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15 de septiembre de 2024

Hilaire Belloc

Hilaire Belloc, escritor inglésLibrary of Congress

No hay Chesterton sin Hilaire Belloc, el «viejo trueno» que buscó a Dios camino a Roma

Conocido por su ferviente defensa del catolicismo y su aguda crítica al secularismo, la vida y obra del mejor amigo de Chesterton reflejan una firme creencia del rol del cristianismo en la civilización europea

escribía en el siglo pasado el filósofo americano tomista Frederick Wilhelmsen que «si durante los últimos 50 años hubiésemos contado con diez Hilaire Belloc en el mundo católico de habla inglesa podríamos haber convertido a hijos y a adolescentes». Y no es difícil entender por qué. En una época como la que vivió marcada por la duda y el escepticismo, donde la fe parecía desmoronarse frente al avance del secularismo, Hilaire Belloc emergió como una figura rompedora, no solo por su intelecto y prosa, sino por su inquebrantable defensa de la fe católica, que tanto admiraría su íntimo amigo Chesterton. El escritor Bernard Shaw los llegaría a denominar como el Chesterbelloc, por la que reconocía que ambos eran inseparables en términos de estatura literaria e influencia cultural.

A mediados del siglo XIX, cuando el catolicismo en el mundo anglófono parecía haberse reducido a un vestigio insignificante, surgieron movimientos culturales e intelectuales que revitalizaron la fe. La emancipación católica en Inglaterra en 1829 coincidió con el auge del Romanticismo, que influyó profundamente en la cultura. Dentro de la Iglesia de Inglaterra, el Movimiento de Oxford fue clave para este renacimiento, sentando las bases para un resurgimiento católico que, iniciado en la isla británica, se extendió por todo el mundo de habla inglesa. Figuras como Hilaire Belloc jugaron un papel crucial en este renacimiento, defendiendo con erudición la fe católica.

Y es así como entró en escena este personaje. Conocido por su apodo «el viejo trueno», Belloc fue uno de los escritores católicos más influyentes del siglo XX. Junto a su gran amigo G. K. Chesterton, quien se convirtió al catolicismo en 1922, Belloc defendió fervientemente la fe católica en una época marcada por el creciente secularismo. Nacido en 1870 en una pequeña localidad cercana a París, su vida transcurrió principalmente en Inglaterra, donde se convirtió en un destacado escritor cuyo instrumento de combate era la pluma y cuyo ámbito de acción abarcaba la cultura de su época.

Chesterton (a la izquierda del espectador) y Belloc, con Maurice Baring de pie.

Cuadro de Chesterton (a la izquierda) y Belloc, con Maurice Baring de pieJames Gunn

«Caballeros, soy católico»

Belloc creció en un hogar multicultural: su padre era francés y su madre, inglesa. A pesar de haberse trasladado a Inglaterra siendo niño y de adoptar la nacionalidad británica en 1902, Belloc nunca perdió su identidad natal, realizando su servicio militar en Francia en 1891. Su infancia estuvo marcada por la pérdida temprana de su madre, pero su padre se aseguró de proporcionarle una educación de alta calidad. Estudió historia en la Universidad de Oxford, donde desarrolló su vasto conocimiento clásico y una aguda conciencia histórica.

Su catolicismo no era solo una creencia personal, sino un principio rector que lo llevó a participar activamente en la vida pública. En 1906, Belloc se adentró en la política, presentándose a las elecciones por el distrito de South Salford bajo el partido liberal. Con su característico estilo combativo, comenzó su primer mitin declarando sin rodeos: «Caballeros, soy católico. Si me es posible, voy a misa todos los días. Esto que aquí saco es un rosario. Me arrodillo y paso estas cuentas todos los días si me es posible. Si me rechazáis por este motivo, agradeceré a Dios que me ahorre la indignidad de ser vuestro representante». Sin embargo, su honestidad y rechazo a la corrupción política pronto lo distanciaron del sistema parlamentario británico, llevándolo a abandonar la política en 1910 tras un profundo desencanto.

Su producción literaria es inmensa, abarcando poesía, libros de viaje, biografías y ensayos, todos ellos impregnados de su fe católica. Su obra El Camino de Roma es un buen ejemplo de su estilo único, combinando piedad religiosa con un profundo amor por la historia europea, el amor por la vida sencilla y una inclinación por la cerveza y el buen humor.

