De repartir el rancho entre inmigrantes a tratar con Yasser Arafat: así es el nuevo director de ACN
José María Gallardo dirige Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN, por sus siglas en inglés) tras dedicar 25 años a la gestión de organizaciones sociales
La idea de entrevistar a José María Gallardo (Madrid, 1970) derivó de su reciente nombramiento como director en España de Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN, por sus siglas en inglés), la asociación benéfica que, como le gusta repetir, «es como la cara B de Cáritas y Manos Unidas: ellas financian la acción humanitaria, no las pastorales y de evangelización». De esto es de lo que se encarga ACN. «Pero todos juntos fortalecemos la Iglesia», subraya.
Sin embargo, al repasar su biografía, se topa uno con un recorrido vital sorprendente: acaba de regresar de Ucrania; conoció y trató a Yasser Arafat; ha vivido en Nairobi, Bolivia, Sao Paulo, Kampala, Roma, Londres, Ceuta y Madrid; ha visitado multitud de «lugares calientes» como Haití, Gaza, Palestina y numerosos países africanos en guerra.
Suena a biografía de un corresponsal de guerra, pero es en realidad un economista que abandonó su prometedora carrera en el Banco de Santander de Auditor Financiero Internacional para marchar con su esposa a Garissa, una remota y peligrosa región de Kenia que hace frontera con Somalia.
–Pero usted empezó su periplo en Ceuta repartiendo entre los inmigrantes el rancho que sobraba del cuartel donde hacía la mili...
–Sí, bueno, yo soy medio caballa, que es como se llama a los ceutíes. Mi padre nació allí. Desde muy chiquitito he ido en vacaciones, he cruzado el Estrecho y hemos pasado mínimo 15 días al año. Amo esa tierra y recomiendo a cualquiera que la visite, porque es preciosa y la gente es súper acogedora. Por eso hice ahí la mili: mi tía vivía allí y para ella fue una gozada cuidarme durante esos nueve meses.
–¡Como un embarazo!
–Pero vi que se podían hacer más cosas: el padre Béjar, de la parroquia de Nuestra Señora de África, me ofreció colaborar por las tardes con un equipo de voluntarios para acompañar a los inmigrantes subsaharianos. Y, bueno, para alimentarles, en los cuarteles sobraba siempre comida. Recogíamos lo que iba sobrando para alimentarles día a día. Además, nos preocupábamos de que tuvieran un lugar digno en el que dormir y vivir. Fue una etapa muy bonita donde yo estaba haciendo la mili por las mañanas y el servicio social por las tardes.
–Después, su vida da un cambio radical y acaba en el Banco de Santander...
–Sí, el banco me dio a mí y a otros 15 chavales la oportunidad de tener un periodo de formación fantástico. Nos formaron en mercados financieros, tuvimos experiencias en sucursales bancarias, hicimos un proyecto muy bonito de auditoría a distancia y luego viajamos también a México y Brasil para hacer auditorías de valoración de bancos.
–¿Se veía en el futuro en ese mundo financiero?
– Pues mira, yo, como economista que estudió en el CEU, me gustaba la Economía, pero mi especialidad fue Economía Internacional y Desarrollo. En uno de los viajes a Sao Paulo, el domingo fui a misa y, al terminar, me encontré con el padre José Manuel, un misionero franciscano que me dio su testimonio sobre un centro social que dirigía en Bolivia. Al año siguiente tuve otro trabajo de auditoría en Brasil y, al terminarlo, me fui Bolivia para tener una primera experiencia misionera. Aquello me marcó a mí y a mi novia de entonces, que ahora es mi mujer, y desde ese momento vimos que podíamos tener un desarrollo profesional unido a a una misión, que al final es algo muy bonito y que he tenido el privilegio de vivir en mi vida.
Vivir con niños de la calle
–Y de ahí marcharon a Kenia...
