo, tampoco parecía inmutarse. No hizo ni el amago de levantarse. Y es curioso este hecho, porque la mujer lo pasó francamente bien y disfrutó muchísimo del espectáculo mientras su hijo nos berreaba a todos los demás en la cara impidiendo que nos concentráramos de forma adecuada en los faunos saltarines que pululaban por el escenario del circo.
Yo soy padre. De hecho, me quedan poco más de dos meses para volver a serlo. Y, de verdad, soy muy comprensivo con todo menos con este tipo de cosas.
Me da exactamente igual lo que opinen sobre mí, pero considero que tampoco es tolerable que nadie lleve a sus niños a una cena en un restaurante para adultos. Si yo, pobre trabajador, me he organizado para dejar a mi hijo con alguien para poder disfrutar de una noche adulta junto a mis amigos, no entiendo como otros no han hecho lo mismo. Y no me vale el argumento de «todos tenemos derecho a». No señores, sus derechos terminan donde empiezan los de los demás. Si no puede dejar a sus hijos esa noche con nadie pues se quedan en casita viendo Pinocho que tampoco pasa nada. No tienen que dar la chapa ni a sus pobres amigos ni mucho menos a gente que no los conoce.
Y es que, por mucho que algunos se empeñen, los niños no tienen cabida en un restaurante a las 11 de la noche. Punto. Si quieren salir a cenar con sus ruidosos hijos, váyanse a un pizzafeliz donde se puedan desahogar acorde a su edad, no a un restaurante que vale un dineral y en el que seguro que van a fastidiar la noche a todo el mundo.
En todo caso, esto no es una cuestión de gustos sino de pura y simple educación. Por eso, animo a todos esos padres entregados al fastidio a reflexionar y a preguntarse antes de salir a cualquier plan si la presencia de sus hijos puede suponer un estorbo no solo a ellos, sino al resto de personas inocentes que no tienen la culpa de sus miserias.
Parece estúpido recordarlo, pero a las once de la noche los niños pequeños están cansados. Y cuando están agotados dan la lata. Es inevitable. ¿Por qué tengo que pagar yo el cansancio de esos niños que no son míos? No tengo ni idea, la verdad.
Mi suegro lo tenía claro. Cuando llegaba a un restaurante a cenar y veía cerca de su mesa niños alborotando, se dirigía directamente al responsable con una gran sonrisa y le preguntaba si podía cambiarle de mesa de forma inmediata. Si el maître de turno le decía que no era posible, él, de forma muy educada y sin perder la sonrisa, se levantaba de la mesa y dando las gracias por todo se iba a cenar a otro sitio. Así de fácil. Era una persona estupenda.
Los niños a partir de cierta hora tienen que estar en la cama. Ni en el circo ni en los restaurantes ni en los bares. No molesten.
Feliz Navidad.
- Gonzalo Cabello de los Cobos es periodista