Entrevista
Manuel Bru, sacerdote y periodista: «Cuando la evangelización es falsa, aunque haya resultados, fracasará»
«El Espíritu Santo no pierde el tiempo. Si manda un carisma, es para algo», subraya
Manuel Bru tiene recorrido en lo que tiene que ver con la nueva evangelización. Como sacerdote de Madrid, es el delegado episcopal de la archidiócesis, por lo que habla con conocimiento de causa sobre este tema. Acaba de publicar ¿Ha fracasado la Nueva Evangelización? (editorial San Pablo).
– La primera pregunta me la ha puesto usted en bandeja: ¿Ha fracasado la nueva evangelización?
– (Ríe) ¡Esa es la pregunta del millón! Hay muchas iniciativas que se han hecho en la Iglesia con esta marca, con este sello, como la menciona Juan Pablo II, y por tanto hay unas claves para entender lo que es y lo que no es. Pero, claro, las iniciativas son tan variadas que hay unos criterios de autenticidad y otros de falsificación. Cuando la evangelización es auténtica, no fracasa. Otra cosa es que se vean los resultados inmediatos, pero no fracasa porque es una buena siembra de la Palabra de Dios. Cuando está falsificada, aunque aparentemente pueda dar unos resultados de éxito, está llamada al fracaso.
– ¿Cuál sería una experiencia de fracaso dentro de la Iglesia? Con nombres y apellidos, si es posible...
– Todas aquellas iniciativas ideologizadas. Me da igual desde qué ideología. Es muy normal que en un primer momento tengan éxito, porque la ideología, sobre todo con más jóvenes, tiene un enganche inmediato que no tiene un proceso de conversión, que es mucho más lento. Me da igual que sea ideologizar con el nacionalismo, con el progreso de orientación marxista o con el movimiento neoconservador. Todo lo que va en la línea de «combate» en la evangelización, siempre ha tenido muchos problemas, porque se confunde una cosa con otra. Hay un combate espiritual en la vida del cristiano, evidentemente, pero la misión evangelizadora nunca es una misión combativa. Eso tiene un atractivo en un primer momento, porque mueve todos los resortes de querer defender algo. Pero cuando se plantea la evangelización como la defensa de una tradición, la defensa de unos valores, corres el peligro de que busques más el combate que la misma evangelización.
Cuando se plantea la evangelización como la defensa de una tradición, corres el peligro de que busques más el combate que la misma evangelizaciónSacerdote y periodista
– Una experiencia de éxito en la evangelización parece que es Hakuna...
– Cuando hablamos de iniciativas carismáticas en la Iglesia, si realmente hay un carisma detrás, aportarán más pronto o más tarde muchísimo a la evangelización. Eso está claro, porque el Espíritu Santo no pierde el tiempo. Si manda un carisma, es para algo. Pero eso no quiere decir que no necesite un acompañamiento, como un río que necesita un cauce. El problema es cuando las personas que están en los inicios de un movimiento, de una iniciativa apostólica, tienen miedo a la guía de la jerarquía de la Iglesia. No digo que esté ocurriendo con Hakuna, pero sí está pasa con otras iniciativas como son Emaús o Efetá. ¿Hay detrás de ellas un carisma? Yo no soy quién para dar una respuesta. No lo sé. Se presentan como un método. Es un método eficaz para las conversiones y para llegar a los alejados. Parece que sí, pero, requiere una guía, un acompañamiento.
– Usted plantea otra pregunta en su libro: ¿Qué tienen que ver el dios Thor de los comics y las fotografías borrosas?
– En Palencia me presentaron a un niño. Sus padres, muy alejados de la Iglesia, le explicaron que un sacerdote «es el que nos pone en relación con Dios». Y el niño me pregunta: «Ah, pero, ¿de qué dios? ¿Del dios Thor?». Que a un niño español la palabra «Dios» le lleve a pensar en Thor y no en Jesucristo, quiere decir que estamos en un contexto que ha cambiado. Y luego, sobre las fotografías borrosas, me refiero, por ejemplo, a las encuestas, que son borrosas porque te sirven hoy y mañana han cambiado. Los propios sociólogos que hacen estudios de tópicos con temática religiosa se han dado cuenta que las preguntas de antes ya no valen. Por ejemplo, responder «soy no creyente, o católico, o protestante, ateo, agnóstico, indiferente...». La mayoría de los jóvenes no saben qué responder porque ni las entienden.
