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Ángel Barahona

La trastienda de la batalla de Lisboa 2023

Esta hermandad, ser hijos del mismo Padre, estaba también expresada al paso de los jóvenes por los barrios menos favorecidos de miles de lisboetas que regalaban agua fría, que aplaudían, grababan con sus móviles el espectáculo alegre y colorido de gentes sencillas

Actualizada 12:54

Los que hemos estado en todas las JMJ que han tenido lugar desde que San Juan Pablo II tuviera la genial idea, primero cómo jóvenes, y ahora como catequistas facilitando la organización para que otros jóvenes puedan tener la misma experiencia que nos ayudó a conocer la universalidad de la Iglesia, a conocer a las que serían nuestras futuras mujeres, a consolidar nuestra vida de fe, etc., estamos agradecidos. Una experiencia única en el mundo de comunión, aderezada por la belleza de una Iglesia joven, caleidoscopio para contemplar la riqueza de sus matices, que nos hacen presentir un futuro esperanzador.

Pero a mí me toca hablar de la trastienda. En otras JMJ tuvimos que soportar presiones hostiles de grupos organizados que cargaban literalmente contra los jóvenes. Sin ir más lejos, la policía antidisturbios en Madrid tuvo que intervenir en múltiples ocasiones contra energúmenos bien organizados que insultaban, escupían, y asustaban a los chicos al pasar por la Gran Vía, con lemas y cantos incluidos que decían «muera el papa» o «esas mochilas las he pagado yo». En Toronto, en Cuatro Vientos, en Colonia, en Sidney unos grupos dispersos de militantes feministas radicales y de la LGTB repartían propaganda y condones a los asistentes a la entrada de los recintos. En Lisboa no podía ser menos: en la televisión repetían en bucle una entrevista de un chico con el pelo hasta la cintura que iba con una bandera Trans buscando las cámaras de los periodistas. La repetición cansina de esa entrevista estaba aderezada por dos pobres jóvenes que, vaya usted a saber quiénes eran, pasaban por detrás del chico haciendo como que disparaban con un mechero. Obviamente una actitud desafortunada, que en el caso de que fueran de los participantes, no se puede atribuir a la fe católica sino a la estupidez humana. Si esos dos hubieran escuchado al Papa habrían oído que en la Iglesia cabemos todos. Pero los medios de comunicación sabían dónde y cómo hacer daño al pueblo llano que vería las imágenes, al que adoctrinan con sus mantras transmitiendo a través de «esos dos» la idea de la iglesia homofóbica. Otros periodistas «pillaron» a otro grupo de «descerebrados», que no es que sean minoría, sino que no representan más que a sí mismos, que no se sabe si por hacer gracia o por desgracia, se pusieron a cantar el Cara al sol ensombreciendo el espíritu festivo de la Jornada con asociaciones ilegítimas que embadurnan la asepsia de la fe respecto a cualquier confesión política. Unos cuantos chicos del partido comunista portugués repartían entre los jóvenes tarjetas, con remitente para adherirse a la lucha, en la que invitaban a combatir por la paz. La postal era preciosa, sencilla, de colores claros, nada agresivos, dos puños enfrentados que representaban la guerra entre dos poderes la OTAN y Rusia, y entre los cuales ellos representaban la solución. El lema claro: el partido comunista portugués era el adalid de la paz. Obviamente, un paréntesis tendencioso opacaba la memoria histórica del siglo XX. Con toda seguridad estos jóvenes de gran corazón creen en lo que profesan. Su atrevimiento era provocador. Su apariencia cándida no era tal, sabían que los receptores de las tarjetas son gente pacífica. Ni un solo altercado, ni una sola manifestación de violencia. Los pisotones que nos dábamos eran recibidos con una sonrisa. No sé si el lema del Papa de que la «alegría es misionera» fue interiorizado antes o después, porque la angustia de las masas apretándonos para entrar como ganado, en el embudo que organizaron las autoridades portuguesas, facilitó empujones y pisotones involuntarios, que hubieran desencadenado interminables peleas entre grupos, como se ve en los conciertos, y en los estadios antes y después de los eventos. En cambio, la sonrisa, el canto, presidieron todo el encuentro. Ni una botella de alcohol, ni una jeringuilla, ni un mal modo… ¿Por qué los políticos no advierten la diferencia en los modos respetuoso y educados derivados de la cultura católica? Eso no quiere decir que no haya disensos, desavenencias, descomunión incluso. Pero lo que preside la relación de fondo en el mundo católico es la hermandad. Esta hermandad, ser hijos del mismo Padre, estaba también expresada al paso de los jóvenes por los barrios menos favorecidos de miles de lisboetas que regalaban agua fría, que aplaudían, grababan con sus móviles el espectáculo alegre y colorido de gentes sencillas como ellos que llevaban en su rostro escrita la esperanza. Su acogida calurosa rebajaba la temperatura hasta hacerla soportable. Para ser justos miles de personas hicieron lo mismo en París, Colonia, Denver, Sídney, Toronto, Cracovia, Panamá, Río…

Es cierto que los servidores municipales habrán recogido toneladas de basura… pero no había bolsas, ni papeleras, ni contenedores, como sí hubo en Cracovia para ayudarles a recoger los desperdicios. Pero ese trabajo necesario e inevitable lo habían pagado los chicos con sus ahorros, habiendo empleado su dinero en preparar su viaje, no era un abuso de la «gratuidad» portuguesa (el mínimo que pagaron fue 70 euros por persona), incluida la aportación voluntaria para los países pobres. Las previsiones de la Iglesia portuguesa y de las autoridades fue tacaña. Superó de tal forma las expectativas que tuvieron que ampliar el recinto A, al B, C, y D, que eran patatales adyacentes, campos de olivos llenos de piedras que se clavaban en la espalda y plantas infames con pinchos que hubieran servido para formar una corona de espinas.

La TV portuguesa y la CNN montaron debates con estadísticas muy tendenciosas. La enorme cantidad de lipotimias, hospitalizaciones, atenciones sanitarias. La puesta en marcha de un servicio de seguridad inédito en el país derivaba hacia los gastos, los «crímenes» (sin aclarar o especificar si hubieran sido los mismos que habrían tenido lugar si no hubiera habido tal evento, o si los que los cometieron fueron contra los participantes o entre ellos). Al final siempre se trataba de ver si la iglesia está viva, trasnochada, obsoleta, si es homofóbica, si tiene algo que ofrecer o está en vías de desaparición.

Siento lo que es obvio, que los medios de comunicación no buscan la verdad, sino solo ser comedias de entretenimiento en búsqueda de chivos expiatorios para rellenar sus cotas de audiencia. Pero es la batalla del futuro. Ayudar a poner en duda lo que estos medios digan, lo que las redes propagan, y a testimoniar humildemente la verdad. Lo que sí parece es que cuanto más nos acorralen más testimonio daremos de que presentamos una forma de vivir distinta, humilde, atractiva, deseable…

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