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Sophie Grimaldi
pequeñas esperanzas

El auténtico manual de Resistencia

Santa Genoveva, patrona de París, convenció a los parisinos que querían entregar la ciudad a los hunos y a su jefe Atila con esta frase: «Que los hombres huyan, si lo desean, si no son capaces de luchar más. Nosotras, las mujeres, rogaremos tanto a Dios, que Él atenderá nuestras súplicas». Y París se salvó

Actualizada 11:27

El contexto de guerra en el que vivimos últimamente ha sacado a la luz el carácter del corazón ucraniano. Corazón de león que lucha y resiste más allá de todos los pronósticos establecidos en los primeros días de la invasión. Nosotros, que tenemos el privilegio de vivir en un país en paz, podríamos aprovechar mucho este modelo de resistencia. Resistir, en su origen, significa oponerse sin perder el puesto, persistir. Aunque nosotros no vivimos en medio de una guerra exterior, sí que todos tenemos que luchar de alguna manera para preservar o conquistar la paz interior.

En este sentido, el filósofo tomista Josef Pieper, habla de dos grados de fortaleza, siendo el segundo el más alto. El primer grado es la lucha explícita contra el mal. El segundo se forja cuando ya no hay posibilidad de luchar abiertamente, ni derribar al enemigo en ese preciso momento. Es en esas circunstancias cuando surge, según Pieper, la capacidad de resistir que puede llegar hasta el martirio. Sobre todo, la resistencia consiste en conservar la esperanza y la paz interior. Así lo aconseja el Proverbio 4.23 «Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida». Se trata de una victoria interior que reside en no dejarse llevar por la desesperación y la maldad cuando las circunstancias exteriores resultan adversas.

Es verdad que las palabras de Kipling resuenan mucho en este sentido. «Si guardas en tu puesto la cabeza tranquila, cuando todo a tu lado es cabeza perdida (…) serás Hombre, hijo.» Es un buen principio, pero hay situaciones en las cuales no nos vale el estoicismo. El cristianismo de hecho no lo es. Más bien, es todo lo contrario. Podemos decir con San Pablo «es cuando soy débil que soy fuerte». La verdad, esto suena a un sin sentido si no sabemos de dónde viene esta fuerza en la debilidad. Lo anuncia, Gabriel, el mensajero de Dios, con el significado de su propio nombre: «Dios es mi fuerza». Y seguros de ello es cuando somos capaces de esperar y luchar a pesar de cualquier peligro. Santa Genoveva, patrona de París, animó a los parisinos que querían entregar la ciudad a los hunos y a su jefe Atila. Les convenció con esta famosa frase: «Que los hombres huyan, si lo desean, si no son capaces de luchar más. Nosotras, las mujeres, rogaremos tanto a Dios, que Él atenderá nuestras súplicas.» Y París se salvó de la destrucción.

Otro ejemplo de la historia de Francia (perdonad, queridos lectores, que tire de lo que más conozco, porque seguro que hay muchos ejemplos en la historia de España) acontece durante la Revolución francesa cuando la provincia de la Vendée acabó casi arrasada y su población masacrada. Hay una anécdota que me parece reveladora de esta resistencia exterior e interior. En 1793, el ejercito de la Vendée tomó una posición llamada Chemillé e hizo muchos prisioneros del ejército revolucionario. Los soldados insistieron en fusilar a todos los enemigos para vengarse de las masacres que había sufrido la Vendée. El militar al mando, el general d’Elbée no se oponía a ello, pero les pidió a sus hombres rezar antes un Padre Nuestro. Cuando los soldados llegaron a la frase «perdónanos como perdonamos a los que nos ofenden» el general saltó e increpó a sus hombres: «¡Mentirosos! ¡Sí, mentirosos que os atrevéis a mentir en frente de Dios y pedir que se os perdone cuando vosotros no perdonáis! Y ahora, ¡adelante! ¡Matadlos! Si os atrevéis…» Y este día, todos los prisioneros se salvaron.

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