– Algunos no sabrían responder siquiera si son varón o mujer...
– Como dice el rector de la universidad San Dámaso, muchos jóvenes, ante cualquier planteamiento religioso elemental, responden: «¡Qué intenso!». Así que hay que hacer otro tipo de preguntas. Y, aún así, son fotografías borrosas porque es una realidad en movimiento.
¿Fracaso de las JMJ?
– Hablando de jóvenes, algunos han dicho que las Jornadas Mundiales de la Juventud, convocadas por Juan Pablo II, eran como los fuegos artificiales, que iluminaban mucho pero que luego quedaban en poca cosa. ¿Usted comparte este planteamiento?
– No, para nada. Todo lo contrario. Evidentemente, eso puede haber ocurrido con grupos concretos, por ejemplo, cuando iban colegios enteros, porque era como un viaje escolar. Muchos de estos jóvenes, aunque estaban en colegios religiosos, se encontraban muy alejados, porque también lo estaban sus familias. Si no hay luego un acompañamiento, entonces se queda, como antes decíamos, en una iniciativa de impacto. Pero la experiencia mayoritaria de las Jornadas Mundiales de la Juventud es que son hitos en el acompañamiento de grupos. A muchos grupos de ellos, si no hubieran tenido sus dos o tres Jornadas, les hubiéramos quitado algo que era esencial para sus vidas.
– Usted también se refiere a los Seat 600 y el efecto bumerán...
– En países como España o Italia, la fe ha sido tan fuerte durante siglos que no se puede cambiar de la noche a la mañana, pese al proceso de secularización tan fuerte. Hemos vivido, como decía san Juan Pablo II, una apostasía silenciosa. La palabra apostasía es muy fuerte, pero lo mitiga la palabra silenciosa. Eso es lo que más se dice en las encuestas: «Yo dejé de ir a la iglesia casi sin darme cuenta». Y ahí es donde entra el ejemplo del 600.
– ¿En qué consiste?
– En una entrevista con Cristina López Schlichting, explicaron que las personas que vivían en un pueblo pequeño nunca trabajaban en el campo en domingo, porque eso sería romper con una tradición. ¿Qué se hacía? Pues ponerse guapos e ir a misa. Y si no ibas a misa, muchos preguntaban qué le pasaba a Fulanito. Por eso, muchos iban a misa por ir, sin una experiencia, sin un convencimiento. De repente llegan elementos de modernización, de cambio de esa España rural a una España más urbana. Y llega, por ejemplo, la facilidad de tener un coche. «¿Dónde está Fulanito? Se ha ido con el coche a no sé dónde». Es un ejemplo de cómo cambios e innovaciones que no tienen nada que ver con lo religioso pueden hacer que algo que estaba ya incubado se exprese de un modo más claro en un proceso secular.
– ¿Y el efecto bumerán?
– Una sociedad como la española, con todo lo que supuso el nacionalcatolicismo –sin entrar en ningún tipo de juicio ni positivo ni negativo político, que eso es otro terreno–, con un Estado donde lo normalizado era el discurso católico, tiene el peligro de que eso se puede volver como un bumerán. A la sociedad no le gusta que, desde el poder, se le diga continuamente qué tiene que pensar o en qué tiene que creer. Con la transición política española se vivió el efecto bumerán de decir: «Mira, ya está bien, llevo toda la vida escuchando lo mismo. Ahora todo eso lo voy a poner en en paréntesis». Es como un proceso de adolescencia, cuando se pone en cuestión todo lo que le han enseñado. Luego, el adolescente hará su síntesis, pero lo pone todo primero en cuestión. ¿Por qué? Porque descubre algo tan maravilloso como que es libre para decir sí o no; aceptar o no lo que le han enseñado.