Osami Takizawa: «La lealtad de los samuráis es compatible con el cristianismo»
El catedrático de la universidad Junshin de Nagasaki ha visitado la capital española, invitado por la Cátedra CEU Casa de Austria, para impartir dos conferencias sobre las relaciones diplomáticas entre Japón y la Monarquía española a comienzos del siglo XVII
El profesor Osami Takizawa, catedrático de la Universidad Junshin (Nagasaki) está bastante familiarizado con Madrid, pues pasó doce años en la capital para realizar su doctorado, confiesa minutos antes de empezar nuestra entrevista. Con voz tranquila atiende a El Debate tras su primera intervención en el seminario internacional La monarquía de Felipe III, una potencia mundial organizada por la Cátedra CEU Casa de Austria.
Un año más acude a esta cita con la Cátedra en las instalaciones de la Universidad CEU San Pablo para ilustrarnos sobre las relaciones diplomáticas entre Japón y la Monarquía española a comienzos del siglo XVII. Un vínculo tanto político y comercial como religioso.
La embajada Keisho
Desde finales del siglo XV, Japón se encontraba en lo que se conoce como periodo Sengoku –que podría traducirse como «país en guerra»–, una etapa en la que no existía un poder central fuerte y «había muchas guerras entre los señores feudales» para controlar la totalidad del territorio, explica el catedrático. El gobernador Tokugawa Ieyasu fue en 1603 «quien unificó todos los territorios de Japón en lo que llamó Shogunato en la ciudad de Edo», detalla el profesor Takizawa, comenzando, así, una nueva etapa de mayor apertura hacia Occidente.
El nuevo shogun pretendía que los barcos del Galeón de Manila tuvieran en los puertos japoneses un lugar que sirviera de escala, pero que también les permitiese a ellos aprovechar para realizar allí intercambios. Por ello, en el siglo XVII desde la ciudad de Sendai partió una delegación, que más tarde se conocería como Embajada Keisho, para «hacer intercambios directamente entre España y Japón», explicó el también autor de La historia de los jesuitas en Japón (siglos XVI-XVII).
La idea fue del señor feudal Date Masamune, uno de los primeros en autorizar a los misioneros españoles predicar en su territorio y convertirse al cristianismo. Gracias a esto financió una embajada a España y Roma para solicitar el envío de más sacerdotes franciscanos a Japón, dirigida por el franciscano fray Luis Sotelo a quien le pidió incluir la petición de fomentar las relaciones comerciales con Nueva España y Europa.
La delegación diplomática zarparía en el barco San Juan Bautista el 28 de octubre de 1613, con una comitiva de aproximadamente 150 japoneses, además del samurái Hasekura, el franciscano Sotelo, y otros españoles. Su primer destino fue Nueva España, pasando por California, Acapulco y ciudad de México. Allí tuvieron noticias del cambio en la política religiosa que tomó el shogun, prohibiendo el cristianismo y desterrando a los cristianos. Con ello, la embajada perdía totalmente su carácter oficial, ya que solo representaba los intereses personales de un señor feudal, sin respaldo del shogun.
«Date Masamune intentó enviar una embajada para negociar el intercambio comercial directo con Felipe III de España, pero ya en esta época en Japón empezó una severa persecución contra los cristianos», detalla el profesor de la Universidad Junshin de Nagasaki. Por ello, enterado de la persecución a los católicos en el archipiélago japonés, Felipe III decidió «no hacer intercambios comerciales con los japoneses». A pesar de que «el deseo de Masamune era bueno», subraya el catedrático, no pudo «realizarse concretamente».
«El siglo cristiano en Japón»
«La evangelización de Japón empezó en 1549, concretamente cuando Francisco Xavier llegó a Japón», indica el profesor Takizawa. En el siglo XVII llegarían las primeras órdenes mendicantes, en especial franciscanos y dominicos, que no suplieron, pese a todo, a la Compañía de Jesús como la más importante de la zona: «En esta época se extendió mucho el cristianismo en Japón gracias a los padres misioneros que predicaron el Evangelio», señala el catedrático.