–Sí, a un proyecto de cooperación donde estuvimos cerca de dos años. En Nairobi, en lugar de irnos a vivir a un lugar bueno y seguro, donde suelen residir los cooperantes, conocimos a un misionero camboyano que nos dice: «Oye, pues he construido unos apartamentos para familias africanas, cooperantes y misioneros y donde hay un centro de niños de la calle y una comunidad de tres religiosas. Si queréis, veníos allí a vivir, estáis invitados». Y eso hicimos.
–Ya desde recién casados les gustaban las emociones fuertes...
–Bueno, María, mi mujer, lo primero que me dijo al conocerme fue: «Tengo un sueño: ir a vivir y a trabajar a África». Y yo le respondí: «¡Me apunto!». Y acabamos en África. Ha sido una de las mejores experiencias de nuestra vida.
«Haced visible lo invisible»
–Después fue usted director de Cooperación Internacional de Cáritas Española y tuvo incluso la ocasión de conocer a Yasser Arafat. ¿Cómo fue el encuentro?
–Fue una experiencia preciosa junto al patriarca latino de Jerusalén y al secretario general de Caritas Internacional, que montó una delegación internacional para conocer in situ la realidad de la población palestina. Visitamos Gaza y Cisjordania y pudimos entrevistarnos con Yasser Arafat. No entro en valoraciones de tipo político sobre el personaje en detalle, pero conocer la realidad de cómo el pueblo palestino en aquel momento estaba sufriendo fue impresionante. Siempre se me quedó la frase que nos dijo la directora de Caritas Jerusalén: «Cuando volváis a vuestros países, haced visible lo invisible». Y eso trato de hacer. Ahora que viajo con Ayuda a la Iglesia Necesitada, siempre tengo en mente hacer visible lo que es invisible a los ojos de los países occidentales.
–¿Qué es lo que necesitamos hacer visible en los países occidentales?
–Ayuda a la Iglesia Necesitada tiene tres pilares: el primero, la oración y hacer visible la necesidad de ayudar a los cristianos perseguidos; el segundo, la información y la sensibilización. Es decir, nosotros informamos permanentemente de las violaciones de derechos humanos que se cometen contra los cristianos en el siglo XXI en distintos países del mundo. Por eso publicamos cada dos años el Informe sobre la Libertad Religiosa en el Mundo. En noviembre, si Dios quiere, vamos a publicar otro estudio: Perseguidos y olvidados: 15 países del mundo donde los cristianos son perseguidos de una manera tremenda.
Más de 5.000 proyectos al año
–¿Y el tercer pilar?
–La caridad. Es decir, que sin la solidaridad de los benefactores que nos ayudan –no recibimos ningún tipo de ayuda pública–, no podríamos ayudar a la financiación de los más de 5.000 proyectos anuales que apoya ACN en todo el mundo. A nivel global, la fundación tiene 23 oficinas más la sede central, que está en Alemania.
–He leído, por ejemplo, que todos los seminaristas de Ucrania pueden formarse gracias a Ayuda a la Iglesia Necesitada...
–Es correcto. Yo he tenido la ocasión de comprobarlo in situ. Estuve en la región de Leópolis antes de Semana Santa y visité tanto el seminario de rito católico latino como el de rito greco católico, y el sostenimiento, manutención, la calefacción en invierno, en fin, todos los gastos que generan los seminaristas los cubrimos con el apoyo de nuestros benefactores.
–¿Cuántos seminaristas son?
–Alrededor de 1.100.
–Más que en España...
–Bueno, es que es increíble. Parece mentira cómo en muchos países donde hay persecución, violencia o guerra, las vocaciones florecen. Eso nos lo decían algunos obispos en Nigeria también: cuando la Iglesia es más perseguida, más florecen las vocaciones.
–Asumió la dirección de ACN España hace menos de un año. Es una fundación reconocida, consolidad y bien asentada. ¿Qué se ha encontrado y qué pretende alcanzar en el futuro?
