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TribunaJosé F. Martín Cinto

Populismo de izquierdas y su rearme en el siglo XXI

No podemos luchar con las armas como único argumento, sino con la palabra y el ejemplo; que nuestras manifestaciones públicas sean multitudinarias, pero rezando el Rosario, para que la Virgen María proteja a la humanidad de esta barbarie moderna y sofisticada

Actualizada 01:30

En la sociedad actual, tanto en la culta Europa como en América, especialmente en América del Sur, es evidente el crecimiento del populismo de izquierdas que, habiendo dado un paso atrás importante a raíz de la caída del Muro de Berlín, ha renacido con fuerza en todas las latitudes, haciéndose con el control del poder en América Central y del Sur, con la excepción de Paraguay, Ecuador y Uruguay, que ya veremos cómo evolucionan en un próximo futuro.

En España tenemos el honor de liderar este movimiento de izquierdas con un Gobierno filocomunista que, además, está reforzado con terroristas, separatistas e independentistas, cuyo principal objetivo es romper para siempre la España que conocemos y que hasta ahora, con muchos problemas y altibajos, hemos sido herederos desde los Reyes Católicos.

Los motivos para este extraordinario repunte de la izquierda en el mundo son muy diversos, pero creo que hay un denominador común que ha permitido en el tiempo el poder realizar esta penetración y no es otro que el ataque frontal a la familia, que de una manera u otra ha sido desde tiempos inmemoriales la base de una sociedad con valores irrenunciables.

No acabo de entender el cómo es posible tanta uniformidad, con una especie de pensamiento único, donde lo que resplandece en él es todo aquello que en realidad sabe la humanidad, que siempre le llevó al peor de los abismos, desde donde hasta ahora siempre ha sabido resurgir.

Todos hemos oído hablar, y nos lo recuerdan con gran frecuencia, de la famosa Agenda 2030, que parece un traje donde, de una manera u otra, se podrá justificar con cargo a ella todo tipo de decisiones, sean buenas o malas, y que la experiencia de los últimos tiempos nos va indicando que prevalecen las malas.

Por mucho que trato de ser imparcial y mirar con objetividad la guerra de Ucrania, no consigo saber, no quiénes son los buenos y quiénes los malos, sino que no sé dónde están ahora los que realmente son buenos y me temo que forman parte de los más de ocho millones de ucranianos desplazados fuera de su país por no poder permanecer más tiempo ahí, a merced de bombas o misiles que se lanzan, creo yo, con criterios francamente satánicos. Se dice que la Unión Europea pone sanciones a Rusia y se sabe que de una forma u otra, se siguen manteniendo relaciones comerciales con ella. Los Gobiernos occidentales al unísono y según sus posibilidades proporcionan todo tipo de armas y apoyos logísticos a Ucrania en su lucha contra Rusia, consiguiendo de paso un gran negocio armamentístico y sin que se vislumbre de verdad una ruptura con el país opresor, en este caso, Rusia.

Todo es una especie de juego de ajedrez donde, al final, con el jaque mate, no va a llegar la sangre al río, pero claro y según su criterio, los daños colaterales son irremediables, que es cómo se agrupa a todos los civiles, hombres, mujeres y niños que han muerto, o mejor dicho, que han sido sacrificados en aras de no se sabe qué bien superior que, desde luego, con los que ostentan en este momento el poder, no es, ni mucho menos, el que puede convenir a una sociedad que tenga valores fundamentales para mejorar y prosperar a su paso por la Tierra. ¿Qué está pasando? Me pregunto cómo es posible que después del tremendo varapalo al comunismo por la caída del Muro de Berlín, el desmembramiento de la URSS y la acción providencial de San Juan Pablo II, hayan pasado poco más de treinta años y estemos otra vez pensando que estamos en los albores de una tercera guerra mundial que, si llega a empezar de verdad, será realmente inimaginable lo que puede pasar con esta humanidad.

En estos momentos y como consecuencia del gran desarrollo en todos los aspectos, sea de trabajo, investigación, ciencia, comunicaciones, etc., se ha convertido el mundo en una especie de aldea global, donde son muy pocos los que ostentan el verdadero poder y de los que no estamos seguros nadie de quiénes son en realidad.

Creo, como cristiano, que, como propagadores de la Fe católica, no estamos a la altura de las circunstancias en que nos encontramos. ¿Qué más tiene que pasar para que los católicos demos un paso al frente?, no podemos dejar de trasmitir, y con heroísmo si es preciso, el mensaje de los Evangelios, que es palabra de Dios, revelada en su Hijo Jesús nuestro Señor. No creo que en la época de Nerón los mártires cristianos fueran ni mucho menos tantos, proporcionalmente hablando, como los que hoy en día están sufriendo martirio desde la llegada del comunismo y la masonería al mundo.

No podemos luchar con las armas como único argumento, sino con la palabra y el ejemplo; que nuestras manifestaciones públicas sean multitudinarias, pero rezando el Rosario, para que la Virgen María proteja a la humanidad de esta barbarie moderna y sofisticada.

A ojos de los poderes actuales y de tantas gentes, que piensan que creer en Dios y en la vida eterna es un cuento de niños, parecerá una quimera lo que digo, pero sin duda alguna el hombre es una criatura de Dios y a Él tenemos que volver para encontrar la felicidad en su amor infinito. Esto aparentemente tan simple es la gran verdad que siempre prevalece y que estará con nosotros hasta el fin del mundo y el juicio final para toda la humanidad.

Este pequeño resumen de mis manifestaciones como católico creo que es el principio para que otra vez recemos todos y pidamos, a través de María, que se acabe tanta maldad en el mundo y vuelvan a prevalecer los verdaderos valores del hombre como criatura de Dios.

  • José Fernando Martín Cinto licenciado en Ciencias Físicas
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