Un capote expoliado y el Santo Grial
El manto habría pasado por menesteres cuartelarios tan similares a los de la vieja clámide original del Redentor, que asombra vislumbrar en los niveles en los que se mueve la providencia divina
Una mañana, tras la Misa capitular, pasé por la exposición «El tesoro bordado» que ha organizado la Hermandad de Jesús con la Caña aquí, en la catedral de Cuenca. Destacan entre los diversos elementos históricos y artísticos que se exponen los cinco mantos rojos con los que se cubre la imagen de Jesús, una talla que representa el momento en que es burlado por la soldadesca como rey.
Los mantos en mi paseo solitario por la sala se me antojaban una suerte de guardia de corps atemporal. La devoción del pueblo cristiano ha rescatado en su memoria ese momento en el que una clámide vieja, una corona de espinas y una caña eran los atributos de una burla en la que se llegaba al extremo de doblar las rodillas ante un hombre humillado como cumbre de la farsa. Manto tras manto, se adivinaban las heridas del paso del tiempo tratadas con el cuidado de la conservación y la restauración, heridas que en nada desmerecen la función que les toca cumplir: dignificar la clámide basta, probablemente sucia y descolorida con la que se cubrió el cuerpo recién flagelado de Jesús.
La soledad en la cripta bajo la sacristía de la Catedral, donde tiene lugar la exposición, me evocaba en mi imaginación otra exposición de reliquias sagradas consagrada por el cine: el santo grial entre cálices de muy diversa factura en la película Indiana Jones y la última cruzada. Un vetusto pero intemporal templario custodia el cáliz de la última cena en una prueba final. Entre alardes de orfebrería en oro y plata, el santo grial resulta ser un sencillo cáliz de madera. Que bien podía haber sido de ónix para librarlo de las complicaciones de los preceptos de pureza legal de las vasijas, como es el que se custodia en Valencia, pero de eso seguro no sabían nada los guionistas. El hecho es que entre los cinco mantos, uno destaca por su tremenda sobriedad. Sin bordados, apenas una cenefa dorada cosida. Tiene que tener esa historia que coloca lo sencillo en lo extraordinario, que hace que, sin ricos bordados dorados, mantenga el tipo entre sus compañeros en la guardia de corps.
Entre los cinco mantos, uno destaca por su tremenda sobriedad. Sin bordados, apenas una cenefa dorada cosida. Tiene que tener esa historia que coloca lo sencillo en lo extraordinario
Este manto es conocido con el secular sobrenombre de «el capote». Quizá porque mientras era burlado, Jesús ya estaba haciendo la guardia para velar por el descanso de una humanidad a punto de ser salvada. Sería hermoso que el acto inaugural de la realeza del Rey de Reyes fuese hacer la primera guardia sobre la nueva humanidad, bien arrebujado en su capote. Pero resulta que es conocido como «el capote» porque, en efecto, fue usado durante la guerra civil como un capote en festejos taurinos. Expoliado por soldados de alguna unidad en obediencia al Gobierno del Frente Popular, el manto habría pasado por menesteres cuartelarios tan similares a los de la vieja clámide original del Redentor, que asombra vislumbrar en los niveles en los que se mueve la providencia divina, sirviéndose hasta de lo deplorable de la condición humana.
La cartela explicativa de la exposición resumía el rescate de «el capote», que tuvo lugar en la Plaza de Toros de Albacete en 1939. Reconocido por el ojo de un conquense que debía tener plasmada en su retina, por no decir en su corazón, la imagen de Jesús con la Caña y sus sobrios atributos reales, logró que la autoridad competente lo recuperase y se devolviese a su lugar. Un nieto del que identificó «el capote» estuvo en la inauguración de la exposición. Estaba acompañado por su nieta. Cinco generaciones de un vistazo, con ojos expertos que no se han quedado enredados entre bordados dorados que, aunque reparadores de la ofensa primera a la que fue sometido Jesús, levantan un bosque que a veces hay que salvar para llegar a lo esencial. Cinco generaciones que hablan por sí solas de una transmisión de la fe que dobla las rodillas con sinceridad para proclamar rey verdadero al rey burlado, que explican mejor lo que los bordados también pretenden explicar.
Así es como el manto más sencillo entre todos se hizo extraordinario. Esa clase de memoria, que solo el amor puede procurar, lo rescató y lo hizo extraordinario. Y es que esta sencillez de origen, que acerca al misterio de una burla para hacer más sincera la reparación, es el legado que perpetúan los discípulos de este Rey burlado.