Agustín García Inda: «Lo malo del individualismo es la pérdida de vínculos afectivos»
El Administrador Civil del Estado y sociólogo dedica su nuevo ensayo a la encíclica Fratelli Tutti y a la defensa del capitalismo como sistema moral
Cuando Agustín García Inda leyó Fratelli Tutti, algo se le removió por dentro. Para este Administrador Civil del Estado y doctor en Sociología de las Políticas Públicas, la encíclica de Francisco sobre la fraternidad parecía atacar la línea de flotación de su propio pensamiento político y económico liberal. «Yo respeto la autoridad espiritual del Papa, así que quise hacer una lectura descontaminada de prejuicios», explica.
Fruto de esta lectura nació el ensayo Fratelli Tutti, ¿ideología en la teología? Juicio moral al capitalismo, publicado por la Fundación Cultural Ángel Herrera Oria y CEU Ediciones. En el libro, García Inda ahonda en el texto papal; analiza las complejas relaciones entre economía, política y teología, y construye una vehemente defensa del capitalismo como sistema moral. «Mi objetivo –señala– es dar claves para leer la encíclica sin sesgos ideológicos».
–¿Su libro plantea una posición crítica frente a la Fratelli Tutti?
–Yo diría que una posición conciliadora. Quiero conciliar a tres grupos de lectores: al que puede leer Fratelli Tutti sin connotaciones políticas, al que considera al Papa un influencer más, sea desde la izquierda, para adueñarse de su mensaje, o desde posturas conservadoras, para rechazarlo; y al que, como yo, respeta la autoridad papal pero ve que la encíclica choca, aparentemente, con sus ideas políticas.
Fratelli Tutti no es un recetario de soluciones políticas, sino un mensaje religioso
–¿Es posible conciliar las tres?
–La clave es ir a la esencia. Es verdad que aquí el Papa no lo pone fácil, por la contundencia de algunas de sus afirmaciones, la generalización que hace en otras o la focalización en los efectos perversos del liberalismo y el individualismo. No obstante, si vas a la esencia ves que no está dando ningún mensaje revolucionario comunista, ni respalda la agenda global. Hay que contextualizar lo que dice, y no caer en la falacia de que al criticar algo –el capitalismo o la globalización, en este caso– se reivindique lo contrario. Fratelli Tutti no es un recetario de soluciones políticas, sino un mensaje religioso. Nos propone unas metas a las que llegar y nos llama a poner en el centro la atención a la dignidad de la persona.
–En el libro advierte de la tentación de interpretar la Fratelli Tutti con «el color del cristal por el que se mira». ¿Ocurre también con el propio Francisco?
–Todos los papas hablan de los temas del momento que les ha tocado vivir: León XIII tuvo que estar atento a la revolución industrial y los peligros del colectivismo socialista; Pío XII, al fascismo italiano, la Alemania nazi y la persecución religiosa en España… Hoy el sistema general es, afortunadamente, me atrevo a decir, el capitalismo, así que es lógico que Francisco hable de ese sistema. Además, él ha vivido unas realidades muy contundentes en Argentina –en Sudamérica el capitalismo está desordenado–, y se expresa de un modo que nos puede provocar, pero no rechaza nada de la doctrina social de la Iglesia, que sigue vigente.
–En el prólogo, Agustín Domingo define la relación entre política, economía y religión como un «nudo gordiano». ¿Puede haber equilibrio entre las tres partes?
–Cualquier problema social es susceptible de ser juzgado desde un punto de vista político-económico o desde un punto de vista religioso, por lo que es lógico que se produzcan conflictos y dilemas morales. Donde hay que tener cuidado es al querer proyectar ideas religiosas en políticas públicas.
La desigualdad es un efecto colateral del capitalismo, no su fin
–¿En qué sentido?