De izquierda a derecha: Bernard Shaw, Hilaire Belloc y G.K Chesterton

De izquierda a derecha: Bernard Shaw, Hilaire Belloc y G.K Chesterton

Cinco promesas antes de partir

El camino de Roma, publicado en 1902, es una narración emblemática de su peregrinación a pie desde Lorena hasta Roma, un viaje que él emprende con un firme compromiso de fe y austeridad. De hecho, Belloc comienza su travesía con cinco promesas:

Fragmento de 'El camino de Roma'

«Partiré desde el lugar donde por mis pecados serví bajo las armas; todo el camino lo haré a pie y no me serviré de máquina rodante alguna; dormiré a la intemperie y recorreré treinta millas cada día; todas las mañanas oiré misa y estaré en la basílica de San Pedro para la misa mayor de la fiesta de San Pedro y San Pablo».

A pesar de los obstáculos y de romper algunos de estos votos, como el de evitar el transporte, su determinación y esfuerzo son palpables a lo largo del libro. El viaje no solo es una prueba física, sino también una profunda exploración espiritual. Belloc se maravilla de la belleza del paisaje y las personas que encuentra, subrayando cómo lo secundario y lo imprevisto pueden revelar una grandeza inesperada:

Fragmento de 'El camino de Roma'

«Yo me quedo sorprendido por cientos de cosas secundarias, y siempre me encuentro con cosas veinte veces más grandiosas de lo que yo me esperaba, y mucho más interesantes, porque todo está cubierto por una extraña luz de aventura».

«Apagué mi corazón en Roma»

Este viaje es una reflexión sobre la fe, la naturaleza y la resiliencia, y Belloc se enfrenta a momentos de grandeza y dificultad con una humildad sincera, reconociendo que «nuestra energía también procede de Dios». El Camino de Roma es, en esencia, un canto a los placeres sencillos y profundas verdades. Así, por ejemplo, Belloc describe cómo, pasando por un pueblecillo de Underverlier, Suiza, al asistir al rezo de Completas con todos los habitantes reunidos en la iglesia al toque de campanas, experimenta una transformación al percibir la profunda comunión espiritual que vivían los fieles: «Mi alma quedó absorta y transfigurada por aquel acto colectivo».

Este momento le permite superar la percepción de la fe católica como una carga de dificultad, dándole una nueva perspectiva sobre la sencillez y profundidad de la fe. Más adelante en su viaje, Belloc elogia el impacto formativo de la Iglesia, afirmando que «forja hombres». Destaca que, en lugar de producir «fanfarrones ni balandrones», la Iglesia «genera hombres, seres humanos, diferentes de las bestias, capaces de firmeza, disciplina y agradecimiento; que aceptan la muerte; tenaces».

Plaza de san Pedro

Plaza de san Pedro vista desde la cúpula de la basílica

Este reconocimiento de la capacidad de la Iglesia para moldear el carácter y la vida de las personas refleja el profundo respeto que Belloc, durante su peregrinación, desarrolló por la fe y su práctica, subrayando la simplicidad y la fortaleza espiritual que también buscó en su propia travesía. Belloc, con su pluma y su inquebrantable convicción, demostró ser un hombre cuya fe fue siempre objeto de combate, pero que nunca dejó de considerarla su más preciada herencia. Así llegaría a la Ciudad Eterna, inmortalizando ese momento con sus memorables versos:

Fragmento de 'El camino de Roma'

«En estas botas y con este bastón
Doscientas leguas y media
caminé, me fui, anduve, tropecé,
Marché, me sostuve, me agaché, resbalé,
Me impulsé, me tambaleé, me balanceé y caí;
Me levanté, vadeé, nadé y me mojé,
Caminé, trepé, me arrastré y me tiré,
Caí y me sumergí, anduve con dificultad;
Continué, cojeé, me hundí y vagué...
Cruzando el valle y las montañas,
Con el mundo en las manos
Bebiendo cuando tenía ganas,
Cantando cuando me sentía inspirado;
Nunca volví mi rostro a casa
hasta que apagué mi corazón en Roma».
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