Firma InvitadaDomingo Suárez Suárez

Gran padre, mejor pastor

Actualizada 04:30

Mis últimos años de destino en la Embajada de Roma, antes de mi jubilación, me hizo comprender bien el mensaje de Jesús y no solo por mi asistencia a cultos, iglesias, basílicas que allí hay, que también, sino por el contacto que tuve con sacerdotes jóvenes cordobeses que cursaban estudios eclesiásticos en las Universidades de la Iglesia.

Venían por casa, departíamos largo rato, charlábamos mientras compartíamos mesa y mantel y me tenían enganchado por su jovialidad, por su alegría y por su confianza infinita en Dios. También nos conectábamos y escuchábamos las homilías los domingos en la misa dominical desde la Mezquita Catedral que impartía el Obispo.

Y lo que puedo decir es que esa enfermedad es muy contagiosa y el autor de tanto contagio, aunque no estuviera entre nosotros, siempre era referido: nuestro Obispo Demetrio.

Aunque lo conocía por referencias de mi hijo Fernando, seminarista en San Pelagio de Córdoba en aquel entonces y que me hablaba de su amor hacia su grey y concretamente hacia los llamados a seguir la senda, con los que compartía el almuerzo diario, nunca pude imaginar que llegaría a estar tan cerca de él, que llegaría a atraerme de tal manera su personalidad como para buscarle y como para seguirle, en redes, en televisión, en charlas, conferencias y sobre todo en sus homilías, auténtica doctrina de la Iglesia Viva.

Refiero que, con motivo de una breve convalecencia mía en mi domicilio de Roma, recibí una llamada telefónica. Era nuestro Obispo Demetrio. Me anunciaba que llegaría ese día a Roma y que, habiéndose enterado de mi malestar, deseaba visitarme. Que en cuanto se bajara del avión tomaba un taxi y es por ello por lo que me pedía la dirección concreta de la casa.

¿Cómo un apóstol viene a mi casa, así de improviso casi?

La verdad que, al verlo en la puerta, se iluminó la estancia, ¿quién soy yo para que mi señor Obispo me visite? Comprendí en ese momento lo que tuvo que sentir Zaqueo cuando Jesús le dijo que quería comer en su casa.

En horas de mediodía, hora europea, se suele almorzar, «il pranzo» que se dice allí y así dimos cuenta y compartimos lo que había preparado previamente.

Don Demetrio se encontraba relajado, confiado, se aflojó incluso el botón superior de la camisa y charlamos y charlamos, recibí consejos y recomendaciones muchas y como pago mío, mis agradecimientos, tan sólo mi gratitud.

Que gran momento ¡qué bien estamos aquí! Y recordé a San Pedro en el Monte Tabor; no deseaba que terminase la visita, se me antojaba extremadamente corta.

En la despedida me hizo dos anuncios.

El primero, que como ya mi jubilación estaba próxima, quedaba un año y medio aproximadamente, cuando aconteciera era su deseo que sirviera a la Diócesis de Córdoba y así, aquí me encuentro, Consejero Diocesano, muy realizado y plenamente identificado con la Iglesia y con su Pastor en Córdoba.

Le contesté que Dios me había dado muchas gracias, me había beneficiado con muchos dones y que era una manera de devolver su amor hacia mí, a lo que me respondió que, aunque viviera cien años más, no tendría tiempo suficiente para devolver las gracias que Dios había derramado en mi familia, dándome un hijo sacerdote y dos más modélicos, junto con mi esposa.

El segundo anuncio, o más bien, anotación, fue advertirme que era un privilegiado, que siendo de Córdoba y residiendo en Roma, era feligrés del Obispo de Roma (el Papa Francisco) y a la vez feligrés del humilde Obispo de Córdoba. Pues, lo he llevado a gala.

En fin, así es nuestro Padre y Pastor.

He tenido la oportunidad de trabajar con él y con todo el equipo del Consejo. Sus acertadas opiniones, su visión general de su Diócesis y también su aguda inteligencia han hecho que me sienta atraído por él. Me lo dije desde el primer día y cuando lo he ido conociendo: tiene una gran personalidad y muy atrayente para todo el que lo conoce, esté no esté acorde con sus postulados, que, en definitiva, son los de la Iglesia.

Gracias Padre, por sus consejos, por haber sido el referente para muchas cuestiones que se ponen en duda en estos momentos y que cíclicamente retornan a la palestra, pero ha sido el bastión en el que todos nos hemos refugiado y en el que nos hemos sentido seguros.

Descanse Padre, toca ahora rememorar la vida pastoral que ha llevado, intensa, muy intensa y, si es posible comparta con los fieles su experiencia, por escrito o mediante conferencias, no nos prive de su impronta. También tendrá tiempo para repasar algunos libros que hemos compartido.

Mi familia y yo le estaremos eternamente agradecidos.

Domingo Suárez Suárez es Secretario de Centro ACdP en Córdoba.

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