–Efectivamente, Javier Menéndez, el anterior director, y Antonio Sáinz de Vicuña, que era el presidente, nos han legado tanto a Walther Plettenberg –el actual presidente– como a mí, una institución muy sólida donde hay unos profesionales muy motivados y unos resultados fantásticos. Los objetivos que nos planteamos a corto y medio plazo es mirar al 2033. Ese aniversario de la Resurrección de Cristo es un objetivo para hacernos más presentes en la Iglesia española, más conocidos por parte de los católicos de toda España y de los no católicos. De hecho, el Informe sobre la Libertad Religiosa en el Mundo lo hemos presentado en colegios profesionales de la abogacía y de otras profesiones donde queremos que la defensa de estos valores cristianos se conozcan, se defiendan y se protejan. La Fundación no es nuestra; es de nuestros benefactores y de todos aquellos que delegan su apoyo en apoyar las causas de la Iglesia perseguida y todos los proyectos pastorales de reconstrucción, de apoyo a seminaristas y a religiosos.
Publicado su informe anual
El «mapa de la vergüenza» incluye a 61 países que violan la libertad religiosa
–Entiendo, entonces, que cualquier persona que haga una donación a Ayuda a la Iglesia Necesitada, por pequeña que sea, sabe que irá destinada a reconstruir iglesias, a formar sacerdotes y demás...
–Es ayudar a la promoción de la evangelización en todo el mundo, a la protección de los cristianos perseguidos, del sostenimiento de las iglesias en países del sur. Y cuando hay catástrofes naturales o guerras, como es el caso de Ucrania o Siria el año pasado, ayudar para que la Iglesia siga viva. Por eso reconstruimos templos, ayudamos a construir estructuras para que sigan las catequesis, financiamos catecismos y materiales de formación espiritual, ayudamos a que los religiosos y religiosas tengan sus retiros, sus espacios formativos. En Ucrania, por ejemplo, estamos impartiendo ayuda psico-espiritual a los capellanes que están en el frente o a las personas que sufren las consecuencias de la guerra. En definitiva, es un vehículo para que la evangelización no pare.
Una anécdota con Juan Pablo II
–Usted no hace esto simplemente como un trabajo más, ni siquiera por unos valores. ¿Le mueve su fe al asumir este reto?
–A mi familia y a mí nos mueve la fe. He tenido la suerte de tener unos padres que me han trasladado esa fe desde que era pequeño. Un sacerdote en mi colegio, el padre Felipe Redondo, en el colegio Alameda de Osuna, que fue el que me enseñó a tocar la guitarra y me integró en el coro. El padre Manuel Barrios, que ahora es el secretario general de la Comisión de las Conferencias Episcopales de la Unión Europea (COMECE), bautizó a mis hijos y me ayudó a llevar grupos de catequesis. Me gusta decir que he sido un chaval de parroquia vinculado al terreno, vinculado a la realidad de la parroquia y ahí seguimos colaborando en lo que se puede.
–Hablando de sus hijos, uno de ellos tuvo la oportunidad de estar en brazos de San Juan Pablo II...
–Fue un regalo. Estábamos un Domingo de Ramos en la plaza de San Pedro de Roma, mi mujer, mi hija María y Diego, prácticamente recién nacido. El Papa hizo un pequeño recorrido en el papamóvil y había un grupo de españolas delante de nosotros empeñadas en saludar al Santo Padre. Al ver que íbamos con un bebé, nos dijeron que nos pusiéramos delante. Yo estaba con mi hijo Diego en brazos. El papamóvil paró; uno de los guardias de seguridad cogió a Diego, que estaba berreando y llorando. Oye: fue ponerle en brazos de Juan Pablo II y se calló de golpe. Tenemos un recuerdo precioso de ese momento. Ahora, Diego acaba de terminar Arquitectura en Londres. ¡Y solo puedo decir que Diego es especial! Y me quedo ahí...