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TribunaJosé F. Martín Cinto

La familia

Amar a la familia significa saber dar todo su potencial a los valores y posibilidades que atesora, promoviéndolos siempre

Actualizada 01:30

Desde los tiempos más remotos, podemos decir que de una manera u otra, siempre ha existido el concepto de «familia». Para no remitirme muy atrás, empezaré por la definición que de matrimonio, y por ende de familia, hicieron los romanos: «Unión hombre y mujer, para perpetuar la especie». Para concluir y refiriéndome a la familia cristiana, merece la pena reproducir el párrafo luminoso y esclarecedor de la Conferencia Episcopal Española: «La familia, fundada sobre el matrimonio, unión íntima de vida, complemento entre un hombre y una mujer y abierta a la transmisión de la vida, se realiza en la aceptación del don de los hijos». Más adelante concluye: «La familia, con un valor en sí misma por ser comunidad de vida y amor, enriquece, además, a las otras comunidades con la aportación libre de sus miembros». De ahí el valor que a través de los tiempos ha tenido para la humanidad, la familia. Puede haber familias monógamas o polígamas, según religiones y costumbres, pero siempre permanece la definición dada por los romanos.

Después de este preámbulo y ciñéndome a la familia cristiana como motor de Europa en general y de España en particular, sabemos los creyentes que nos basamos fundamentalmente, como modelo a seguir, en la familia por excelencia, que fue y sigue siendo «la Sagrada Familia» compuesta por María, José y el Niño Jesús. Previo a la constitución efectiva de la familia, existe el noviazgo, que es un periodo indeterminado de tiempo, en el que un hombre y una mujer aprovechan para conocerse y respetarse de verdad, antes de decidirse a recibir el Sacramento del Matrimonio, ante Dios nuestro Señor y sellar así su unión, para siempre. Hago hincapié en el periodo de noviazgo, ya que, desgraciadamente, hoy en día, vemos con tristeza que esa época maravillosa del respeto del uno por el otro, con profundidad y queriendo como final tener una vida en común, recibiendo con alegría el Sacramento del Matrimonio y esperando que como fruto de su amor aparezcan con generosidad los hijos que bendigan su amor, ya no es así en una gran mayoría de casos, ya que las relaciones prematrimoniales, que en definitiva no aportan nada profundo a una pareja, están dominando las relaciones entre chicos y chicas jóvenes. Todos vemos que habiéndose conocido no más de quince días, nos anuncian que se van a pasar a tal o cual sitio, un fin de semana juntos. Esto es una situación real, que cada vez es más generalizada y que de hecho, nos ha llevado a que en España hayan descendido de manera importante las uniones a través de la recepción del Sacramento del Matrimonio.

Centrándonos en España, en los últimos diez o quince años, la deriva en el caso de la familia y el matrimonio católico sería impensable hace tan sólo unos cincuenta años.

Además y por si fuera poco, ha entrado en escena en España al dictado de fuerzas exteriores, la ideología de género y el consabido LGTBI, que, para mí, son sin duda de origen demoníaco y que van a destruir miles de vidas por un lado y que además no se van a producir nuevas vidas por otro, dadas las orientaciones al uso. A la vista de lo anterior, creo importante remarcar, que amar a la familia significa saber dar todo su potencial a los valores y posibilidades que atesora, promoviéndolos siempre. Para ello creo fundamental dar a la familia razones de confianza en sí misma, sabiendo promover la misión que, como católicos, Dios nos ha confiado. No lo dudemos, que hoy más que nunca, para los católicos, es necesario seguir fielmente a Cristo.

Como muestra de la deriva demoniaca que nos invade, en España, los tipos de familia que reconoce la nueva Ley de Familia son: biparental, monoparental o monomarental, joven, LGTBI homomarental o homoparental, con mayor necesidad de apoyo a la crianza, múltiple, reconstituida, inmigrante, transnacional, intercultural, en el exterior, retornada, en situación de vulnerabilidad, solas, unidas en matrimonio y parejas de hecho; es decir, un total de dieciséis tipos de familia, que es algo realmente asombroso y desde luego, de una extraordinaria estulticia.

Como el espacio es limitado, me voy a centrar ahora en dos temas relacionados y que considero enormemente preocupantes y que son: la posibilidad de equiparar a las parejas de hecho al matrimonio y la posibilidad de adopción por las parejas homosexuales. Por ser de extraordinaria importancia en la vida de la institución familiar, trataré de aportar ideas que puedan servir para extraer y establecer mejor los criterios que como católicos debemos tener al respecto.

En relación a las parejas de hecho, creo que tanto el hombre como la mujer deberán tener en cuenta: primero, que el amor es algo demasiado frágil muchas veces como para dejarlo sin protección, como lo tiene con el vínculo del matrimonio. Segundo, si con las familias legalmente constituidas se las tienen que tener tiesas para que cumplan los deberes con los hijos, no digamos qué puede pasar, cuando esas personas no constan como padres o esposos. Tercero, si como de hecho ocurre con las parejas de hecho, que se pueden separar, como se separan dos amigos, es fácil poder imaginar el número de hogares desechos, hijos sin saber quiénes son sus padres, etc. Pues bien, equipararlos al matrimonio, conllevaría la posibilidad de que las parejas de homosexuales puedan adoptar, como de hecho ya se puede hacer en España. En el caso de parejas homosexuales, pienso que es tan importante un niño o una niña para un hogar, que con buenas intenciones quieran tenerlos una pareja homosexual –que por cierto, mi respeto para el colectivo de gays y lesbianas–, que no puedo dejar de pensar que el fin de la adopción no es dar un hijo a unos padres que no lo tienen, sino dar unos padres idóneos a un niño que carece de ellos, por tanto, dejo la pregunta en el aire: ¿es conveniente para un niño o niña tener por padres a una pareja de homosexuales? En la respuesta que está dando la sociedad, está la clave de lo que esté sucediendo en España.

Yo personalmente, estoy seguro de que un núcleo familiar compuesto por dos padres o dos madres es desde todos los puntos de vista y especialmente en el pedagógico y en el pediátrico, claramente perjudicial para el armónico desarrollo de la personalidad y adaptación social del niño.

  • José Fernando Martín Cinto es licenciado en Ciencias Físicas
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