Si san Expedito ya no es santo, ¿dónde van mis oraciones?
A buen puerto tienen que llegar porque es mucha la devoción que se le tiene y las gracias que concede
No diré quién ni por qué, pero conozco a alguien que lleva desde verano rezando de un modo torrencial. Va siempre con la súplica a flor de labios y, a poco que se despista, se le caen los avemarías. Son muchas las plegarias que, por así decirlo, se le cruzan por el camino, inopinadas y fugaces como liebres; otras, en cambio, las tiene estipuladas, solo que no dejan de crecer.
Empezó con un rosario, por supuesto completo, con sus letanías y su oración, pero luego recordó que, en casa de su abuelito, el rosario no era tal si no iba seguido de un credo al Señor de la Expiración, una salve, un padrenuestro por las intenciones del papa y otro por los difuntos. Después pensó que la gracia bien merecía la intercesión de un santo, y entonces fue san José. Y quien dice un santo dice una advocación mariana, y hela aquí, a la mismísima Virgen de Lourdes, también en el ajo. Y de este modo, con cada día que pasa, igual que aumenta la dosis el adicto, no diré a causa de quién ni por qué, aumentan a mi alrededor los intercesores con su ración de pálidos padrenuestros y sus correspondientes, y cuchicheados, avemarías.
Pero entre todos los intermediarios, que son unos cuantos a estas alturas, hay uno en el que tiene especialmente depositadas sus esperanzas. Hablo de san Expedito, mártir del siglo III, patrón de las causas urgentes y abogado de las imposibles. No diré que sobre los demás pasa de puntillas, pero cuando llega a san Expedito hace una pausa y vocaliza con más claridad. Sin embargo, hay un problema. Aunque fue canonizado en 1671, en 2001 fue retirado del martirologio romano porque no hay pruebas suficientes sobre su existencia.
Así, sería falso que fue comandante de la XII legión romana y que, estando de campaña en la actual Armenia, se convirtió al cristianismo. Un cuento que, para postergar su conversión, el diablo tomara forma de cuervo y le graznase: «Cras, cras, cras», es decir, «mañana». Y si bien la estrategia le valió al maligno con Lope de Vega ―«Mañana le abriremos, respondía/ para lo mismo responder mañana»―, la imaginación popular quiso que no fuera así con Expedito. Al modo de san Miguel, pisó la cabeza del cuervo y gritó: «¡Hodie, hodie, hodie!», hoy, hoy, hoy. Lleno de celo evangélico, predicó a sus tropas. Fue apresado y flagelado. Finalmente alcanzó el martirio por medio de la decapitación.
Todo esto será o no será. Pero si no es, cabe preguntarse adónde van todas esas oraciones que, no solo no diré quién, sino miles de feligreses le dirigen a diario. A buen puerto tienen que llegar porque es mucha la devoción que se le tiene y las gracias que concede, porque si el movimiento se demuestra andando, el santo milagreando. Tal vez, conforme llegan, se las derivan a san Judas Tadeo, el otro patrón de las causas imposibles y desesperadas. Pero a Judas, nada menos que un apóstol, no le debe agradar atender plegarias que, en lugar de dirigirse a él, lo han hecho a su competencia, una competencia, para colmo, legendaria.
No. Debe ser otra la razón de su efectividad. Y si tuviera que aventurar una, diría que, como parece apuntar la ausencia de indicios históricos, san Expedito, comandante de la XII legión romana, es un producto de la fantasía popular. La gente empezaría a rezarle y algunas coincidencias afortunadas harían que pasaran por ruegos atendidos lo que no era sino fruto de la casualidad. La devoción crecería, y entonces Dios, enternecido por esas incontables y fervorosas plegarias dirigidas a ninguna parte, decidiría sancionar la invención humana y crear, ahora sí, a san Expedito directamente en el cielo, que si los hombres le habían imaginado una vida terrenal, Él la continuaría en clave celeste. Su existencia, por tanto, fue propiciada por nuestra menesterosidad. Y de este modo, san Expedito, cuya existencia debe a gracias que no concedió, en parte por compensar y en parte por agradecimiento, ahora concede sin medida. Más le vale, porque una que yo me sé, como la viuda importuna, no va a dejar de llamar a su puerta, pisara o no la cabeza de un cuervo, fuera o no comandante de la XII legión romana.