«Te lo prometo, hoy estarás conmigo en el paraíso»
No dejemos pasar esta semana como una más. No miremos desde lejos. Entremos con el corazón dispuesto en estos días llenos de gracia
Mañana, Domingo de Ramos, la Iglesia nos abre la puerta de una semana única, santa, decisiva. No asistimos a un simple recuerdo litúrgico o a una representación devocional, sino que somos invitados a contemplar e incluso a vivir, con el corazón despierto, el acto más importante que ha sucedido en toda la historia del universo: Dios se hace hombre, y no sólo para caminar entre nosotros, sino para entregarse por nosotros hasta el extremo.
El que nos llamó a la vida no se desentiende de nuestras heridas, ni se queda al margen de nuestras derrotas. En Jesús, Dios mismo desciende hasta las profundidades de nuestra miseria para restaurar, desde dentro, las fracturas que el pecado ha dejado en el corazón humano. Y lo hace por amor. Solo por amor.
Por eso, cuando en la cruz Jesús le dice al ladrón arrepentido: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso», está revelando que existe un reino real, fundado por Él, que no es una utopía lejana, sino una posibilidad inmediata para todo el que cree. Un modo nuevo de existir que comienza aquí y ahora, y que alcanza su plenitud más allá de la muerte.
El centro de la Semana Santa no es el dolor ni la oscuridad, sino el corazón abierto de Cristo, traspasado por amor. En ese costado herido se nos ofrece un umbral, una entrada hacia la vida verdadera. Allí estamos llamados a entrar, como el buen ladrón, reconociendo nuestra pequeñez, pero también nuestra esperanza: «Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino».
Jesús no muere para inspirarnos una compasión momentánea, sino para hacernos hijos de Dios. Entra libremente en el abismo del sufrimiento humano para vencer desde allí a todos los enemigos interiores que amenazan la vida verdadera. Su deseo es que reinemos con Él, que vivamos con Él en una tierra nueva y en unos cielos nuevos, donde ya no haya llanto ni muerte, porque todo habrá sido renovado.
Nuestra salvación es su victoria en la cruz, pero hemos de acogerla con plena libertad como hizo el bien ladrón mediante un acto de fe en su amor son límites.
Por eso, no dejemos pasar esta semana como una más. No miremos desde lejos. Entremos con el corazón dispuesto en estos días llenos de gracia. Participemos con toda el alma en la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Porque allí, en ese misterio, se juega nuestro destino y se revela la medida infinita del amor con que hemos sido amados.