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MAÑANA ES DOMINGOJesús Higueras

«Hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén»

No huyamos de la cruz, no escapemos del dolor cuando la causa de ésta sea el amor

Actualizada 04:30

Jesús elige a tres de sus discípulos más cercanos para revelarles su gloria en la Transfiguración. En el monte Tabor, su belleza resplandece y sus vestiduras se tornan de un blanco deslumbrante. Pero junto a él no están solo Pedro, Santiago y Juan; también aparecen Moisés y Elías, los grandes testigos de la Ley y los Profetas. Y allí, en el misterio de aquella luz sobrenatural, se habla de su «salida» que iba a suceder en Jerusalén, es decir, de su pasión y de su cruz.

El mensaje es claro: la gloria de Cristo está unida a su entrega en la cruz. Su belleza no es solo la de la luz que desciende del cielo, sino la de un amor que no se cansa, que no se rinde, que es fiel hasta el final. En Jerusalén, Jesús mostrará la plenitud de su hermosura cuando, desgarrado por el sufrimiento y la incomprensión, ofrezca su vida en un acto supremo de amor. La cruz, que a los ojos del mundo es signo de derrota, se convierte en el lugar de la victoria más grande, la del amor que vence al pecado y a la muerte.

Hoy, muchos buscan la belleza en la armonía de la creación, en el arte, en la alegría de los momentos felices. Y es cierto que la belleza de Dios se refleja en la obra de sus manos. Pero el Evangelio nos invita a descubrirla también en la cruz, en el sacrificio, en la perseverancia en el amor a pesar del dolor. Porque la belleza de Cristo no es solo la de su rostro transfigurado, sino también la de su rostro lacerado y su cuerpo entregado en la Eucaristía.

En esta Cuaresma, estamos llamados a contemplar esa belleza que no se apaga, a dejarnos transformar por su amor y a imitar su ejemplo. No huyamos de la cruz, no escapemos del dolor cuando la causa de ésta sea el amor. Porque allí donde hay un corazón que sigue amando a pesar de todo, está la auténtica belleza de Cristo. Una belleza que se expresa en el perdón, en la paciencia, en la entrega silenciosa de una madre que vela por sus hijos, en el sacrificio diario del que trabaja honradamente, en la fe inquebrantable de quien sufre con esperanza.

Cristo nos llama a reflejar en nuestra vida su hermosura: la belleza del amor que se da sin medida. En cada gesto de amor, en cada acto de entrega, podemos reflejar algo de esa belleza divina.

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