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Entrevista a Francisco Serrano Oceja: «Opus Dei y jesuitas se han convertido en los chivos expiatorios de la Iglesia»

José Francisco Serrano Oceja durante su visita a El Debate

Entrevista periodista y profesor

José Francisco Serrano Oceja: «Opus Dei y jesuitas se han convertido en los chivos expiatorios de la Iglesia»

«Lo que queda de clericalismo es una mala digestión del Concilio Vaticano II», advierte el periodista y doctor en Ciencias de la Información, que acaba de publicar su libro 'Iglesia y poder en España'

Acumula ya una docena de manuales y libros sobre periodismo; es doctor en Ciencias de la Información, catedrático de la universidad CEU San Pablo y profesor de varios postgrados. Pero no es solo un teórico que elucubra sobre el quehacer periodístico: José Francisco Serrano Oceja (Santander, 1968) ha sido redactor jefe del semanario Alfa y Omega, editorialista de la Cadena Cope, columnista especializado en información religiosa de ABC y Religión Confidencial y contertulio habitual de El Cascabel, de Trece TV. «Iglesia y poder en España. Del Vaticano II a nuestros días» (editorial Arzalia) es su último libro.

–Se atreve usted con un tema espinoso: Iglesia y política desde los años 60 hasta el 2000...

– La finalidad del libro originariamente era responder a una serie de preguntas que me habían surgido en el trabajo dedicado a la información religiosa. Una de ellas es el olvido que tenemos respecto a la contribución de la Iglesia y, en este caso, de los obispos, a la transición política y a la reconciliación de los españoles. Este olvido, en este momento histórico, es también una forma de injusticia contra el pasado reciente de la Iglesia.

La segunda idea era cómo ha cambiado el ejercicio del poder de la Iglesia en la sociedad. Desde el régimen de Franco, en el que la Iglesia influía en el proceso legislativo y en la decisión de los recursos destinados a la conformación del bien común. El poder de la Iglesia, tal y como se entiende, se sustancia fundamentalmente en la educación, en la caridad.

– Algunos, sin ningún afán por matizar, precisar o contextualizar, se limitan a repetir los manidos clichés sobre Iglesia y franquismo...

– En el libro queda suficientemente claro que la Iglesia se desenganchó del franquismo mucho antes de la propia transición política. Es decir, el desenganche fue una consecuencia del Concilio Vaticano II principalmente, y también de la propia dinámica interna de la Iglesia. Por ejemplo, generaciones de jóvenes sacerdotes que salieron a estudiar a Europa y descubrieron lo que significaban las democracias. Y que después, cuando volvieron a España, vieron que era posible que, tras el franquismo, España entrara en una democracia, y contribuyeron decisivamente a crear ese clima fundamentalmente intelectual.

No debemos olvidar que el Concilio Vaticano II se celebró de 1962 a 1965. Por lo tanto, el desenganche en gran medida comenzó teóricamente en 1965 y después tuvo una serie de hitos fundamentales, como la asamblea conjunta de obispos y sacerdotes de 1971 o el documento Iglesia y Comunidad Política, de 1973. Estamos hablando de cuatro o cinco años antes de la muerte de Franco. También es importante pensar en una parte de la Iglesia que no se quería desenganchar del franquismo y que se mostraba reacia.

– Hablar de esa época es hablar de los cardenales Tarancón y don Marcelo...

– ¡Eso daría para una tesis doctoral! El cardenal Tarancón y el cardenal Marcelo González Martín eran las dos alas que permitían volar al avión. Eran dos cardenales con mucho peso en la Iglesia en España, que representaban dos sensibilidades que se complementaban perfectamente y que fomentaban el diálogo dentro de la Iglesia. Conocemos y hemos conocido incluso historiográficamente más sobre el cardenal Tarancón. De hecho, la publicación de sus confesiones cerraba un ciclo. Pero, hasta hace bien poco, no conocíamos tanto a don Marcelo González Martín. Sí que había publicaciones, biografías, quizás menores. Ahora ha aparecido el primer volumen de su biografía, pero falta el segundo, que lleva adelante el que fue su secretario durante toda su vida, don Santiago Calvo.

