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Esperanza Ruiz

La página 177

Forjarse en las dificultades y amarse con palabras de vida eterna y volcanes en el pecho es una maravillosa manera de plantearse la trascendencia

Actualizada 20:11

Anoche, y en mi cabeza, parecía buena idea. Es hoy, leyendo para documentar esta columna, cuando me doy cuenta de que me he metido en un jardín. Pero ya es tarde para buscar un tema alternativo y, en cualquier caso, en la página 177 también hay jardines, rosas y espinas.

Este fin de semana se ha publicado un informe de la Asociación de Abogados de Familia que, entre otras cosas, analiza las causas del divorcio en España. La noticia dio pie a un interesante debate en redes sociales. La primera causa del citado informe alude al desgaste, el alejamiento y la falta de comunicación. La segunda, al desenamoramiento –usualmente concomitante con la aparición en la escena de una nueva ilusión-. Y así hasta trece. Para el doctor en Derecho Borja Adsuara todas ellas se resumen, como los Mandamientos, en dos: aquellas que son causas de la falta de amor y las que son consecuencias.

La magistrada Natalia Velilla terciaba, a mi entender, con una de las claves: «Hay muchas parejas que se casan en pleno enamoramiento, el amor es otra cosa». La otra, otra de las claves, la aportaba el profesor -en este caso aventajado alumno de Fromm- y escritor, David Cerdá, al meter en la ecuación la voluntad.

No se puede dejar en manos de las hormonas el arte de amar

El psicoanalista alemán pone de relieve la parte que no se puede dejar en manos de las hormonas o los lepidópteros en El arte de amar: «Amar con inteligencia y de forma plena es el resultado de un acto deliberado, un propósito que requiere y al mismo tiempo demanda buscar la excelencia».

Se requiere, por tanto, madurez y emplearse a fondo, ponerlo todo en juego, mostrar las cartas. La recompensa no cabe en átomos ni en galaxias.

La página 177 de Whiskas, Satisfyer y Lexatin –no, no he sido poseída por el fantasma de Umbral- pertenece a un artículo titulado «Lo de Cuca». La portavoz del PP, Cuca Gamarra, acababa de declarar que no tenía pareja porque su posición política asustaba a los hombres. Yo le contaba que al final del día sólo había dos almas frente a frente que se habían reconocido. Con su certeza, su miedo y su piel erizada.

Los lectores me envían a menudo la foto de esa página subrayada –hecho que, como decía alguien el otro día, es muy Pablo Iglesias Turrión en 2016- pero que a mí me llena de orgullo y satisfacción. Sin embargo, cuando se publicó el artículo no todo fueron loas, también fui reconvenida. Mi interlocutor alegaba que el milagro no era quedarse, sino rendir los ejércitos, entregar las armas. Una cosa tras otra, pienso ahora. Ciertamente al mostrar nuestra verdad inerme, nuestra alma desnuda, estamos dotando al otro de la capacidad de dañarnos. De ahí que yo valorara como sobrenatural que esa vulnerabilidad ofrendada fuera recibida con la grandeza de un «me quedo, estás en las mejores manos».

Lo que eriza la piel no es solo un antebrazo desnudo, unos labios o la ternura, también es una espera paciente

Leo que Lou Andreas-Salomé -dejemos al lado el quilombo con Nietzsche y otras apreciaciones sobre la filósofa- cuando Rilke le dice: Sólo tú eres real, le contesta: «Nos reconocimos, con un escalofrío, en la abrumadora totalidad».

La certeza de esa plenitud nos alcanza pocas veces en la vida. Según la psiquiatra Marian Rojas, una si nuestro nivel de exigencia es alto. Por eso, si llega, si tenemos la fortuna de no hallar fuera del bien centro y reposo, lo suyo, lo inteligente, lo cabal paradójicamente, es no ser razonable, es dar la vida y el alma.

Lo que eriza la piel no es solo un antebrazo desnudo, unos labios o la ternura, también es una espera paciente. El enamoramiento queda entonces reducido a un chispeante juego que esconde un tesoro. Unas manos erotizan si acogen una verdad doliente en ellas.

Quizá sólo hemos nacido para trasnochar un 20 de junio, quizá para hacer de su nombre nuestra oración. Para preguntarnos a diario un ¿renuevas? Y para que las ganas, la voluntad y el antebrazo desnudo aguarden con una mezcla de tranquilidad y ansia un comprometido «renuevo».

Y al final, en lugar de disertar cuánto hay de química, de etología o de voluntad en este arte, puede que lo que valga la pena es entregarse y asumir el riesgo. Iba a decir que se puede hacer sin grandes aspavientos. Pero antes de que el cine o la literatura me contradigan, añadiré que forjarse en las dificultades y amarse con palabras de vida eterna y volcanes en el pecho es una maravillosa manera de plantearse la trascendencia. De elegir al lado de quién se quiere resucitar.

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