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Gonzalo Cabello de los Cobos

Reflexiones posdanescas

Afortunadamente estamos muy bien diseñados y nuestra tolerancia al dolor es poderosa. Además, olvidamos pronto todo lo malo y es precisamente eso lo que nos permite vivir decentemente

Actualizada 01:30

Las noticias que nos llegan desde Valencia son terribles. Tengo que reconocer que he sufrido mucho viendo todo lo que ha pasado. Cuando una desgracia de este calibre sucede lo primero que siempre me viene a la mente es lo pequeñitos que somos.

Diariamente nos volvemos locos con minucias que vamos agrandando en nuestras cabezas hasta convertirlas en problemas imaginarios que, en la gran mayoría de los casos, nunca sucederán, pero que, poco a poco, se convierten en algo real que nos quita el sueño y nos impide disfrutar de la vida.

Reflexiones

Lu Tolstova

El hombre es un ser cómicamente vanidoso. A mí particularmente siempre me han hecho gracia las personas que se consideran importantes. Porque estaremos de acuerdo en que existe un abismo entre aquellos que son importantes, pero saben que eso, en realidad, no significa nada y aquellos que se creen importantes, siéndolo o no, y que, por ello, se creen diferentes al resto. Estos últimos pueden pasar toda su existencia levitando felices en su inconsciencia o, por el contrario, como suele suceder, la vida puede pegarles un sopapo bíblico en la cara para demostrarles que, de importantes, nada de nada.

Porque la naturaleza, su salvaje crudeza, es así. Cuando crees que todo va bien y te sientes muy a gusto contigo mismo, ya se encarga ella de recordarte que es mejor agachar la cabeza con humildad y no envilecerse ante la voluptuosidad de lo material, efímero y relativo. El guantazo es menor si sabes lo que te espera a la vuelta de la esquina.

Yo nunca seré una persona importante porque sé que eso simplemente no existe. Lo significativo no es ganar toneladas de dinero y comprarte muchas cosas. Lo que cuenta de verdad es ver las imágenes de una residencia de ancianos anegada de agua, con decenas de ancianos atrapados en sus sillas de ruedas, y retorcerse de dolor. Eso sí es importante. Eso nos hace humanos, es decir, pequeños, insignificantes… humildes.

Siempre me ha alucinado esa gente que decide trabajar voluntariamente 18 horas al día en un despacho durante cuarenta años con el único objetivo de ser ricos e importantes. Pero lo más increíble es que cuando a estas personas se les pregunta por la razón de su servidumbre voluntaria, invariablemente contestan, con leves variaciones, que lo que ellos quieren es ser importantes, como si esa fuese una razón. Y yo me pregunto: ¿es que acaso no han pensado que un ladrillo les puede partir la cabeza en cualquier momento? Me parece absurdo.

Y con esto no quiero decir que trabajar duro no sea correcto, no me malinterpreten. Yo lo hago todos los días. Lo que quiero decir es que lo que me diferencia a mí respecto de la gente 'importante' es el objetivo que perseguimos al esforzarnos. Yo, por ejemplo, trabajo para vivir y cuidar de mi familia mientras que ellos viven para trabajar y tener siempre más y más.

Las desgracias nos recuerdan que estamos vivos y que, por tanto, vamos a morir, el hecho más igualitario de todos. Y esto, que puede parecer una obviedad, en realidad no lo es tanto.

Por eso nos duele tanto cuando vemos las imágenes de la residencia de mayores inundada. Esa hiriente fotografía manda información a lo más profundo de nuestro subconsciente, a un lugar que casi todos nosotros hemos cerrado con muchas llaves.

No soportamos ver esas imágenes porque son la prueba viviente de que la muerte nos espera. Y, como somos seres sensibles, no toleramos la injusticia de que esas personas estén sufriendo más de lo que ya sufren sabiendo que su camino se acaba. Y esta queja no se produce solo por solidaridad. Está provocada por nuestra mente que nos está gritando a voces que nosotros seremos los siguientes, que eso mismo nos va a pasar a todos nosotros dentro de muy poco.

Afortunadamente estamos muy bien diseñados y nuestra tolerancia al dolor es poderosa. Además, olvidamos pronto todo lo malo y es precisamente eso lo que nos permite vivir decentemente. Pero esa herramienta de nuestra naturaleza no debe servirnos como excusa para no mirar de frente a la realidad y creer que ser importante es un objetivo.

Entiendo que nuestra vida es un caos y que la rutina artificial que nos hemos creado para no enloquecer puede hacer que ensordezcamos ante lo auténticamente trascendental. Pero, si ponemos un poco de nuestra parte y nos ocupamos de aliviar la angustia existencial de todos los que lo están pasándolo mal a nuestro alrededor, estoy convencido de que la recompensa será enorme. Eso sí es importante.

Cuidémonos más y dejemos las tonterías para los tontos.

  • Gonzalo Cabello de los Cobos es periodista
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