En este sentido, lo que más captó el corazón de la población japonesa fue «la obra de caridad» que realizaron los jesuitas en un período de guerras, de abundancia de pobres y ancianos necesitados. «El cristianismo es la buena escuela de religión», pensaban. Lo cual explica que en 1586 hubiera «180.000 cristianos y 200 iglesias» en el país y alcanzase los 300.000 fieles en torno al año 1600.
La principal diferencia entre los jesuitas y las órdenes mendicantes estaba en la forma y objetivo de evangelización: los seguidores de san Ignacio de Loyola preferían atraer a las élites japonesas, al entender que, si un señor feudal se bautizaba, todos aquellos que dependían de él le seguirían en su conversión. Así mismo «el método que escogieron fue a través de la razón», es decir, «los misioneros españoles utilizan la razón para acercar a los japoneses a la fe. Ellos querían evangelizar Japón a través de la purificación del dogma cristiano», comenta el autor de La historia de los jesuitas en Japón (siglos XVI-XVII).
Un gran ejemplo de todo ello fue la conversión del samurái Takayama Ukon, beato y conocido como el «Samurái de Cristo». Fue bautizado a los 12 años cuando su padre abrazó la fe cristiana, a través de la predicación de san Francisco: «Él [Ukon] entendía muy bien el dogma cristiano a través de los sermones de los padres cristianos», explica el catedrático. Asimismo subraya que, a diferencia de otros señores feudales que se convirtieron al cristianismo en principio para poder realizar intercambios comerciales, Takayama Ukon lo hace tras a ver «estudiado el dogma cristiano. Ese es el elemento esencial de su conversión: el dogma cristiano».
Por esta razón considera que la mentalidad del samurái «es compatible con el cristianismo», en concreto «su idea de lealtad a los señores feudales. Sus superiores eran lo más importantes para ellos», aclara el profesor. Cuando el cristianismo llega a Japón y los misioneros empiezan a predicar sobre Dios, sobre Jesucristo como centro de todo, algunos samuráis empiezan a «tener mucha confianza en Jesús en lugar de creer en sus señores feudales», afirma Takizawa.
Severa persecución de los católicos japoneses
A pesar de una inicial aceptación de la presencia y estancia de cristianos y de su labor misionera y evangelizadora, con el objetivo de conseguir el apoyo de los budistas, en 1587 se firmó un primer decreto de expulsión de cristianos. Parece ser que detrás de esta decisión estaba el miedo del gobierno japonés a debilitar el poder central recién reconstruido: estaba el temor a que la gran influencia de los jesuitas en Japón podía desencadenar una colonización por parte de Portugal y España, así como la alarma de que los señores feudales católicos se aliaran en algún momento contra el poder central.
En 1597 tuvo lugar el asesinato de los conocidos como 26 mártires de Japón: seis franciscanos, llegados desde Manila y sin permiso para estar en Japón; tres jesuitas japoneses, y otros 17 cristianos. En esa misma época se destruyeron más de un centenar de iglesias y se expulsó a numerosos misioneros, mientras que otros se escondían de las autoridades japonesas. A pesar de esta «severa persecución», en palabras de Takizawa, personas como el samurái Takayama rechazaron abandonar su fe y cuando Ieyasu prohibió definitivamente el cristianismo, Takayama tuvo que partir al exilio.
Sin embargo, una de las huellas de esta evangelización y que está presentes en el Japón del siglo XXI son los numerosos «descendientes de los cristianos del siglo XVI porque bajo la severa persecución contra los cristianos, muchos mantuvieron su fe católica. Entonces, todavía, sobre todo en Nagasaki, hay bastantes descendientes (herederos) de ese catolicismo. Yo creo que es una huella clara de la época de evangelización del siglo XVI», concluye el profesor.