Entrevista autor de Don Giussani, el ímpetu de una vida
Fernando de Haro: «Giussani experimentó que el hombre, solo, no puede ser hombre»
Para Giussani, «el cristianismo no se hace presente como algo que se contrapone a lo nuevo, sino que lo abraza y lo redime desde dentro», declara el periodista Fernando de Haro
El conocido periodista de Cope, Fernando de Haro, acaba de publicar en la editorial Sekotia un nuevo acercamiento a la figura del fundador de Comunión y Liberación, Luigi Giussani: pastor, educador, teólogo y apasionado de la humanidad herida de cada hombre, como signo de la Belleza eterna de Cristo.
–¿Por qué una biografía de Giussani?
–Giussani, el fundador de Comunión y Liberación, me parece que es uno de los grandes personajes del siglo XX. Un genio educativo que entiende de una manera muy lúcida el momento en el que vivimos. Estamos hablando de un sacerdote. Pero, se sea o no creyente, su vida, su pensamiento, su forma de leer poesía, de escuchar música, de comprender los acontecimientos históricos me parece que tiene interés para cualquier persona que, sin prejuicios, esté interesada en entender mejor su propia humanidad. Por eso merece la pena conocerlo. No era un católico a la defensiva, encerrado en eso que llama el Papa Francisco la auto–rreferencialidad. Todo lo contrario. Desde muy pronto trabajó en ambientes laicos, entre jóvenes que vivían un intenso drama existencial, el drama de la postguerra europea y luego el deseo de autenticidad de mayo del 68.
En España Giussani es poco conocido. En su momento, Ediciones Encuentro publicó la gran biografía escrita por uno de sus colaboradores más directos, Alberto Savorana. Es una obra magna, fruto de una investigación exhaustiva. Me parecía que podía ser conveniente un volumen más divulgativo, de más fácil lectura.
–¿Quién era Cristo dentro de la experiencia vital de Giussani?
–Lo dice en ocasiones cruciales de su vida: Cristo es el único que se toma su humanidad en serio. Giussani siempre está tomando conciencia de forma atenta, tierna y apasionada de su humanidad, de su deseo de justicia, de belleza, de verdad, de bien. Cuando escucha a su madre y a su padre, cuando va al seminario, cuando convierte a Leopardi, un poeta ateo, en su mejor compañero. Hasta en los últimos momentos de su enfermedad se pregunta seriamente quién es, por qué merece la pena vivir. Y esta posición es la que le permite reconocer, admirar y agradecer la presencia de Cristo. Cristo no es para Giussani un maestro de moral o un objeto de piedad, la fuente de nociones correctas sobre la verdad. Cristo para Giussani es la Belleza, la Belleza con mayúscula, el camino de la vida, la auténtica alegría. Cristo es el Tú eterno que se ha hecho carne, el ser que no se ha quedado en el mundo de las ideas platónicas, el amor infinito que se inclina hacia su nada y que le atrae de tal modo que se convierte en la vida de su vida.
El cristianismo no se hace presente como algo que se contrapone a lo nuevo, sino que lo abraza y lo redime desde dentro
–¿Y qué es para él la Iglesia?
–La Iglesia, lo dice muchas veces, no es una asociación, no es solo el origen de una gran tradición, de unos valores admirables, de una doctrina sublime. La Iglesia no es solo la fuente de determinadas fórmulas de pensamiento, de concebir el mundo, la Iglesia es el lugar donde el acontecimiento de Cristo vuelve a suceder. La Iglesia es el lugar donde la presencia presente de Cristo alcanza a los hombres haciendo posible la misma experiencia que tuvieron los apóstoles. No como la vivieron los apóstoles, pero sí la misma experiencia. La Iglesia hace posible que Jesús de Nazaret no se convierta en una figura del pasado, sigue siendo una presencia presente que se propone a la libertad del hombre actual como se proponía a los primeros discípulos, como Alguien capaz de generar una plenitud, una positividad última, una alegría tenaz. La Iglesia ofrece a la libertad del hombre de hoy, como hace 2.000 años, la excepcional humanidad de Cristo para que verifique si con ella la vida es más hermosa, más verdadera.
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–¿Qué puede aprender el cristiano de hoy de Giussani?
–Giussani, me parece que ayuda al cristiano de hoy a leer de una forma apasionada y llena de ternura el corazón del hombre del siglo XXI. Un hombre que por un lado siente como nunca la tentación de dar por disuelto su propio yo y que, por otra, no puede dejar de esperar que la vida sea más vida. Ante esta situación, Giussani subraya que el cristianismo no se hace presente como algo que se contrapone a lo nuevo sino que lo abraza y lo redime desde dentro. Giussani tiene una conciencia muy clara y, eso es muy útil en un contexto de secularización, de que lo que falta no es la repetición verbal o cultural del anuncio cristiano. El hombre de hoy espera, dice el fundador de Comunión y Liberación, el encuentro con personas para las cuales el hecho de Cristo es una realidad tan presente que cambia su vida. Lo que puede sacudir al hombre de hoy es un impacto humano. Si el cristianismo a través de los cristianos no produce un impacto, una vibración, una atracción sorprendente, las iglesias, al menos en Occidente se seguirán vaciando y la fe estará muerta y sepultada.
Giussani había experimentado que el hombre, solo, no puede ser hombre
–¿Personalmente, qué ha significado escribir este libro?
–Mientras me documentaba para escribirlo, redescubrí el valor de algo que es sabido por los muchos que conocieron personalmente a Giussani. En muchas de sus intervenciones, hacía referencia a acontecimientos de su propia vida. Son tantos que casi se puede construir una autobiografía. Este ejercicio continuo no es solo un recuerdo de lo vivido, es la memoria de una experiencia. Como él mismo explicó en 1963, la «experiencia es vivir aquello que me hace crecer». La experiencia, dice, implica el hecho de darse de cuenta de estar creciendo. Y esto en dos aspectos fundamentales: la capacidad de comprender y la capacidad de amar. Siempre hay en Giussani un juicio ante las circunstancias. Este modo de construir, de construirse, absolutamente histórico, estaba en las antípodas del ambiente eclesial en el que vivió. Y sigue siendo extraño para quien considera el cristianismo con un «a priori» o como la base de un proyecto político o cultural.
Las circunstancias juzgadas se convierten para Giussani en método educativo, en desarrollo del carisma que se le concedió. Muchos de los que ahora leemos como textos fundacionales surgieron al calor de un problema concreto, de una asamblea o de la necesidad de responder a sus alumnos. La circunstancia es para Giussani vocación. Y lo que sorprende -come te decía- es que al repasar los momentos esenciales de su vida, la primera circunstancia es su propia humanidad. Nunca la censura, siempre la utiliza para madurar y para hacer crecer su fe.
–¿Puede poner un ejemplo?
–Antes de ponerme a escribir quise pasear por los corredores del seminario de Venegono, donde estudió y vivió. En aquel paseo recordé que Giussani, en su juventud, había llorado al acostarse porque nunca sería como Beethoven. Paseando por Venegono se me hizo presente la punzante claridad con la que Giussani había experimentado que el hombre, solo, no puede ser hombre. Creo que sin haber sufrido la soledad que engendra la insuficiencia de las cosas no se hubiera desplegado su pasión por la presencia de Cristo, no hubiera desarrollado un camino educativo original, nuevo y provocativo para el hombre contemporáneo.