Serrano Oceja

«El cardenal Tarancón y don Marcelo tenían una relación muy buena», asegura Serrano OcejaPaula Argüelles

Lo que pongo en evidencia es que ese relato que tuvo la Iglesia en la Transición fue tan completo precisamente porque el cardenal Tarancón y don Marcelo eran capaces de dialogar, de afrontar los retos comunes. El caso paradigmático es el caso Añoveros. El cardenal Tarancón llegó hasta donde llegó, y en el momento en que no pudo más respecto a las decisiones que iba a tomar Franco y su Consejo de Ministros y su presidente del Gobierno, le pidió a don Marcelo que interviniera, y fue don Marcelo quien resolvió la situación. Por lo tanto, eran dos alas de un avión que tenía una trayectoria muy clara y que contribuía decisivamente al progreso de la sociedad española.

– ¿Cómo era la relación personal entre ellos?

– Muy buena. No debemos olvidar que don Marcelo tiene una larga trayectoria política. También tuvieron sus conflictos. Había mucho diálogo entre ellos, había muchos temas de debate, había incluso colisiones, pero había un clima de pluralismo y de libertad en la Iglesia, es decir, de discusión interna en la Iglesia, que beneficiaba a la imagen pública y a la presencia de la Iglesia en la sociedad.

Progresistas y conservadores

– Dice usted que ha intentado alejarse «de las fáciles categorías de progresistas y conservadores». Entonces, ¿qué categoría habría que utilizar para ser más preciso?

– Yo creo que las categorías vienen de las sensibilidades. En el ejercicio del ministerio episcopal podríamos utilizar las categorías de más sociales-menos sociales, más o menos centrados en cuestiones doctrinales. A mí lo que me ha fascinado de la investigación que hay detrás de este libro es descubrir a una generación de obispos españoles, sobre todo la de los años 70, la de los años 80, con mucha altura; una generación que tendríamos que venerar, que tendríamos que recordar con una formación intelectual muy acreditada, con mucha experiencia de viajes por Europa. Era más lo que les unía que lo que les separaba. Bien es cierto que, después del Concilio, se introdujeron los debates de carácter doctrinal, que al fin y al cabo se clarificaron en el pontificado de Juan Pablo II.

– Habla usted mucho en su libro del clericalismo. ¿Qué es el clericalismo?

– Yo creo que está en la naturaleza de la Iglesia desde muy pronto en la historia. No voy a decir de los dos primeros siglos, pero sí a partir del Edicto de Constantino. A partir del año 313, el clericalismo es la confusión del ejercicio del poder en la Iglesia, relacionado y ligado a la jerarquía. A partir del Concilio Vaticano II, supone no asumir lo que se dice sobre la naturaleza de la Iglesia, sobre la vocación de los fieles seglares, de los fieles laicos.

Yo creo que lo que queda de clericalismo es una mala digestión, una digestión incorrecta del Concilio Vaticano II. Es no respetar la autonomía de los fieles laicos. No se trata de que los fieles laicos estén dentro de la Iglesia tomando decisiones –aunque sí es necesario ahora, en este momento de la sinodalidad, una escucha mutua–. El legalismo es toda la desviación del ejercicio del poder dentro de la Iglesia.

– Por último, afirma usted que en la historia de la Iglesia hay instituciones y personas que han sido permanentes chivos expiatorios. ¿Quiénes serían esos chivos expiatorios en la actualidad?

– El libro explica que, para entender la historia de la Iglesia en el siglo XX y también en el siglo XXI, hay que remontarse al siglo XIX, porque es el siglo en el que se gestan los grandes problemas, las difíciles formas de actuar dentro de la Iglesia. También el siglo XIX es en el que aparecen las grandes causas que han estado presentes en la política española, como por ejemplo la cuestión monárquica o los nacionalismos.

El siglo XIX tuvo mucho efecto en la Iglesia desde el punto de vista del clericalismo y también de la aparición de determinadas instituciones que fueron referentes y que tuvieron mucho peso en la Iglesia. En España, por ejemplo, en el siglo XIX la institución que más peso tuvo en la Iglesia, además del episcopado, fue la Compañía de Jesús. Los jesuitas se convirtieron en chivos expiatorios de muchas de las decisiones o actuaciones contra la Iglesia en el XIX y en el XX.

Otra institución que nació en el catolicismo español de principios del siglo XX, como el Opus Dei, también se convirtió en un chivo expiatorio de algunas actuaciones, decisiones, acontecimientos no explicados. Esta es la clave del chivo expiatorio, es decir, atribuir la responsabilidad que no se puede explicar o no se puede demostrar científicamente, aun con los documentos y con los datos que tenemos. Así como en el siglo XIX fueron los jesuitas, en el siglo XX el chivo expiatorio fue el Opus Dei.

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