«Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda»
En la familia podremos enfadarnos o incluso no tratarnos, pero no por eso dejas de ser alguien que forma parte de mí, pues tenemos una historia compartida y unas circunstancias únicas que son solo nuestras
No es casualidad que el primer milagro que Jesús realiza en público sea en el comienzo de un matrimonio, pues toda la Sagrada Escritura es un canto al amor de Dios por su pueblo, con el que quiere hacer una alianza esponsalicia. Además quiere el Señor dar a entender que el escenario donde se realiza la salvación es precisamente la familia, es decir, esa comunidad de vida y amor donde la vida es acogida y aceptada no por conveniencia ni interés personal, sino por puro amor gratuito y desinteresado.
Nunca seremos lo suficientemente conscientes de que los dones más importantes que la vida nos trae empiezan precisamente en el ámbito familiar, con el amor de unos padres, unos abuelos o unos hermanos a los que nos unen vínculos irreversibles, ya que el amigo o el trabajo podemos elegirlo e incluso cambiarlo cuando consideremos oportuno, en cambio, la familia me es dada y nadie puede cambiar el título de padre o madre, hermana o hermano. Podremos enfadarnos o incluso no tratarnos, pero no por eso dejas de ser alguien que forma parte de mí, pues tenemos una historia compartida y unas circunstancias únicas que son solo nuestras.
Es fácil pensar que mi familia es distinta o especial, que en ella los problemas son particularmente dolorosos e injustos, pues no conocemos lo que ocurre en la intimidad de otras casas, pero sin duda es el lugar donde Dios quiere que se realice tu santidad y es tu camino para ir al Cielo. Sin duda ninguna, la empresa más importante de mi vida es mi familia, en la que Dios me ha puesto para servir, dar lo mejor de mí mismo sin mirar quien hace más o quien menos. Sin pretender estar por encima de nadie, sino al servicio de todos.
Del mismo modo que Santa María se dio cuenta de que faltaba el vino que los novios debían ofrecer a los invitados, también nosotros podemos darnos cuenta de que en nuestra familia muchas veces falta el vino de la alegría, el vino de la comunión o de la intimidad, el vino del cariño o el de la paz. Es el momento de mirar a Cristo, el momento de invocar a María para que nos vuelva a decir «haced lo que Él os diga» como dijo a los sirvientes que, dóciles al mandado de Jesús, llenaron las tinajas de agua y ésta se convirtió en vino.