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en primera líneaGonzalo Cabello de los Cobos

Sí, amado Pedro, los caseros son culpables

Esos diabólicos caseros son, en realidad, personas que han trabajado duro durante toda su vida y que, gracias a su esfuerzo, han podido comprar activos inmobiliarios con los que complementar, por ejemplo, su pensión. Pero todo esto Pedro ya lo sabe

Actualizada 01:30

El pasado fin de semana tuvo lugar en Madrid una «Manifestación por la vivienda» que congregó a bastantes personas. Una concentración bastante comprensible teniendo en cuenta la evidente escasez de producto residencial asequible en venta y alquiler en el centro de las grandes ciudades de España.

caseros

Lu Tolstova

Pero, más allá de este hecho evidente, lo que llamó mi atención fueron las simpáticas pancartas que algunos manifestantes portaban. Pongo algunos ejemplos de su contenido:

- «¡Rentista! ¿Qué tal han ido las vacaciones que yo te he pagado?».

- «Ser casero no es una profesión».

- «La vivienda es un derecho, no es un negocio».

- «Nuestro alquiler, tu paguita».

Aunque entiendo que estas personas están muy enfadadas, alguien con misericordia debería advertirles que ese cabreo no debería traducirse en idiocia palpable, como parece ser el caso.

Lo primero que habría que aclarar con ellos, aunque entiendo que esa tarea pueda resultar tediosa por inútil, es qué entienden ellos por «derecho a una vivienda». Comprendo que cuando vienes a estudiar o trabajar aquí lo que te apetece es vivir en La Latina, Chueca o en Chamberí porque son zonas muy molonas y divertidas. Pero claro, alguien debería explicarles a estos sujetos que en esta vida casi todo lo bueno cuesta dinero y que más allá de la M-30 también existe vida y, por cierto, ¡mucho más barata!

Que yo sepa la Constitución no recoge que nadie tenga derecho a vivir en un sitio «cool» y de moda. A mí también me apetecería vivir en una coquetona casa victoriana de Chelsea, en un tríplex en Brooklyn o en un loft de mil metros cuadrados en Berlín. Lo que pasa es que no tengo dinero suficiente y me conformo con lo que tengo. Pero la diferencia es que yo no me enfado, corroído por la envidia, con la gente que vive en esas casas. Es más, yo me alegro por ellas y, como mucho, pienso en qué es lo que puedo hacer para poder vivir ahí yo también algún día. Generalmente la respuesta es trabajar muy duro, pero claro, es un concepto demasiado abstracto como para poder explicárselo a estas gentecillas sin que les dé un ataque de ansiedad.

En una ciudad que crece, como bien nos explicaba nuestro amigo Elmo de «Barrio Sésamo», los precios también lo hacen. Si somos europeos, lo somos con todas sus consecuencias. ¿O es que acaso no nos hemos dado cuenta del cambio demográfico que ha sufrido, por ejemplo, el Barrio de Salamanca?

Los españoles supuestamente ricos han sido literalmente expulsados de una patada en el trasero de lo que antes era su reino. Donde antes había gallardas tebas y mocasines lustrosos ahora hay latinoamericanos histéricos por gastarse millones de euros en viviendas infladas de precio, tiendas horteras y restaurantes de «experiencia» donde se come fatal y te meten un estacazo de cuidado. Pero esto no es nada nuevo. Lo que está pasando aquí ya ha pasado antes en ciudades como Londres, París o Berlín con rusos, árabes y demás nuevos ricos. Es lo que hay. Europa es como el gran parque de atracciones del mundo entero. Sostenible, eso sí.

Pero bueno, volviendo al tema, creo que sería bueno que algunos manifestantes especificaran un poco y dijeran que están muy enfadados porque no hay pisos baratos en los sitios en los que ellos querrían vivir. Con eso ya avanzaríamos un poco.

Y luego está ese pequeño derecho fundamental que recogen la Constitución en su artículo número 33 que dice que «se reconoce el derecho a la propiedad privada» con el que tampoco parecen estar nada de acuerdo. Ellos piensan, aunque no lo digan, que todo lo suyo es suyo y todo lo nuestro también debería ser suyo.

La verdad es que está muy bien eso de buscar un culpable único, en este caso los caseros, sobre el que achacar toda la culpa de la situación y después descargar sobre él toda la frustración posible. Aunque no es algo nuevo. Goebbels lo sabía muy bien y lo hizo a conciencia.

Por eso, no es de extrañar que, tras esta manifestación, Pedro Sánchez anunciase un regalo de 200 millones de euros para ayudar al alquiler joven diciendo que «el Gobierno escucha con atención a los manifestantes y comparte su demanda». No nos extrañemos por esto porque es Pedro. Él siempre es capaz de sacar rédito de un problema que él mismo ha generado. Su moralidad es así.

Por eso, en realidad, a él le viene muy bien, y por eso lo fomenta, que los manifestantes dirijan su odio contra los propietarios de vivienda en España. Aunque conoce perfectamente la problemática, de la que es parte muy activa, le viene estupendamente que el rencor se desvíe de su negligente gestión y apunte a un lado evidentemente equivocado, a los «ricos» caseros.

España es un país de propietarios. Al contrario de lo que nos quieren hacer creer todas esas asociaciones y sindicatos dependientes de la izquierda política, las casas en este país pertenecen en su gran mayoría a los ciudadanos normales y corrientes, no a los fondos. Esos diabólicos caseros son, en realidad, personas que han trabajado duro durante toda su vida y que, gracias a su esfuerzo, han podido comprar activos inmobiliarios con los que complementar, por ejemplo, su pensión. Pero todo esto Pedro ya lo sabe.

Me gustaría saber cuántas propiedades inmobiliarias suman entre las personas que conforman su Gobierno, entre ministros, altos cargos y asesores. Me atrevería a decir que llegan a las cien como poco. Por eso, los propietarios no deben alterarse demasiado. Los socialistas solo llegan lejos cuando no se les perjudica directamente. Y, como muchos de ellos son personas ricas con grandes intereses en el sector inmobiliario, dudo mucho que Sánchez haga nada realmente peligroso y estúpido contra los suyos.

Seamos serios. Los caseros no son los culpables de la escasez de oferta. Son las administraciones, todos sus niveles, las auténticas responsables.

Desde el sector inmobiliario, es decir los auténticos expertos, llevan muchos años advirtiendo sobre este problema y advirtiendo a las distintas administraciones de que la única manera de relajar la tensión de los precios es construyendo más vivienda. Pero claro, quién va a querer escuchar a los expertos… En este país nadie.

Madrid y Barcelona concentran un número millonario de personas que no para de crecer cada año. Por tanto, o se ponen encima de la mesa soluciones realistas y eficientes o no me extrañaría que la próxima propuesta de Reyes Maroto para desviar la atención sea expropiar la vivienda de Florentino Pérez para crear en su interior 20 casas-comunas estilo soviéticas en las que los manifestantes anti caseros puedan compartir un puchero de gachas mientras piensan eslóganes punzantes.

Lo que de verdad me aterra es el ínfimo nivel de educación y lo manipulables que son todos esos que dicen lo de «¡rentista! ¿qué tal han ido las vacaciones que yo te he pagado?». Lo dicen muy serios como si creyeran que están diciendo algo con un mínimo de sentido. ¿O es que de verdad lo creen? Eso sería peor, la verdad.

Da mucho miedo. Si yo tuviese algo de paciencia les diría solo una cosa: no se puede defender una causa diciendo estupideces.

Y no, los caseros no son los culpables.

  • Gonzalo Cabello de los Cobos es periodista
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