«Acabada toda tentación, el demonio se marchó hasta otra ocasión»
Cuando somos jóvenes, las tentaciones suelen estar ligadas al placer inmediato o a la búsqueda de la aceptación social. Con los años, suelen girar en torno a la comodidad, el control del dinero o la seguridad personal
En muchas ocasiones, pensamos en la tentación como algo negativo, como si fuera un obstáculo que deberíamos evitar a toda costa. Sin embargo, al rezar el Padre Nuestro, no pedimos a Dios que nos quite la tentación, sino que nos libre de caer en ella. La tentación, en sí misma, no es mala; es el escenario donde se juega nuestra libertad, la posibilidad de elegir con coherencia cómo queremos vivir y qué valores son los nos definen como personas. Incluso Jesús fue tentado, pues solo enfrentándose al misterio del mal pudo manifestar plenamente su fidelidad al Padre.
El Evangelio de san Lucas nos dice que, tras tentar a Jesús en el desierto, el demonio «se retiró hasta otro momento». Esto nos recuerda que las tentaciones no son eventos aislados, sino que nos acompañan a lo largo de la vida, adoptando distintas formas según nuestra etapa vital. Cuando somos jóvenes, las tentaciones suelen estar ligadas al placer inmediato o a la búsqueda de la aceptación social. Con los años, suelen girar en torno a la comodidad, el control del dinero o la seguridad personal, llevándonos a descuidar la confianza en la providencia divina. La Cuaresma es un tiempo propicio para la introspección personal: ¿Cuáles son nuestras tentaciones más habituales? ¿De qué modo nuestras decisiones nos están definiendo?
Detrás de cada tentación hay un ídolo que intenta ocupar el lugar de Dios. Lo vemos claramente en las tentaciones de Jesús en el desierto. El diablo le sugiere que use su poder en beneficio propio, convirtiendo las piedras en pan; que busque reconocimiento, saltando desde el alero del templo; y que se rinda a la ambición, adorándolo a cambio de poder. Estas mismas tentaciones siguen vigentes hoy: usar nuestros dones para el propio beneficio, buscar la aprobación de los demás a cualquier precio o hacer concesiones en nuestra conciencia con tal de tener más poder.
La tentación es una oportunidad para crecer en autenticidad. Nos obliga a preguntarnos: ¿quién o qué ocupa el centro de nuestra vida? La lucha contra la tentación no consiste en eliminar el deseo, sino en ordenarlo hacia el bien. Cristo nos enseña que la respuesta a la tentación no es ceder ni huir, sino permanecer fiel a Dios, escuchando más su Palabra y aplicando sus consecuencias a nuestra vida. En esta Cuaresma, pidámosle la gracia de vivir con esa misma fidelidad, reconociendo nuestras tentaciones y eligiendo, con libertad, el camino del amor.