–Te pongo un ejemplo. El Evangelio nos exhorta a repartir, pero no es lo mismo ser caritativo en mis círculos que implantar una renta básica universal. La opción preferencial por los pobres tiene que llenarse de estudio y comprensión de la ciencia económica. Tampoco es lo mismo socorrer al forastero que abrir las fronteras y caer en un descontrol de los flujos migratorios. Todos podemos tener buenas intenciones, pero las estrategias para conseguirlas no son las mismas individualmente que colectivamente. Las políticas públicas tienen sus propias reglas de funcionamiento, y proyectar nuestros anhelos religiosos a la política puede provocar distorsiones y que terminemos causando el efecto contrario al que buscábamos.
–El libro se plantea también como un juicio moral al capitalismo. ¿El sistema es éticamente neutro?
–Podríamos decirlo, porque lo moral o inmoral son las acciones de los hombres dentro de él, pero eso sería huir del debate. También se podría decir que el capitalismo da mejores resultados que otros sistemas, y es cierto, pero la esclavitud o la explotación infantil también podrían favorecer el crecimiento económico, y eso no las haría defendibles. Yo quiero vencer las objeciones que se ponen al capitalismo basadas en motivos morales: si conduce a una desigualdad injusta, si responde a motivaciones no éticas, si sustituye los vínculos humanos por el dinero...
–¿Cómo defiende al capitalismo estos cargos?
–En el libro analizo cada uno de ellos. Por ejemplo, sobre la desigualdad, me planteo si esta es moralmente reprochable. Y concluyo que lo moral o inmoral serán las causas de la desigualdad –si procede de robo, usurpaciones o abusos–, pero que si esta responde al libre juego de incentivos y es una recompensa al esfuerzo, lo inmoral sería neutralizarla. La desigualdad es un efecto colateral del capitalismo, no su fin: el número de multimillonarios en el mundo y la disminución del número de personas que viven en extrema pobreza han ido de forma paralela, son dos caras de la misma moneda.
El suficientismo viene a decir que el problema moral no es la desigualdad, sino la pobreza
–Aunque el capitalismo sí propugna una mentalidad individualista.
–Pero distingo dos tipos: el individualismo egoísta y el individualismo cooperativo. Además, lo malo del individualismo es la pérdida de vínculos afectivos, pero esto es independiente de si el Estado es más o menos intervencionista. Por ejemplo, en Suecia un porcentaje muy elevado de la población vive sola, y centenares de personas mueren sin que se entere nadie. Esto también se debe a estados muy potentes que han roto las comunidades intermedias, sustituyendo las redes de soporte familiares o vecinales por el bienestar.
–¿El capitalismo fomenta virtudes o vicios?
–Es verdad que puede favorecer la aparición de vicios de codicia o egoísmo, pero tampoco hay que confundir el interés propio con el egoísmo ni el ánimo de lucro con la codicia. Por otro lado, el capitalismo estimula virtudes como la responsabilidad, propone un contrato donde cada uno es responsable de su trabajo y sus inversiones y donde puede prosperar socialmente. Lo importante será que no se convierta en un capitalismo desordenado, sino uno con reglas, con seguridad jurídica, con democracia liberal… Creo que es el sistema más moral que podemos tener.
–En este modelo, ¿qué ocurre con los más pobres?
–El modelo capitalista que propongo es suficientista, no igualitarista. El suficientismo viene a decir que el problema moral no es la desigualdad, sino la pobreza: lo importante es que, donde existan recursos bastantes, el Estado atienda las necesidades básicas de todos los ciudadanos, las situaciones de exclusión y máxima pobreza, para favorecer la igualdad de oportunidades y la dignidad de la persona. Más allá de esta suficiencia entra el libre juego de incentivos y recompensas, que producirá situaciones desiguales. Otra cosa es cómo se gestionan estos servicios: ¿es necesario que los preste el Estado? ¿O podemos –siguiendo el principio de subsidiariedad– dejar que lo hagan ONG, conciertos o entidades religiosas? A eso me refería al principio: muchas veces se aprovechan las palabras de Fratelli Tutti para justificar más intervencionismo estatal, y no tiene por qué ser así.