Francisco Palau: el beato catalán que fue desterrado a Ibiza y quiso fundar una orden de exorcistas
El leridano era tío abuelo de santa Teresa de Jesús Jornet, pero a diferencia de su sobrina, el padre Palau ha quedado en el olvido junto a su mensaje
«¿Qué haces ahí, Elías? Me abraso de celo por ti, ¡oh! Señor Dios de los ejércitos», se lee en el libro de los Reyes, (1 Reyes 19, 9-11). Este versículo también describe el celo por Dios y por las almas del beato Francisco Palau. Carmelita descalzo, sacerdote, Misionero apostólico, escritor, fundador, exorcista e hijo de los profetas… Exclaustrado, perseguido, calumniado, traicionado, exiliado, desterrado, encarcelado, varias veces intentaron acabar con su vida… Nació en Aitona, Lérida, en 1811 y murió en Tarragona en el año 1872. Menos de 20 años después de su fallecimiento, el 24 de abril de 1988, domingo del Buen Pastor y año mariano, era beatificado por san Juan Pablo II en Roma.
El beato Francisco Palau era tío abuelo de santa Teresa de Jesús Jornet, pero a diferencia de su sobrina, el padre Palau ha quedado en el olvido junto a su mensaje. Mensaje impresionante para nuestros días, para el católico de fe o para la persona que quizá la ha perdido o se la han quitado, pero que aún está dispuesta a escuchar. El joven Francisco entendió muy bien las palabras del Señor a san Juan: «He ahí a tu Madre», (Jn 19, 25-27). El Señor proclamaba la maternidad espiritual y universal de la Virgen.
Una noche oscura acompañó al beato durante largos años. El Espíritu Santo le llamaba a un amor mayor, al desposorio y unión con la misma Iglesia. Cada sacerdote está llamado a esta unión: «En cuanto a sacerdote, soy esposo tuyo». «Sólo puede satisfacer los deseos del corazón la unión de amor de esposo fiel, consumada en el Altar con la participación del augustísimo sacramento», escribió en su obra Mis relaciones con la Iglesia.
Una orden de exorcistas
Subiendo hacia la cima del Monte Carmelo en 1860, con determinada determinación, empezó su experiencia mística con la Iglesia. Primero, a través de algunas santas mujeres del Antiguo testamento, figuras de la Iglesia y de María. Hasta que en 1864 es ya María Santísima, figura perfecta y acabada de la Iglesia, la que se le fue revelando.
La Santísima Trinidad estableció una unión con la Inmaculada irrepetible y superior a cualquier otra criatura. Es por este motivo que a la Iglesia y, por lo tanto, a su Cabeza, Nuestro Señor Jesucristo, debemos ir por María. Ella nos descubre el amor de la Santísima Trinidad por cada uno de nosotros.
Desde 1851 a 1854 el padre Palau había fundado en Barcelona la Escuela de la Virtud. «La verdadera devoción es auténtica cuando esta se traduce en obras de virtudes, en imitación de la vida de María», dijo una vez. Pero también en su destierro en Ibiza, desde el islote de Es Vedrá, como san Juan, vio un ataque feroz contra la Iglesia: «Vio a María, a la Iglesia, y al dragón…», (Ap. 12).
Un «detente» a la acción de Satanás
«Dios me ha enviado a ti (…) para instruirte acerca y sobre la materia del exorcistado», le dirá san Miguel. Una misión especial para remediar la incredulidad. Y es que el ministerio del exorcistado había disminuido notablemente. Una orden de exorcistas y casas de asilo para «energúmenos», bajo la dirección del Santo Padre, esparcidas por el orbe cristiano, esto mandaba Dios.
Aunque las señales del cielo se cumplieron en el barrio barcelonés de Vallcarca y Els Penitents, las autoridades eclesiásticas no comprendieron al beato, autoridades a las que siempre obedeció. Su santidad León XIII, con su visión, confirmaría lo profetizado por el beato. La misión de Palau hubiera sido como un «detente» a la acción de Satanás.
Y anunció: otra misión vendrá, la misión de Elías, una misión extraordinaria, de restauración, con la Mujer vestida de Sol, la Inmaculada. «Hasta entonces el poder de Satanás irá en aumento. El pecado y la incredulidad le dan fuerza y libertad. Pero la Iglesia lo vencerá como Cristo en el Gólgota. Y mientras no llegue el Triunfo del Corazón Inmaculado de María, su Reinado, que preparará el de Cristo: venga a nosotros tu Reino». El padre Palau nos exhorta —«¡Católicos, a las virtudes!»— a volver a poner a Dios como prioridad de vida. La victoria está asegurada, de nosotros depende la respuesta a la Santísima Virgen María.